Internet está lleno de citas y de pornografía. También hay burdeles y prostíbulos por todas las carreteras y pueblos. Y festivales, pub, discotecas, garitos de todo tipo…, y turismo sexual donde nadie conoce a nadie. Es más, hay algún que otro sacerdote que tiene su amiga o su amigo mayor de edad particular con derecho a roce…, aparte los que se secularizan. Pues bien, cualquier sacerdote que se dejase caer por alguna de estas pendientes, pese al escándalo que supondría para muchos el que saliese a la luz pública, tiene perdón, y si no de los hombres, sí, cuando menos, de Dios.

Y esto no se debe permitir. Aquí no valen la prudencia y la caridad de las que tanto ha venido alardeando la Iglesia Católica. Aquí solo vale la denuncia y dejar que actúe la Justicia, con mayúscula, para que, eso sí, no paguen justos por pecadores. Y apartar radicalmente, sin miramientos, del orden sacerdotal a los culpables. Un señor consagrado que es capaz de poner sus manos sucias encima de un pequeñuelo o pequeñuela buscando satisfacción sexual, no puede después tomar en sus manos la Eucaristía para elevarla sobre el altar, porque ni el mismo Cristo se quedaría ahí. Dios, que es vida y pureza absolutas, no puede aparecer en las manos putrefactas de un muerto, de un cadáver, de un esqueleto espiritual.
Y perdonen mi vehemencia, pero es que cuando veo a un niño o a una niña, que podrían ser mis hijos o, ahora, mis nietos, tan inocentes, tan limpios de corazón, tan ángeles… y me viene a la mente que una persona mayor degenerada puede aprovecharse de ellos, y más si ha sido ordenado, se me revuelve el estómago y tengo que apartar de inmediato la imagen de mi mente porque hasta llego a asfixiarme por falta de aire.
Lo siento. Ya sé que muchos de los hombres consagrados a Dios son ejemplares y santos. Nada en contra de ellos, faltaría más, todo lo contrario, tienen mi respeto y consideración. Pero tenía que posicionarme ante estos hechos reprobables, ante tantas noticias al respecto, para no ser yo, ni de lejos, cómplice por omisión y silencio de sacerdotes pederastas. Y más después de haber visto al Papa expresar sentir vergüenza y tristeza ante estos casos, y tener tolerancia cero. Al tiempo que el Vaticano emitía un comunicado en el que se dice, entre otras cosas, que estos abusos son criminales, repugnantes y moralmente reprobables, requiriendo sin ambigüedades la obligación que tenemos de denunciarlos.
Desde que Jesús de Nazaret dijo que todo será perdonado menos la blasfemia contra el Espíritu Santo, infinidad de interpretaciones se han hecho acerca de cuál en verdad es este pecado imperdonable. Lo mismo es este: el de abusar sexualmente de un niño, puesto que los niños son los herederos del reino de los cielos y por lo tanto ejemplo de cómo hemos de ser los demás. Y si son los herederos del reino es porque ellos están llenos de Espíritu, son Espíritus de Dios. Y lo corrobora el evangelio de san Mateo al decir aquello de que quien escandalizare a un pequeño, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo hundieran en el mar. ¡Terrible!
Y ya saben también lo que nos dijo el Maestro, “Si tu ojo te hace pecar, o tu mano, o tu…, pues, eso, que se la corten antes.