
Lo que me admira, en general, de las derechas, es que no
saben lo que son ni a qué pertenecen. Como no tienen las ideas muy claras y se
les compara permanentemente con los franquistas, están acomplejados, miedosos y
perdidos. Suelen tender a la riqueza, de ahí que vistan al estilo pijo. Saben
administrar muy bien, eso es indudable, aunque sea a fuerza de asfixiar y dejar
a muchos en la miseria. La economía es lo único que de cierto les preocupa,
caiga quien caiga. Conservar les agrada. Privatizar les fascina. Y a casi todo
lo demás, sobre todo en lo referido a lo social, que le den. Hacen intentos en
educación y enseñanza pero poquito, y en el aborto igual, no, pero mejor que se
quede como digan los otros. Y si se ven muy, pero que muy perjudicados, hasta
pueden salir en manifestación con silbatos, disfraces y cantando canciones
color esperanza. Y si algunos, que siempre los hay, enloquecen y se lían a la
gresca, de asesinos, terroristas, nazis y guerracivilistas no hay quien los
libre para el resto de sus vidas. Y como no quieren pecar porque pecar es muy
malo y lleva al infierno, y para no entrar en conflictos, cuando están en el
poder ponen todos sus esfuerzos en seguir dándoselo todo, premios, honores,
distinciones, nombramientos, puestos de trabajo, subvenciones… y lo que haga falta, a los de
izquierdas para tener la fiesta en paz. También los medios de comunicación les
encantan.
Pero los que más me admira, de verdad, son los que ni se
sienten de izquierdas ni se sienten de derechas, porque aunque están condenados
al ostracismo, la indiferencia y la invisibilidad, se saben libres y quieren
ser independientes, como la lluvia, o el sol, o el mar… Dueños ellos de ellos
mismos, sin consignas a las que hay que obedecer, sin lemas a los que hay que
servir, sin muletas que obligatoriamente hay que llevar; libres como los
pájaros, aunque nadie les dé un sorbo de agua. ¿Para qué? Ya irán al arroyo con el sudor de su frente y
jugársela ellos para beber un trago, aunque tengan que morir en el intento. Ya
sé que no es igual que beberla en bares de cinco estrellas y con gas, pero
merece más la pena, porque al final todo sobra y lo único que queda es la
satisfacción de que no los han doblegado porque han vivido de pie y nunca de
rodillas, porque han volado y visto el mundo desde las nubes. Y, sobre todo, porque
se han negado a entrar en el juego de ser simples peones que los listos mueven.