Salir a la calle y pasear por la ciudad en la que habitas es regresar a casa con enorme desasosiego.
Ves caras tristes, rostros
pensativos, cantidad de locales envueltos en polvo y telarañas con el cartel
sobre el escaparate de “se vende o se alquila”. Tiendas casi vacías. Bares y
terrazas con poca gente.
Nos han
aplastado. El capitalismo, en cuanto vio que el muro de Berlín caía, comenzó a
hacerse atroz e insaciable. Reforzó su bota de hierro y cemento y empezó a
apretarla sobre nuestra yugular, y no nos dejará en paz hasta que no nos vea exánimes.
Muy inteligentemente nos han hecho la jugada del caracol, la de ponernos al
sol, haciéndonos creer que éramos ricos. Los bancos nos daban dinero fácil y
los gobiernos despilfarraban sin medida. Nos empujaban a comprar, gastar,
invertir, adquirir bienes, a hipotecarnos..., para luego, cuando la inmensa
mayoría cuenta con propiedades..., que le ha costado mucho dinero, ahora no
valgan nada y sí te acarreen enormes gastos... Es decir, ya fuera, se le aplica
el fuego rápido, llamado crisis, y el caracol, evidentemente, queda ahorcado. Y
ya ahorcado, pues a comérselo del todo con pagos de intereses desmedidos e impuestos
abusivos y desmesurados: IRPF, contribuciones, circulación, luz, agua, seguros,
ITV, matriculas, gasolinas, copagos, IVA.... Y para más comernos, se sube el
precio de los alimentos, se rebajan los sueldos y se echan a la calle, de un
plumazo, a trabajadores que se ven en plena juventud y madurez sin esperanza. Y
la sanidad peor. Y la enseñanza por los suelos, desanimados los maestros y desmotivados
los alumnos que comprueban que estudiar, tan duro y difícil, ya no sirve para
nada.
