domingo, 15 de abril de 2012

Y QUEREMOS QUE NOS RESPETEN EN EL MUNDO

El poder es el poder y al poder se le teme. Y los poderosos, para doblegar al pueblo y no perder sus grandiosos privilegios, tienen las armas de persuadir mediante la propaganda y la mentira, y a quienes no se dejen, pagarles con la persecución.

            Y así, cuando un señor Rey de España, país que atraviesa uno de sus peores momentos, y a quien representa, en lugar de estar trabajando de día y de noche para dar ejemplo ante tantos parados, funcionarios con sueldos recortados, pensionistas que después de haber estado currando durante cincuenta años apenas les llega para pagar la luz, viudas que pasan hambre, más de dos millones de familias que no tienen ningún ingreso, centenares de miles de usuarios de los comedores de Cáritas..., va y se va de vacaciones al quinto pino, para nada menos que matar elefantes, esos animales tan crueles y peligrosos que amenazan sin cesar a la humanidad, y, haciéndolo, caer él rompiéndose la cadera. ¡Qué mérito tiene eso de matar elefantes con un rifle de precisión desde un montón de metros, escondido en parapetos blindados! ¡Qué heroicidad! ¡Qué orgullo! ¡Qué hazaña! ¡Cuánto honor esa foto junto al bicho abatido!

            Pero como el poder es el poder, y el poder engaña y tergiversa y manipula y hace la noche día... pues ya ha puesto su máquina persuasiva a funcionar. Y sale el doctor que lo ha intervenido y nos aclara, por si no lo sabíamos, que el Jefe del Estado “es un paciente muy duro, que apura a los médicos para recuperarse rápidamente y poder reincorporarse cuanto antes”. Para redondear la faena con estas palabras: “Nos llama la atención su espíritu de sacrificio”. Y luego sale también, cómo no, el Príncipe diciendo que la majestad de su padre ya está deseando salir del hospital para volver a su actividad. Lo que el gran doctor y el buen hijo no aclaran es a qué actividad se refieren. Pero, la verdad, ya todos nos hemos quedado más tranquilos. También nos han dicho que la Infanta Elena ha ido a visitarlo y que pronto lo hará la Princesa con sus dos hijas. Ya más tranquilos aún. Y todavía más si cabe al saber que la Reina, que también anda cerca, es decir por Grecia, celebrando la Pascua Ortodoxa con su familia, porque los otros suyos de aquí no están por la labor de celebrar la aburrida Pascua Católica, según dice un importante periódico nacional, sin sonrojo alguno: “Está informada absolutamente de todo y habla continuamente con el Rey por teléfono”. Continuamente, vamos, sin descanso, sin parar, casi sin respirar... Y ya, claro, todos más tranquilos aún, hasta  aplaudimos gozosos. Y si hay alguno que no, pues que tenga cuidado, que no le van a dar premios ni honores, y si se descuida, tarde o temprano, puede que hasta sea uno más en la larga lista de los gloriosos contempladores del sol de los lunes o un asiduo a los comedores de la Iglesia, cuando no un pobre exiliado.  

            Mas, después de todo, no hay mal que por bien no venga, por lo que don Urdangarín se estará frotando las manos, y don Marichalar, ídem, y don Froilán de todos los Santos ya habrá perdido el miedo a que su abuelo se enfade con él, porque los ha unido, desde el dolor y la sangre derramada, más que nunca y para siempre, una misma heroica afición... Y la bandera republicana ondeando en el ayuntamiento de San Sebastián.

Y luego queremos que nos respeten en el mundo. 

martes, 10 de abril de 2012

NOCHE DE VIERNES SANTO EN ÚBEDA

Después de no llover durante meses, fue llegar la Semana Santa y el tiempo pareció venir con sed de fastidiar. Y así llevamos ya algunos años. Hay quien dice que es porque Dios está harto de tanta parafernalia externa y tan poca fe en el corazón. Y puede ser, pero lo sucedido en Úbeda en la noche del Viernes Santo, donde la lluvia cayó justo cuando todas las cofradías estaban en la calle, también vino a ser una lección del sentimiento de muchos, de arrojo, de coraje, de angustia, de verdadera penitencia, de amor cofrade. 

Emotivo fue ver cómo muchos presidentes, y directivos, y hermanos luchaban contras las inclemencias, sin importarles el agua ni el dolor ni la pena que los embargaba. También algunas bandas permanecieron fieles. Se vivieron momentos impresionantes, emotivos, sorprendentes... Palios mojados, cristos bañados, túnicas y uniformes empapados...

Puede que todo esto haya dejado ciertos desperfectos en al patrimonio cofrade, pero todo se arreglará. Y los titulares volverán a procesionar con el mismo o mayor esplendor de siempre. Yo, hoy, pocos días después del golpe traidor de la lluvia en la noche del Viernes Santo, más que con la crítica, me quedo con la entrega de muchos, con su valentía, su disposición y su fe... Y me quedo con el convencimiento de que a nadie se debe culpabilizar de que se procesionara por las calles. Porque ya otras veces se ha suspendido la General por la inestabilidad del tiempo y luego, tras no llover, se ha pedido a gritos la dimisión del Presidente de la Agrupación de Cofradías como si se tratara del político de turno que los ha dejado sin el botellón del fin de semana. Tampoco se puede poner en duda la continuidad de la Procesión General. Desde hace años ya algunos lo vienen intentado desde un extraño afán destructivo y que, ahora, visto lo sucedido, será la excusa perfecta para aferrarse aún más en sus posicionamientos. La General sigue siendo la lección magistral del pueblo de Úbeda a sus gentes en la noche más terrible del año, la máxima expresión de la unidad de un pueblo que acompaña nada menos que a Cristo que es enterrado y yacente. Es el evangelio en movimiento, la palabra de Dios hecha plasticidad, arte y singularidad, una de las pocas cosas que nos quedan como propias, ya roto el orden procesional que nos diferenciaba y nos distinguía. La Procesión General ha de seguir teniendo lugar en Úbeda, porque si algún día acabará, nuestra Semana Santa no será otra cosa que una más del montón, una mala copia de la original que nos llega de otros lugares que sí luchan por mantener su propia idiosincrasia. La Procesión General no puede, por lo tanto, perderse, porque si se pierde, Úbeda, que ya ha perdido no pocas de sus grandezas, habrá perdido definitivamente gran parte del alma que le queda.