Cuando se acercaba a alguien, lo hacía siempre con una
sonrisa tan natural y especial que te vencía el alma. A partir de ese
instante ya podía pedirte algo que era imposible negárselo. Por ello, todo
cuanto se propuso lo consiguió.

Y es que don
Juan, perteneciente al Opus Dei, cercano y atrevido, bondadoso y servicial,
sereno y valiente…, se dio sin reparo y sin límites, gozando de su labor como
sacerdote, sintiéndose, además, muy orgulloso de serlo.
En más de
una ocasión, sonriendo, se acercó también a mí. Me pidió dar recitales en
Ibros, vino a Úbeda a ver, por muchos años, con cientos de feligreses, nuestras
representaciones teatrales, nos invitó a representar “Natividad” en
Torredonjimeno e influyó para que “El afortunado” se pusiera en diferentes
ciudades… Y siempre me animó y me consideró…, y me quiso. Incluso tuve el honor
de que asistiera en Baeza, hace poco, a mis obras “Malos tratos”, en el teatro
Montemar, y “El poder de la oración”, en el convento de las Agustinas,
saludándome cada final con su singular delicadeza y cariño. Ese día, en la
sacristía, me habló de que iba hacer cuanto estuviese en su mano para que la
obra dedicada a Santa Teresa de Jesús se siguiera representando.., sin saber
yo, cuando nos despedimos, que era la última vez que nos veíamos. Ahora, don
Juan descansa en paz lleno de gozo. A lo largo de su vida fue, según él mismo
dejó escrito, feliz. Pues si en su estancia terrenal lo fue, ¿cómo no lo va a
ser mucho más ahora que anda en el reino al que siempre soñó llegar? Dichosa
estancia, don Juan, junto a los ángeles monaguillos, en la hermosa parroquia de
la eternidad.