
De ahí que no entienda tampoco ese afán de no saber leer ni
entender la Historia, que son hechos que suceden dentro de un contexto propio
de un tiempo, de un espacio, de una forma de entender las cosas, de una manera
de vivir, de pensar, de ser…, hechos que no se pueden extrapolar al presente, acoplar
a los parámetros del hoy, ni se pueden borrar. La Historia debe quedar tal como
fue, no para copiarla, sino para aprender de ella, sacar lo positivo y no
volver a repetir lo negativo. La Historia debe ser también respetada, y si
nuestros antepasados valoraron hechos y personas por su modo de ser, de creer o
de soñar, y levantaron obras acordes a sus modos de sentir, nosotros no somos
quienes para ahora, con nuestra mentalidad propia de una época, que también
será, no me cabe duda, más que imperfecta y criticable para las generaciones
futuras, despreciar y devastar lo que ellos construyeron. No se puede, por
ejemplo, yéndonos a un pasado de otras edades, destruir la estatua levantada a un
personaje determinado porque ahora pensemos que su forma de ser o de actuar no
se acopla a nuestro pensamiento. Como no se puede, yéndonos al pasado próximo,
dentro plenamente ya de nuestros parámetros de entendimiento, quitar, por
ejemplo, una calle a una persona por el simple hecho de que sus creencias o
ideas políticas no sean las mismas que las de los nuevos que llegan al poder,
con la intención añadida de dársela a otra afín a ellos, sin analizarlo antes
debidamente, sin aclarar los motivos, sin estudiar la repercusión social, sin
consensuarlo políticamente, sin escuchar el clamor popular, porque, entre otras
razones, así también legitimarían a los que viniese después contrarios a ésos a
hacer lo mismo, llevándonos de este modo a una imparable cadena de quito y
pongo que sólo conduciría a rencillas, odios y venganzas. Todo, además, no
puede ser política. Como tampoco todo tiene que ser medida de las ideas particulares
que profesamos y los modos de pensar que tenemos. Nada más maravilloso que ser
unos de izquierdas y otros de derechas, ateos y creyentes, blancos y negros…. y
todos respetarse, considerarse, aceptarse, incluso quererse más allá de
pensamientos, ideologías, creencias, razas o sexo.
Hoy, amigos, corremos el peligro de jugar con la Historia,
acomodarla, tergiversarla, reescribirla, deformarla, mal enseñarla, cambiarla…,
según interesa, según me conviene, según creo, según me va… Y eso es muy grave.
Porque la Historia es como un ente vivo, como una bomba de relojería, que si no
sabemos hacer uso correcto del reloj que la controla, nos puede estallar en las
manos y acabar todos por los aires.