domingo, 23 de abril de 2023

SEQUÍA

Estamos inmersos en una gran sequía. El campo está de pena. Yo la sufro cada día cuando me adentro por esas veredas perdidas por los cerros, al igual que lo he sufrido hoy al visitar el puente Ariza y verlo abandonado en su plena integridad sobre un inmenso manto de yerbajos medio amarillentos, cuando debería estar completamente sumergido en agua, aunque gritando su indigno ahogo monumental de siglos por no ser rescatado. Por cualquier lado, aflora la sequedad. Todo lo más, pequeñas florecillas silvestres y alguna que otra mariposa oscura revoloteando sin rumbo ni elegancia, así como numerosos reptiles huyendo para esconderse entre las rendijas de las piedras, más que asustados, confundidos. Los olivos en flor, brotándoles el cañamón, pero envueltos en melancólica tristeza. Y pese al sol radiante y el cielo azul rabioso, y aunque estemos celebrando la primaveral Pascua de Resurrección, no hay sensación de contento. 

Y las nubes no llegan. Y los profetas callan. Ya no hay ni un solo jeremías que salga a la tribuna de la plaza y levante la voz diciendo que estamos condenados por nuestras propias miserias y pecados, y que no llueve porque no tenemos arreglo, porque somos, más que otra cosa, escribas y fariseos, sepulcros blanqueados, raza de víboras, judas con los cuchillos alzados, hipócritas… Sí, porque hay que decirlo claro, la sequía es un castigo, si no de Dios, de la misma naturaleza –que tiene entidad en sí misma y es sabia–, que se rebela ante tantos desatinos y crueldades que cometemos contra ella. El cambio climático nos está envolviendo y asfixiando, aunque muchos lo niegan porque todo tiene que ensuciarse con la política y los intereses monetarios, sociales y periodísticos. 

 

En los tiempos antiguos se hacían rogativas. ¿Vamos a hacer ahora lo mismo? ¿Es que alguien cree que por sacar una imagen a la calle va a llover? Y cuando hayan salido cientos de cristos, vírgenes, santos, santas y san isidros… y por esas cosas que pasan, llueva, ¿nos pelearemos por ver a quién de ellos le debemos el favor…, como hacían nuestros antepasados? 

 

¿Que sí pero que no? Pues nada, venga, hagamos rogativas, saquemos a todas las advocaciones a las calles…, pero para que tenga efecto el milagro, se necesita fe, eso lo sabe todo el mundo, y tener fe quiere decir no creer en que la imagen tiene poder, sino que el poder radica en Dios único a quien se llega desde la limpieza del corazón de cada uno…, del corazón común, el de todos unidos. Así que, si dejamos de odiarnos, de golpearnos, de maltratarnos, de traicionarnos, de discriminarnos e indiferenciarnos porque no eres de mi grupo “selecto”, de ser injustos e insolidarios…, y amamos de veras la naturaleza y la cuidamos y mimamos, sabiendo que es la casa común que nos acoge, sin demagogias, mentiras ni egoísmos…, puede que vuelvan las lluvias. Pero, cuando vuelvan, y cerremos los santos en sus capillas, que los corazones no se encierren en velas, báculos, medallas, flores, tambores y trompetas…, sino que sigan en la lucha de convertir la sequía de dentro en incesante fresca lluvia de paz, solidaridad, respeto y clara convivencia.

Y que llueva, que llueva pronto y mucho. ¡Ojalá! Aunque nunca llueve, ya lo saben, a gusto de todos. 

 

lunes, 10 de abril de 2023

TODOS, MENOS DIOS

Es acabar la Semana Santa y a uno le surgen demasiadas preguntas. 


La expectación ha sido grande. Los hoteles llenos. Los turistas por miles. Los bares y restaurantes a rebosar. Los penitentes y nazarenos numerosos. Los costaleros y portadores superándose. Las mantillas primorosas. Los tronos y pasos bien presentados. Las bandas, filarmónicas, agrupaciones musicales y demás, en gran cantidad, incansables y estupendamente ensayadas. Los cortejos recreándose en la parsimonia. Las autoridades cumpliendo sin falta. Las revistas, boletines, programas, cartelería… por demás. El tiempo de dulce. Las calles abarrotas. Las iglesias medio vacías… ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios?

Porque si echamos la vista alrededor, uno tiene que hacerse preguntas. No pocas veces da la impresión de que andamos en esos tiempos bíblicos que reflejan algunas películas, donde aparecen fiestas desenfrenadas, envueltas en alcohol y lujuria. Fiestas para la pura diversión, en donde la gente, vestida con inmoderación y actuando sin respeto, con vasos de cubalitro o botellas de cerveza, beben, ríen, se besan, se abrazan y se tocan al paso de los cristos y las vírgenes que en esos instantes más bien parecen muñecos que anuncian las ferias del pueblo. Y qué decir de los que, abarrotando algunas calles, ebrios y ciegos etílicos, hablan a gritos, se carcajean y ligan sin mirar ni importarles el cortejo penitencial que anda pasando por su lado. Y no digamos de aquellos penitentes que aún vestidos con sus túnicas y capirotes andan, tras terminar la procesión, metidos en bares poniéndose morados. 


Por otra parte, dentro de las cofradías, se viven momentos de emociones inenarrables, encuentros entre hermanos, abrazos entre lágrimas, rezos sentidos… y un procesionar con verdadera meditación, penitencia y sacrificio.


Y por el contrario a todo esto, en los templos, dentro de los cultos establecidos, los oficios y vigilias…, prácticamente nadie en comparación. Allí se muestra a Cristo, se lee la pasión, se adora la cruz, se reviste el sagrario, se ora, se goza la resurrección y se presenta el Dios hecho Eucaristía que se deja comer para tener vida eterna…, pero nada, cuatro gatos.   


¿Qué pasa aquí? ¿Cómo actuar? Ante esto, muchos son los que opinan que todo está paganizado, que las procesiones son meras excusas para las vacaciones y la juerga, y que la Iglesia está haciendo el ridículo manteniéndolas, por lo que debería de suprimirlas o transformarlas en manifestaciones de orden más privado e intimista.  Otros son de la opinión de que algo deja el paso de las imágenes, que son catequesis populares, que todavía son muchos los que se santiguan y piden y le agradecen al verlas pasar cerca. Los hay que las defienden por ser tradición de siglos, raíces de vida, herencia de padres a hijos, motivos de encuentro y unidad familiar, anuncio de la primavera. Y también están aquellos que consideran que en ningún momento han de dejar de salir a la calle porque eso, en el fondo, fastidia mucho a todos los contrarios, ateos, agnósticos y demás incrédulos. 

Y mientras tanto, ¿qué opina Dios? ¿Qué dice Dios de todo esto? ¿Lo acoge todo con una sonrisa angelical? ¿Nos ama tanto que todo el mundo es bueno? ¿Es tan comprensivo que a nada le da importancia? ¡Cosas de jóvenes, la vida es así, esto es lo que toca vivir, no estamos en la Edad Media…! ¿Qué de malo tiene comer y beber, tener relaciones, disfrutar, gozar a tope…? Si Jesucristo bajara de nuevo a la tierra se pondría entre el gentío del bar de copas y tampoco miraría la procesión ni iría a la iglesia…, me decía muy convencido el mismo Viernes Santo un amigo muy ilustrado. 

 

¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? Y particularmente, ¿dónde está en Semana Santa? Nadie lo sabe. Lo mismo está en todo y en todos o lo mismo no está en ningún lado ni con nadie. Yo no lo sé. Yo solo digo lo que dijo aquel poeta, que dicen era ubetense, en pleno franquismo (¡anda que si viviera hoy!), que escribió un poema extraordinario y lo dio a conocer sin firmarlo, por lo que se considera anónimo a pesar de habérsele atribuido a diferentes autores: que estaban muchos, que estaban todos…, ¡TODOS, MENOS DIOS!

 

Pues eso.