viernes, 23 de noviembre de 2018

SONETO NO SEXISTA


La semana pasada recibí las bases de un certamen de poesía, cuya primera base hablaba de la presentación de un soneto que debía tratar el tema: “Cambiar para que cambien las nuevas generaciones”.

La segunda exponía con claridad y en negrita que serían rechazados todos aquellos poemas que contengan un lenguaje sexista.

Me animé. Un soneto clásico podría yo hacerlo sin mucha dificultad. Así que manos a la obra.

Pensé que lo primero era concretar el tema. Hablaría de la reflexión, de mirarse en el espejo de nuestro interior y, tras descubrir el amor que nos forma, sentir la necesidad, en unidad, de cambiar a mejor para así, con el ejemplo, lograr el cambio a mejor de nuestros hijos…

Y manos a la obra. Primer verso endecasílabo:

“Cuando dentro de él se mira el hombre”,

“Eh, eh, un momento”, me dije, “no puedes poner “hombre”, porque aunque el masculino gramatical engloba los dos sexos, el sustantivo puede dar a entender, según los partidarios del lenguaje no sexista, que dejas fuera de mirarse dentro a la mujer. Pues nada, a cambiar el verso:

“Cuando dentro de ella se mira la mujer”,

Adiós, ahora el endecasílabo se ha convertido en alejandrino. Además, al decir solo “mujer” sí es verdad que dejo totalmente fuera al hombre. Pondré entonces: “hombre y mujer”. Vamos a ver:

“Cuando dentro de ellos se miran el hombre y la mujer”,

¡Madre!, van a decir que soy machista por poner primero “hombre” y después “mujer”. Nada, nada, “mujer” primero.

“Cuando dentro de ellos se miran la mujer y el hombre”,

¡Qué desastre! Ahora, en lugar de alejandrino ha pasado a ser un pentadecasílabo o un hexadecasílabo, y para colmo, en vez de a todas las personas, parece que me refiero a que solo es un hombre y una mujer los que se miran entre sí. Pero es que además no puedo decir “de ellos”, sino “de ellas y de ellos”: “Cuando dentro de ellas y de ellos se miran la mujer y el hombre”. Lo que daría lugar a una barbaridad métrica inaceptable. Partiré entonces el verso poniendo por delante “mujer”, cambiaré de lugar el verbo y quitaré de un plumazo “de ellos”. Veamos: 

Cuando se miran dentro la mujer
y el hombre,

Menos mal. Ahora va la cosa mejor. Ya tengo el primer verso de once sílabas y un segundo que empieza a tener buena pinta. Continúo escribiendo.

Cuando se miran dentro la mujer
y el hombre, y ambos ven que, enamorados,
deciden tener hijos…

La métrica continúa por buen camino. Pero no, no, no puedo decir “enamorados”. ¿Por qué no “enamoradas”? Si digo “mujer”, el adjetivo concordante ha de ser “enamorada”, pero si digo “hombre”, “enamorado”; al ser los dos juntos tendría que decir “enamorada y enamorado”. Pondré entonces:

Cuando se miran dentro la mujer
y el hombre, y ambos ven que, enamorada
y enamorado, deciden tener hijos,

Peor. Adiós al endecasílabo tercero convertido ahora en dodecasílabo, y adiós a la rima primera del cuarteto. Pero alguien puede decirme además que al expresarme así también ando fomentando la discriminación, puesto que puedo estar dando una tergiversada visión simplista heterosexual al hacer solo referencia a hombre y mujer, dejando fuera a lesbianas, travestis, transgéneros, homosexuales, poliamorosos, transexuales, bisexuales, asexuales… y demás ales… ¿O es que acaso estos no tiene igual derecho a enamorarse y tener hijos…? ¿He dicho “hijos”? ¿Qué es eso de decir “hijos”?

Otro lío. Pues si digo “hijos” pensarán que todos son varones. Si digo “hijas”, que todas son hembras. Si digo “hijos e hijas”, o “hijas e hijos”, aparte de otra reiteración, puedo discriminar a los que siendo niños se sienten niñas, y a los que siendo niñas quieren ser niños… Y sobre todo puedo herir a los que son hermafroditas, perdón, intersexuales, y a los que no son ni una cosa ni otra ni la contraria, y a los que no saben lo que son y a los que todavía no han decidido lo que ser… Y lo dejo porque solo estoy en el tercer verso y me voy a volver loco y hasta verme en la cárcel por fomentar la exclusión, la xenofobia y el odio.

Así que nada, a la mierda el soneto y a tomar por culo el certamen.  




viernes, 9 de noviembre de 2018

FRANQUISMO, DEMOCRACIA Y LIBERTAD


Ahora, después de haber revivido, que no resucitado, la figura de Franco por culpa sobre todo de un gobierno aliado a socios no muy dados a la unidad de España ni a la Constitución del 78, se ha vuelto a poner a la orden del día el enfrentamiento, por el momento sólo dialéctico, de los partidarios de quien fue el general victorioso que ganando la guerra acabó con una república que parecía estar abocada a un régimen totalitario comunista, y los detractores que lo consideran tan solo un frío y calculador tirano sin cultura ni corazón.

Para los primeros, a Franco hay que agradecerle el que restituyese a la Iglesia sus bienes y templos, convertidos en la contienda en simples cuadras y cuarteles cuando no en cenizas; así como a sus legítimos dueños las casas y palacios requisados. También el bienestar social que se fue alcanzando con el tiempo, creándose centros escolares, hospitales, pantanos, industrias, vías de comunicación… y el boom turístico. De igual manera la seguridad social, viviendas de protección oficial, pagas de jubilación, de viudedad, extraordinarias… Nos salvó de la guerra mundial. Los alcaldes y concejales no cobraban. No había que hacer la declaración a Hacienda. Igualmente, hizo que muchas familias pobres, entre ellas las que lucharon a favor de la República, después de haber visto incluso ejecutados o encarcelados a sus familiares más allegados, tuvieran trabajo, pudieran prosperar y lograr que sus hijos estudiaran y obtuvieran una carrera. Y todo en un clima de convivencia reconciliadora, pacífica, fervorosa, solidaria y esperanzadora. Y en un clamor de pañuelos blancos y vítores por donde pasaba el general que no siempre era obligado ni fingido.  

Para los segundos, Franco solo fue una pesadilla que originaba un sinvivir triste, en blanco y negro, donde la población andaba ahogada por el temblor y la angustia. Una sociedad aplastada por la venganza, el militarismo, el clericalismo, manipulada, retrasada, pobre, sin democracia ni libertades ni derechos, sin participación para poder elegir a los representantes del poder. Escuelas paupérrimas. Hospitales cochambrosos. Mili forzosa. Penas de muerte. Censura. Nada de abortos, ni divorcios, ni matrimonios homosexuales. En definitiva, treinta y tanto años de horror bajo la dictadura de un monigote absolutista, beato de misa y rosario, enano y gordo déspota de voz atiplada, verdugo sin remordimientos, genocida, fascista asqueroso pretendiendo que los pobres no levantaran cabeza, sobrevivir todo lo más, y obligados a sacar a sus hijos de las escuelas a los nueve o diez años. Horrible.  

Y hay que tomar partido. Ante esta dicotomía presentada particularmente ante el hecho de querer sacar a Franco del Valle de los Caídos y de paso desprestigiar a la Corona en cuanto es fruto de una decisión del dictador y la invalidación de la Constitución debido a que también fue obra franquista, uno tiene que tomar postura. Y he aquí el problema. No se puede ser neutral. Ni ver lo bueno dentro de lo malo. No es políticamente correcto. No se permite. O se está contra Franco en todo, absolutamente en todo, o eres franquista radical, puro.

Y lo digo por experiencia. A una persona que sé que me estima, joven, al hablarle de los veinte y pocos años que yo viví en tiempos de la dictadura y ante el hecho de no revestir todo lo que experimenté de espanto y terror, acabó tildándome de “franquista”.   

Y mi pecado fue contar la verdad de lo que sucedió en mi vida durante esos años. Verán, mis abuelos y mis padres fueron de izquierdas, muy de izquierdas. Mi abuela materna era analfabeta. Mi abuelo no. Mi abuelo era creativo y le gustaba hacer murgas para el carnaval y a punto estuvo de ser fusilado, aunque finalmente lo condenaron a cadena perpetua. Sufrieron de lleno la guerra y la posguerra. Eran tremendamente pobres y supieron bien lo que es el hambre de verdad. Pero mi madre y sus hermanos pudieron estudiar aunque tuvieran que ir a Baeza andando por no tener para comprarse el billete del tranvía y tener que copiar a mano y a la luz de las velas los libros que les dejaban compañeros comprensivos más pudientes. Dos de ellas obtuvieron el título de Matrona. Otra el de Maestra Nacional. A mi tío le faltaron pocas asignaturas para ser practicante. Mi otra tía prefirió la fotografía y acompañar a su padre, inventor de carruseles, ya liberado, de feria en feria para desplazarse después a Barcelona donde ella y su marido encontraron un trabajo fijo. Mientras tanto, mis abuelos paternos con algunos de sus hijos migraron a Mallorca.

Mi madre trabajó de día y de noche trayendo niños al mundo y obtuvo fama de gran profesional. Mi padre trabajó en mil cosas. Desde amo de casa a capachero, molinero y fotógrafo, pasando por droguero y ayudante protésico. Y pudieron comprarse su casa, y su otra casa, y otra más, y un coche, y viajar, y veranear unas semanas en Lo Pagán y finalmente hacerse un módico chalé en La Yedra.

A mí me llevaron un tiempo a una escuela de portal que era un viejo pesebre. Después, estuve dos cursos el colegio público de la Trinidad. A los diez años entré en el instituto recién inaugurado San Juan de la Cruz. Y de allí a la SAFA donde hice Magisterio. Y todo gratis. Los últimos años con becas. Y a todos les estoy agradecido. También a los curas. Bien es cierto que unos maestros fueron mejores que otros, y que mientras algunos me ayudaron amablemente, otros hasta me pegaron y castigaron con dureza, pero no guardo rencor a nadie, después de todo a todos ellos les debo lo poco que soy y lo mucho que siente mi corazón. Mi hermano, que estudio en los salesianos, se hizo médico en Granada y después odontólogo en Madrid.  

Quiero decir que con Franco no todo fue negativo ni terrible. Como tampoco ahora, en democracia, no todo es idílico y perfecto. Hoy hay muchísimas personas sin trabajo, y jóvenes que no pueden estudiar, y muchos que después de numerosos estudios y varias titulaciones, están en el paro cuando no han tenido que emigrar, y familias que no pueden aspirar a comprarse siquiera un rincón donde vivir… A no pocos los dejamos morir, una y otra vez, como perros anónimos a la orilla del mar. A muchos los condenamos y hasta odiamos por ser de tal o cual partido. La violencia, el robo, la delincuencia, los malos tratos, el relativismo, el enchufismo, el chalaneo, el miedo y el terror se han convertido en costumbre. Hay dieciocho gobiernos con sus dieciocho cortes de innumerables vivales apegados. La corrupción atufa y anda por todos sitios. Abortar es un derecho. La indigencia abunda. La cultura es más chabacana que sublime. Las demagogias y los separatismos están desatados. Los impuestos son asfixiantes. El control sobre nuestras vidas es casi total. La moral, la ética y los valores, en lugar de mejorar, han ido esfumándose para dar paso a la mala educación, la grosería, la irrespetuosidad, la irresponsabilidad, la mentira, la informalidad, la falta de palabra, la incoherencia, la morosidad, la hipocresía, la falsedad, la cobardía, el egoísmo, la estafa, la prevaricación… Tampoco hay verdadera separación de poderes. La política, la justicia y las universidades están desprestigiadas. Ni siquiera uno puede tener auténtica libertad de pensamiento, creencias y expresión. Porque si bien es cierto que no te fusilan, ni te meten en la cárcel por decir lo que piensas, crees y sientes, ni te golpean, como podía suceder durante el franquismo, sí te lo pagan, lo que a veces puede ser hasta peor, con las rejas de las etiquetas, el apartheid, la indiferencia, las represalias y la persecución, cuando no con los golpes del absoluto desprecio por no estar en el mismo sendero de los que quieren que seas y expreses lo que ellos quieren que seas y expreses.

Y a los hechos me remito. Como decía anteriormente, por hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión y decir lo mismo que ahora escribo a esa persona que sé que me estima, me catalogó, como me catalogarán unos cuantos más después de leer esto –con lo que ya sabemos que eso significa y acarrea– de “franquista”. 

Pero se equivocan. Si algo tiene valor para mí es la LIBERTAD. De ahí que no me haya vendido nunca a nadie ni me haya doblegado al poder. Y como también sé que la libertad es hija de la verdad y madre de la honradez, no puedo ni debo tergiversar ni cambiar la Historia, al menos la historia que he vivido, como ahora hacen muchos aprovechados y numerosos intelectuales y escritores partidistas con estómagos agradecidos, y sí mostrar las dos caras de la misma moneda, al tiempo que procuro expresar la realidad presente que vivimos. Y si como consecuencia de ello me llega el insulto y la discriminación de algunos, pues bienvenidos sean. ¡Qué le vamos a hacer! Ser libre nunca salió barato.