domingo, 16 de octubre de 2016

VIOLENCIA EN LAS ESCUELAS

Nos rasgamos las vestiduras. Venga, vamos, a tirarnos de los pelos por la violencia entre niños. Rápido, hay que lanzarse a la calle y pedir la dimisión del director de un colegio de Palma de Mallorca así como la de todos sus maestros y maestras porque en el recreo, a una niña de unos ocho años, varios compañeros, al parecer, algo mayores, le han dado una paliza que casi la matan. 

“Esto no se pude consentir. Esto no se pude tolerar. Esto hay que impedirlo por todos los medios…”, decimos y hasta gritamos aquí y allá, en todos sitios, en las plazas, en bares, entre amigos… ¡A la cárcel los maestros que no quieren otra cosa que vacaciones…! Concluimos como para quedarnos tranquilos… Ciegos todos conducidos por ciegos. ¿Los maestros culpables? Puede, alguna culpa desde luego, tienen, pero qué lástima, culpables primero los padres, las familias, el entorno, la sociedad al completo… Culpable la hipocresía que nos envuelve el alma.

Porque vamos a ver… ¿No andan muchos de nuestros niños sin educación, sin normas y sin saber obedecer, superprotegidos? ¿Inquietos y revoltosos a todas horas, subiéndose en mesas, sofás y sillones, dando saltos sobre ellos? ¿Llenos de caprichos y extravagancias? ¿No muestran con demasiada frecuencia su ira y su rabia, golpeando a madres y padres cuando no se salen con la suya? ¿No se tiran al suelo pataleando y gritando porque no se hace su voluntad? ¿No se encorajinan a la hora de comer porque no se le ha puesto según sus gustos y hasta tiran el plato al suelo? ¿Pero no dicen toda clase de palabras groseras e insultantes cuando alguien les lleva la contraria? ¿No se les compran ya teléfonos móviles a edades que ni razonan? ¿No se les tiene encerrados en la casa no sea que se resfríen o les pase algo? ¿No están hartos de jugar con el iPad, el ordenador o el dichoso móvil a matar y matar muñecos, guerreros, marcianos, monstruos y lo que se ponga por delante?... ¿Y quiénes los corrigen? Los padres, muchos separados o trabajando los dos, llegan a casa cansados y llenos de problemas y no quieran más líos. Mira que haga el nene lo que quiera y que me deje en paz. Y ya hasta en la misa del domingo se está poniendo de moda que los papás dejen a sus niños, algunos hasta bien crecidos, jugar con estos jueguecitos, y así, mientras el rendido, decepcionado y cansado sacerdote levanta la Sagrada Forma, ellos andan disparando a unos fantasmas encapuchados que asoman detrás de una montaña.

Y luego la televisión. ¿Lo han experimentado alguna vez? Hagan zapping en su televisor: terror, guerras, crímenes, asesinatos, disparos, degollamientos, ahogamientos, hachazos, estrangulaciones, bofetadas, puñetazos, cuchilladas, cortes de espada saltando borbotones de sangre a cámara lenta, explosiones, robos, venganzas, insultos, violaciones, persecución, accidentes, alcohol, drogas… Y así un canal tras otro a ver quién da más… Y si no, chabacanería de famosos y famosillos, todo un gallinero basado en mentiras, gritos, peleas, discusiones, traiciones, vulgaridades, desnudeces, sexo sin ton ni son… O, todo la mejor, política, y en ella, periodistas de bufanda que antes de opinar ya se sabe lo que van a decir, debates cual diálogo de sordos donde nadie da su brazo a torcer y, de nuevo, gritos, enfados, malos gestos, discusiones sin argumentos y, sobre todo ello, a ver a quien le echamos el muerto de más corrupto, el tú más.

Y para colmo ya se le ocurrirá a alguien, sea el padre, la madre, los abuelos, los tíos, los vecinos…, y mucho menos los maestros, regañar al pequeño de la casa. Que regañar crea traumas y luego pude sufrir mucho en la vida. Ni corregirlo, que corregirlo es coartar su libertad. Ni castigarlo, que castigar es de las mayores indignidades. Ni un golpe sobre la mesa, que eso asusta, sabe a amenaza y crea pesadillas. Y ni tocarlo. Vaya, ni cogerlo del brazo para darle un zarandeo, que eso es de primitivos degenerados y hasta puede costarte la cárcel… Sin embargo, ellos sí que pegan puntapiés y golpes a los propios papás, y empujones, y tiran cosas, y les hacen la guerra al hermano y al vecino y al compañero, eso es, exacto, al compañero, y amargan la vida, y no hacen caso a nadie, ni a sus maestros…,  y a medida que crecen, ya no solo desobedecen, sino que se burlan y hasta se enfrentan a ellos, grabándolos en los móviles, y si se descuidan los amenazan, les pinchan, rayan y destrozan sus coches o los golpean con descaro si fuera menester.

“Cosas de críos”, se suele decir en estos casos… Pues, eso, cuando ocurren hechos tan detestables como los del Palma, pues también habría que decir lo mismo: “cosas de críos”. Lo malo es que no son cosas de críos, son cosas de mayores, fundamentalmente de padres y madres que no saben imponer su autoridad como hay que imponerla, como se enseña en pedagogía, cual mano de hierro en guante de terciopelo, ni saben educar como es debido, ni en el fondo saben amar de verdad a sus hijos, porque creen que dándoselo todo, satisfaciendo todos sus caprichos, consintiéndole cuanto les vengan en gana, los querrán más…, sin saber que ellos, listos siempre, harán como quererlos, pero hasta que crezcan y se sientan libres, y una vez el árbol esté crecido descubran qué tipo de personas torcidas han creado Y claro, luego pasa lo que pasa: aridez, desvergüenza, falta de compromiso, egoísmo, pasotismo, ingratitud, incoherencia, ausencia de valores, infelicidad…, y a rasgarnos las vestiduras… Y a ver a quién le echamos la culpa para que no se nos altere la conciencia. “¡Que dimita el director y dimitan todos los maestros!”  Gritan los padres frente al colegio. Y punto. Todo resuelto.

¿Todo resuelto? Venga, hombre, todo resuelto cuando dimitan ellos primero.      

sábado, 8 de octubre de 2016

ME DUELE ESPAÑA

España –¿puedo decir España sin que me insulten?– me duele. Me duele porque he estudiado su Historia y sé la gran nación que fue y siguen siendo. Sé de su geografía, sus mares azules, sus montañas bellísimas, sus valles riquísimos, sus ríos inmensos, sus regiones y pueblos diferentes y especiales, su riqueza agrícola y ganadera, su comercio, su industria, sus gentes… Sé de sus luchas, su fuerza, su grandeza… Sus victorias asombrosas, unas veces por agrandarse, según la mentalidad de las épocas, y otras para no perder su propia libertad. Sé de sus conquistas que, aunque llenas de errores y ambiciones, fructificaron, siendo además mejores, mucho mejores y más solidarias que la que otros países llevaron a cabo. Sé de su cultura, grandiosa cultura, de sus inconmensurables artistas, sus genios. De sus deportes, de su arte, de su arquitectura, con templos, palacios, catedrales, murallas, palacios, edificios…  asombrosos. Sé de sus santos, sus maestros, sus fundadores, sus inventores, sus aventureros, sus soñadores… Y sé de sus reyes, gobernantes y políticos… que, en general, fueron y siguen siendo lo peor de todo.
 
En resumen, me duele España porque puesto todo en la balanza del tiempo, sin sacar del contexto histórico los hechos, sin analizar el pasado con la mentalidad de ahora, respetando lo que fueron sus gentes, sus costumbres, sus tradiciones, sus creencias, su religiosidad, sus formas de pensar y de entender la vida…, pesa más el platillo de las luces que el de las sombras.

España es una nación maravillosa de la que, tristemente, no pocos se avergüenzan. De ahí que silben su himno, desprecien su bandera, aborrezcan su escudo, rechacen su idiosincrasia… Pero eso no es lo malo, lo peor es que los que así se posicionan, ruidosos ellos, eso sí, soberbios y endiosados porque se creen superiores, arrastran a otros muchos para que piensen igual de mal y sientan el mismo desdén en su corazón.

Me duele España y envidio el sentir de otros ciudadanos del mundo, que siendo sus patrias mucho peores que la nuestra, que han cometido mayores barbaridades que nosotros, que además han aportado menos a la civilización, y son más guerreras, más llenas de armamento, más peligrosas, más dictatoriales y más injustas…, sin embargo se sienten unidos y llevan sus emblemas no sólo en su exterior sino en la hondura de su ser.

Nosotros no. Nosotros a mirar sólo lo malo que hicieron nuestros antepasados, a juzgarlos según nuestro presente, a criticarlos sin ahondar en las raíces, a medirlos con la vara de nuestro ahora. Nosotros a tirar chinas, piedras y peñascos sobre nuestro propio tejado. Inventándonos falsas historias interesadas que no fueron. Nosotros, en lugar de ir hacia una Europa fusionada y un mundo unido, a separarnos, dividirnos, destruirnos, autodestruirnos, resquebrajarnos, a odiarnos a muerte. Nosotros a hacer de la justicia un cachondeo, a hacer de las leyes una comedia, a hacer de la democracia un juego para sólo ocupar sillones. Nosotros a dejar que lleguen al gobierno incultos, mediocres, vulgares, inconscientes, sin ideas y sin ideales, personajes que ni saben respetar ni respetarse, que se comportan como niños cabreados de colegio, impresentables. Personajes, por un lado, que hablan pero que no hacen, que dicen estar con los pobres y parados, pero para aprovecharse de ellos y construir su propios totalitarismos, que discriminan, que apartan y desprecian a los que no piensan ni actúan como ellos. Embusteros, trileros, demagogos y vende humos, niñatos de papá de clase que hacen como que están contra las clases. Clases las suyas cerradas porque nadie que no sea de la honda pueda siquiera acercarse, entrar en el círculo. Personajes que disfrutan suprimiendo, prohibiendo, cerrando, destruyendo, quemando… sin crear ni levantar nada donde dejan el solar en ruinas y cenizas. Personajes, por otro lado, al otro extremo, acomplejados, miedicas, que no saben relacionarse ni comunicarse, incumplidores de promesas, dados a los pudientes y a la corrupción, que meten la cabeza bajo el ala con tal de seguir en la poltrona. Pilatos que se lavan las manos cada atardecer después de tanta ignominia vista y sembrada.

Me duele España y –lo confieso– pese a que me da miedo decirlo, expresarlo, porque también a mí, a golpes de martillo, me han inyectado la pusilanimidad, el temor y la cobardía, e incluso el desánimo dubitativo porque hasta han llegado a confundirme los gritos y los comportamientos de los “tirachineros” y “catapultadores”. Y porque sé además que éstos me dirán de todo y me las pagarán en cuanto puedan, así pasen décadas.

Me duele España porque veo en los acontecimientos deportivos extranjeros cómo los deportistas cantan unidos y con pasión su himno junto al público que llena el estadio, que están al lado de sus logros gloriosos y aceptan sus errores y fracasos, que aman su tierra. Me duele porque tienen que venir, por ejemplo, los italianos, el pasado jueves, a aplaudir nuestro himno que sonaba para acallar a los indignos que, escondidos en máscaras interesadas, populistas y separatistas, y refugiándose en la libertad de expresión que valoran sólo cuando les viene en gana, estaban silbándolo. Como me duele también el desprecio que tantos trajeados de aldeanismo como descamisados de cara a la galería, pero de buen paño cuando nadie los ve, falsos pacifistas que no cesan de emplear cada vez que hablan términos guerracivilistas, les están haciendo al Día de la Fiesta Nacional.

Me duele España. Me duele, en fin, por muchas cosas. Y la primera y principal es porque –¡qué le vamos a hacer! –, en su plena, variada y rica integridad es como me la enseñaron, la he conocido y la he vivido, haciéndome además sentir orgulloso de ella. Pero sobre todo me duele porque –no puedo remediarlo– la quiero.