La Iglesia Católica anda un tanto revuelta dentro de su seno.
Se cuenta que a nivel mundial va perdiendo adeptos. Los templos, en no pocos
lugares, andan casi vacíos. Gran cantidad de misas son tan frías como tristes.
El amor entre los fieles escaso. Y hay más, la palabra que se predica no
concuerda con la coherencia de los hechos, empezando por los mismos sacerdotes,
muchos de ellos desilusionados, decepcionados y cansados.

Y entre
todo ello y ellos, el Papa. ¿Se han dado cuenta? Pobre Papa Francisco. Unos
diciendo que es un aire fresco, un renovador, un hombre fiel a Jesucristo, un
profeta, un verdadero seguidor suyo, cercano a los pobres, los enfermos, los
inmigrantes, los humildes…, un elegido que habla claro del Evangelio, de la
misericordia, del perdón, del servicio…, que viste con sencillez, que huye de
parafernalias, que dice las cosas claras… Otros diciendo que es un pobre
hombre, un desquiciado, un deslenguado, un apóstata, una persona indigna, un
antipapa… Alguien a quien los más tradicionalistas y reaccionarios no quieren
llamarle Santidad, ni Ilustrísima, ni Reverendísima, ni siquiera Papa Francisco;
le dicen despectivamente “Bergoglio”. Alguien a quien desprecian. El otro día,
un bloguero, muy católico, apostólico y romano, como el mismo se define, y para
quien todo es pecado que lleva irremisiblemente al infierno eterno, escribía: “Rezo y sigo rezando porque su pontificado
sea el más breve de la Historia, después, claro está, del de Juan Pablo I”.
Habrase visto. Pero, señor católico, apostólico y romano, ¿rezar así no es un
gravísimo pecado? Además, ¿no debe ser el Papa, como todo cristiano, un
auténtico imitador de Jesús de Nazaret? ¿No es el Papa, también, el elegido por
el Espíritu Santo? Pues a aceptarlo, mirarlo y escucharlo entonces con amor y respeto.
¿O es que sólo admitimos la intervención de Espíritu cuando me interesa o se
acerca a mis gustos, pensamientos y forma de entender la fe? Lo mismo les digo
a los que ahora alaban a Francisco y antes despotricaban sin piedad contra Juan
Pablo II y Benedito XVI.
No vamos bien, amigos. Y así nos
va. El ejemplo que está dando la Iglesia deja mucho que desear. Ya lo dijo San
Pablo: “¿Qué es eso de yo soy
de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo…, os ruego, hermanos, por el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente y no haya
entre vosotros cisma…” Pues
nada, eso es lo que hay: cisma… Un nuevo cisma, por el momento encubierto, que
puede incluso, si se agrava la cosa, hacerse oficial. Y no por verdadera fe y
servicio a Cristo, sino por egoísmos, intereses particulares, parcelas de
poder, privilegios, salirme con la mía… Un cisma que llega, no porque unos y
otros busquen la Verdad…, sino porque en realidad no se ama de todo corazón ni
a Dios ni al prójimo.