viernes, 23 de diciembre de 2022

LOS TRES REYES MAGOS

                      





                                  Era otra vez la noche silenciosa y helada.

                                  Las estrellas brillaban tras la niebla encendida.

                                  Yo, muy niño, inocente, antes de irme a la cama,

                                  miraba hacia la calle, sombría e infinita. 

 

                                  El sueño era ligero. Dispuestos los zapatos 

                                  –al pie de la ventana, desgastados de usar–  

                                  a dar la bienvenida a los tres Reyes Magos. 

                                  El reloj se paraba. Mi corazón igual. 

 

                                  Y llegaban despacio, sin hacer ningún ruido.

                                  Todo como de magia que se envuelve en la noche. 

                                  Y yo me despertaba de un sueño no dormido

                                  y encontraba lo justo que encuentra un niño pobre. 

 

                                  Unos zapatos nuevos, un par de polvorones 

                                  y algún juguete humilde. Todo un gozo sentido, 

                                  todo un gran sentimiento, tornado en escozores

                                  al ver grandes regalos en otros niños ricos.

 

                                  ¿No se habrán confundido? Triste, me preguntaba. 

                                  Porque no puede ser que al niño que más tiene

                                  más regalos le traigan y a quien no tiene nada 

                                  apenas si le dejan lo mismo, lo de siempre.

 

                                  ¿No habrá sido mi error? Tal vez jamás mi escrito

                                  les llega donde habitan. Porque ¿cómo entender

                                  que no me dejen nunca aquello que yo ansío?

                                  Seguro que es mi culpa que no sé hacerlo bien.

 

                                  Y así un año tras otro. A ver si lo consigo.

                                  A ver si tengo suerte y les llega mi carta.

                                  Y la leen con esmero y me traen lo que pido. 

                                  A ver si este año sí… No pierdo la esperanza. 

 

                                  Porque yo, aunque ya viejo, herido de injusticias, 

                                  cuando llega esta noche, pese a los desengaños, 

                                  como aquel niño pobre, que apenas si dormía,

                                  sigo creyendo aún en los tres Reyes Magos. 

 

 

Sigo creyendo aún en los tres Reyes Magos porque sigo creyendo en Jesús de Nazaret. Sigo creyendo en los tres Reyes Magos porque en este teatro que es la vida, son los únicos seres limpios, capaces de traer ilusiones, misterio, bondad y paz 

 

Sigo creyendo en Jesús dentro de unos seguidores que, tristemente, en nada nos diferenciamos de los que no lo son. Empezando porque andamos desunidos. Y siguiendo porque tenemos iguales comportamientos, las mismas ambiciones, parecidas falsedades… Buscamos ser primeros, nos vestimos de arrogancia y vanidad, saboreamos la venganza. Y no tenemos modelos que nos animen en el camino.   

 

Y como consecuencia, dada tanta incongruencia, los corazones se enfrían, la fe se congela y los templos se van vaciando. Y mientras tanto, aprovechándose de tanta soñolencia, desunión y cobardía, llueven leyes absurdas, decretos denigrantes, disposiciones que dislocan, proyectos que sobrecogen, pactos que avergüenzan… Y el hombre y la mujer van perdiendo dignidad, valores y sentido de vida. 

 

Y huyo e intento perderme. Y al mirar al cielo, cada vez que lo hago, observo una estrella que brilla sobre las demás. Una estrella que marca hacia mi interior. Pero al mirarme dentro, veo que tampoco tengo a Jesús, que también se me ha perdido por los cerros de Úbeda. Busco entonces escribir a los tres Reyes Magos, a ver si tengo suerte y mi carta les llega, y esta vez me conceden lo que les pido que, ahora, ya al final de mi vida, no es otra cosa que me lleven con ellos al portal de Belén para encontrar definitivamente al Niño Dios, y adorarlo, y regalarle lo único que tengo y que me queda: mi pobre corazón cansado. 

 

 

 

martes, 13 de diciembre de 2022

CABE LA ESPERANZA

Cansado e indignado por la desastrosa y nefasta política, que está llegando, entre otros muchos esperpentos, a que los delincuentes pacten su propia condena con el gobierno, librándose de la sedición y la malversación, con el agravante además de que, mientras se lleva a cabo esta ignominia con nocturnidad y fiestas, estos golpistas, que podrán irse de rositas ahora y después, andan diciendo, sin parar, a las claras y con arrogancia, que lo volverán a hacer de nuevo para conseguir definitivamente la independencia; así como apenado también por tanta inflación, corrupción, robos, delincuencia, malos tratos, suciedad de calles y plazas, arboricidios, medallas póstumas protocolarias, tristes y frías, monolitos recién puestos y ya oxidados en la Corredera en recuerdo de personajes con fechas y cargos equivocados, discusiones, odios, insolidaridad…, me encuentro con una noticia estrella en el árbol de mis vivencias. 

 Se trata de un matrimonio de Úbeda, ya entrado en años, impactado aún por el terrible accidente de coche que sufrió su única hija, en el que falleció, quedando además parapléjica su única nieta. Esta, las Navidades las pasaba aquí, en familia, pero también con las amigas, disfrutando de lo que más le gustaba, patinar sobre el hielo en la pista instalada en la plaza de toros. 

 

Este año no podrá ser porque las pasará con su padre y sus otros abuelos muy lejos. El matrimonio, roto por la tristeza y el desconsuelo, había decidido no sacar de la buhardilla las cajas de cartón que contienen los adornos navideños… Y menos el Misterio, por mido a ser irreverentes cuando no blasfemos. 

 

Pero he aquí que, hace unos días, la nieta, sabiendo que no estará con ellos en estas fiestas, aprovechando el puente, ha venido a visitarlos. No puede andar por sí misma, pero se mueve con facilidad en su silla de ruedas, y lo más importante y digno, irradia alegría. 


Al enterarse las amigas, vinieron a verla, sacándola a pasear por las calles ya iluminadas con la intención no desvelada de llevarla el coso de San Nicasio. Y ahí fue la sorpresa. Al entrar, las amigas pusieron en los pies de la discapacitada unos patines y, a peso, sostenida por ellas, pudieron dar juntas, entre risas y aplausos, unas cuantas vueltas sobre el suelo helado convertido ahora en clara hoguera de amor y de amistad. 

 

Al día siguiente, cuando la nieta se levantó, los abuelos habían adornado ya la casa y habían puesto el Nacimiento en su lugar. Sobre el pequeño Belén colgaron también la típica cartela de todos los años en la que se podía leer: DIOS HA NACIDO, FELIZ NAVIDAD. 


Y yo, lo confieso, al conocer la noticia, tan sencilla como luminosa, he sonreído emocionado, y pese a tanta niebla y miseria humana que nos envuelve, me he dicho: Todavía hay luz. Cabe la esperanza. 

 

Pues eso, FELIZ NAVIDAD, amigos.