Y en esta situación personal y dramática llega la gota fría y cae sobre la comunidad valenciana dejando cientos de muertos bajo el barro, familias que lo han perdido todo, casas destrozadas y lágrimas de sangre cayendo por las mejillas secas del alma. Y contemplamos las imágenes por televisión y, aunque no nos muestran los cadáveres de nadie como si la muerte solo tuviera lugar en las películas y no en la realidad, ni nos dicen siquiera en verdad cuantos son los fallecidos, se nos queda en el corazón una herida, algo así como si viéramos un documental que nos punza por dentro mientras comemos. Y surgen movimientos sociales y religiosos que pretenden ayudar haciendo que otros ayuden, y venga, bolsas de comida para los pobres valencianos, colectas en las misas, cuentas bancarias para colaborar…, y compramos en los supermercados, y echamos en la canastilla de la iglesia dinero, y hacemos transferencias a la cuenta del banco que nos indican… Y miles de personas, sobre todo jóvenes, se lanzan al compromiso de ayudar a esas pobres gentes que se ven abocadas al mayor de los desconsuelos… Y así, cuando menos, queda calmada la conciencia colectiva y personal: Yo he ayudado. Y, por último, llegan algunos militares, no demasiados, no sea que les dé urticaria a los nacionalistas antiestado.
Mas dentro de cuatro días…, o diez…, si te vi no me acuerdo, ya lo verán, ¿o es que hemos olvidado lo del volcán de La Palma? ¡No os dejaremos solos! Pues que se lo pregunten a los que allí siguen encenagados entre la lava oscura y rocosa.
Pues lo mismo ahora. Dentro de poco tiempo, cuando ya se hayan aparcado lo cepillos y las palas de los voluntarios, y los uniformes de los soldados cuelguen en los tendedores de los tranquilos cuarteles, y los presentadores de los telediarios vuelvan a salir en pantalla desde sus modernos platós, y queden agotadas las bolsas de alimentos, y consumido el dinero de las colectas, y arrasadas las transferencias bancarias, incluyendo los cuatro millones de euros donados por Inditex –criticado de paso por los generosos y coherentes podemitas, cómo no– y el millón de Florentino…, si os vi no me acuerdo. Aunque nos quedarán, eso sí, por siempre, las bellas palabras de su santidad Francisco: ¡Rezamos por las poblaciones de la Península Ibérica, especialmente por la Comunidad Valenciana!, expresadas en un tuit el día de Todos los Santos, buscando como buen progre evitar decir España, esa palabra que nos quema la lengua y ya nadie sabe lo que es, aunque, ante las críticas desaforadas recibidas, tenga que rectificar dos días después desde el balcón papal.
Mas algo es algo, faltaría más, la solidaridad siempre es de agradecer, aunque parte de lo recaudado monetariamente se pierda de manera inevitable por alguna alcantarilla del lodazal corrupto en el que nos movemos.
Pero, ¿y el gobierno? ¿Cuánto da el gobierno? Ese gobierno que nos desgobierna enfrentándonos hasta en estos momentos tan dramáticos. ¿Cuánto da? Él que es tan generoso con tantos países a los que ha aportado grandes millonadas como ayuda… ¿Cuánto dará a los valencianos gobernados por la fascista derecha? ¿Qué grandes obras hidráulicas y arquitectónicas realizará para que cuando caiga otra DANA, que caerá, no provoque daño alguno? ¿Cuántas viviendas construirá? ¿Cuántos negocios restituirá?
Y, en medio de todo esto, uno comprueba de paso, con tristeza infinita, que eso de las autonomías, a la hora de la verdad, más que ventajas trae inconvenientes. Pues ante tragedias como estas se nos presenta un país desorganizado, sin coordinación, resquebrajado, incapaz de evitar ataques partidistas, peleas de gobernantes tirándose los trastos a la cabeza, declaraciones rufianescas indignas, silencios bilduetarras clamorosos, guerras personales tan sucias como miserables… y comportamientos tan ruines y abyectos, tan denigrantes para el ser humano, tan vacíos de valores como los de quienes se dedican, en situación tan triste, deplorable y ruinosa, a los pillajes y saqueos.
Y para colmo, van los Reyes, junto a los dos irresponsables mandatarios, a contactar con los damnificados en la zona cero, cinco días después, y se llevan un menos diez embarrado y clamoroso que no tiene recuperación alguna.
Lo siento, pero ante este panorama tan esperpéntico a uno le dan ganas, antes de terminar convertido en un indolente total, de meterse en una cueva y ponerse a llorar para que al menos no se le acabe secando también la conciencia.