jueves, 23 de junio de 2022

KARMA POLÍTICO

En ningún país serio puede suceder lo que en España. Eso de que en Cataluña los separatistas hagan lo que les dé la gana con la connivencia del gobierno de la nación, que no solo busca mirar para otro lado, sino que se conchaba en alianzas, subvencionando además sus caprichos con grandes cantidades y dádivas, es de tal indignidad que apabulla. Y todo para no enfrentarse nuestros gobernantes socialistas-comunistas a quienes, acomodados en la esquina noreste, solo intentan destruir a los que no piensan como ellos. Socialistas-comunistas que pretenden, a cambio de tanta rendición, y en contraprestación, ser apoyados por estos contumaces para poder gozar el máximo tiempo posible del poder. Y después, el que venga detrás que arree.

Y no escarmentamos. Los catalanes independentistas con mando en plaza ya han ido minando la convivencia desde hace décadas. Ya han creado un clima irrespirable que oprime y humilla. Ya han logrado que muchos españoles los desprecien. Y poco les importa si ciudades y pueblos suyos, antaño acogedores, modernos y luminosos, sean ahora ariscos, cutres y grises. Y hasta el Fútbol Club Barcelona, años atrás siembra de seguidores deslumbrados por unos colores emanados de una ciudad a la altura de las mejores de Europa y símbolo de vanguardia y progreso, es hoy una ruina sosteniendo un estadio politizado que se cae de vejez, desunión y tristeza.

Y no paran. No hay manera de que un niño estudie ahí en español. Ni la mitad de las clases, ni el veinticinco por ciento, como mandan todos los tribunales de justicia habidos y por haber, ni un solo segundo siquiera. Vamos, ni en los patios de recreo. Ni en las guarderías. Sus cojones. ¿Se habrá visto mayor fascismo, totalitarismo y aldeanismo? ¿Se habrá visto mayor dejadez y permisividad? ¿Se habrá visto más alta traición? Y digo yo, si ellos se pasan las sentencias judiciales por el arco del triunfo, ¿por qué los demás hemos de acatarlas? Me niego. Pero si me niego, ya verán dónde voy.  

Y el colmo, ahora ya no solo es que se den las clases y los recreos en catalán, es que se tergiversa abiertamente la Historia, se manipula, se cambia, se convierte en falacia, se usa para adoctrinar, para enfrentar, para lavar cerebros, para crear fanáticos. ¡Qué terrible! ¡Qué horror!

Y no hay manera de impedirlo. Hasta el consejero de Educación de la Generalidad sale en los medios de comunicación jactándose de no obedecer a la Justicia y de que la Historia sirva a la causa para poder salir cuanto antes de la tremenda opresión española.

Y aquí habría que plantarse y tomar decisiones valientes antes de seguir degradándonos todos y acabar sin ninguna decencia ni honra. Una, aunque muy difícil de llevar a cabo, por razones obvias, podría ser la de concederles la independencia sin más concesiones económicas, ni más mercadeo, ni más mercedes, levantando fronteras. Que ellos aceptarían encantados sabiendo que la robustez de los límites duraría un simple soplo de reloj. Al fin y al cabo, somos hermanos, ¿no?, hemos convivido muchos siglos juntos, ¿no?, hemos de ser solidarios, ¿no? Venga, hombre, pelillos a la mar. Y otra, la de dar un golpe en la mesa y decir basta. Y cumplir y hacer cumplir las leyes y la Justicia. Y no dar pábulo a los golpistas, ni agua. Y no porque piensen diferente a la mayoría de los españoles, sino por no cumplir la Constitución y andar saltándosela a su antojo. Si quieren independencia que empleen los cauces legales en ella misma marcados. Y si así lo consiguen, nada hay que decir al respecto, tan solo felicitarles.

¿Pero este cascabel quién se lo pone al gato? ¿Quién se pone aquí serio? Nuestro presidente actual no lo hará. Él se oculta entre la maleza y las rocas como hacen las lagartijas. Y los mima y los sobrelleva y los riega y hasta se enorgullece de su pacto, ese pacto que juró una y otra vez no lo haría por nada del mundo, ni con estos ni con los otros, morados y herederos de manos manchadas de sangre, mintiendo con descaro y engañándonos a todos miserablemente, al tiempo que nos ahoga la crisis económica, la devastadora inflación, el desorbitado gasto, el aborto (hasta de menores sin permiso paterno-materno), el paro, los impuestos, la mala gestión de exteriores… y la obtusa y constante publicidad vomitiva.

Y luego vienen algunos, entre ellos ciertos políticos de mi pueblo, y dicen no entender cómo el PSOE pierde las elecciones en Andalucía de forma tan abrumadora, aparte de perderlas en otras comunidades. Ciegos, que estáis ciegos. Y más que vais a perder de seguir inmutables bajo las directrices del señor Sánchez, incluso, como os descuidéis un poco, y por más logros que hayáis conseguido, las municipales, que ya es decir. Porque la mentira es una negra sombra que por más que quiera aparentar luz siempre acaba trayendo y envolviéndolo todo en oscuridad. Algunos lo llaman karma. Pues eso.

jueves, 9 de junio de 2022

CONSTANTE DESPEDIDA

Vivir es una constante despedida.

 

Cada día, cada hora, incluso cada segundo nos andamos despidiendo de algo o de alguien. Vemos lo que ya nunca más volveremos a ver de igual manera. Una nube, un rayo de sol en el jardín del patio, un niño o un anciano que cruza cerca de la ventana, una ropa tendida en el balcón, un pájaro que pasa atravesando el cielo, un chorro de agua danzando en una fuente, un amor de juventud, el primer beso, el primer abrazo, el primer sueño…, y unos padres que se fueron y unos abuelos con los que apenas convivimos…, y muchos familiares y amigos con los que hemos compartido gozos y tristezas, sacrificios y confidencias…, y, de golpe, ya no están, ya no estarán jamás…, se marcharon en el tren del olvido y nos dejaron ahítos de tristeza.

 

No hay más que pasear por los lugares de la infancia para comprobarlo, desde la perspectiva de la lejanía, con mayor claridad. Cruzar las calles de niño es saber que todo ha cambiado, que, aunque se acerca a ti su imagen borrosa, ya no está, ya no estás, que hay una barrera tan intemporal como espesa que lo impide, que te despediste de él, sin ser consciente siquiera, cuando se subió al tren de la constante partida; como te despediste de los ruidos de entonces, del griterío, de los cantos, de las casas que fueron y ahora están, si no ruinosas, remodeladas, de los compañeros que nos salen al paso cual espectros invisibles, de la vecina que nos regañaba porque hacíamos demasiado escándalo pateando la lata, del perro sin dueño que era de todos, del viejo gruñón al que molestábamos golpeando el llamador de la casa, ahora abandonada y fría, con un hilo que se alargaba hasta algún ridículo coche aparcado enfrente, tras el que nos escondíamos de manera desvergonzada… Todo perdido ya, todo lejano, todo muerto.

 

Y aquí vivía este y aquella y aquel. Y de cada uno guardamos una imagen fija, un momento concreto, un instante que no quiere ser enterrado del todo en la memoria porque entonces la amnesia nos haría sangrar el alma de terror. Los recuerdos son aliento que nos sostiene para no desfallecer en el camino. Son estrellas fugaces que nos mantienen en alerta para que no escondamos en el bolsillo del ser el pañuelo del adiós mientras los trenes van pasando con dirección el horizonte del no retorno. Son estupefacientes para hacernos creer eternos en un mundo efímero, porque, aunque todos nos sabemos mortales, la muerte siempre queda lejana y nunca es nuestra sino de los demás. 

 

Pasear por estos lugares nos da la medida justa de las muchas, casi infinitas despedidas que hemos realizado. Algunas, despedidas ligeras, casi imperceptibles, livianas…, y otras, despedidas inmensas, dramáticas, trágicas… Cadáveres sobre los hombros que cada vez pesan más.

 

Y así una y otra vez, despidiéndonos constantemente, dejando atrás estelas de vida, cenizas sin forma, humo sin conciencia. Y así hace años, y así el mes pasado, y así ayer…, y así hoy mismo, y así en este preciso momento en que golpeo las teclas del ordenador y me equivoco en una letra y tengo que borrar la palabra. Cuántas despedidas al escribir este texto, al corregir, al retocar, al fijar… Tantas despedidas por segundo en la vida, con tanta rapidez que…, cuando menos lo espere, me habré despedido de mí mismo de forma total y ni me habré dado cuenta.

 

Y es que, a fin y al cabo, vivir es un lápiz que va dibujando presentes y al mismo tiempo una goma que los va borrando, dejando solo pequeñas manchas, como de agua, que ya el sol de la oscuridad se encargará de secar definitivamente.