domingo, 9 de febrero de 2014

A PACO MADRID, UN HOMBRE SANTO

Era el día 5 de febrero de 2014. Acababa de llegar de un largo viaje, cuando sonó el teléfono. Tengo pánico a los teléfonos, hasta el punto que me niego a tener un móvil. Esos dichosos aparatos son siempre más portadores de malas noticias que de buenas. Era una amiga. ¿Sabes que ha muerto Paco? ¿Paco? ¿Qué Paco? ¿Qué Paco va a ser? ¡Paco Madrid, tu amigo, el que hacía de apóstol Santiago en Maranatha! ¡¡Maldito teléfono!! El entierro es a las cuatro y media.

Miré el reloj y marcaba las cuatro menos cuarto. Andaba sudando porque me encontraba haciendo unos arreglos en el patio de la casa. Me duché como un rayo, y a las cuatro y cinco me abrecé a Salva, su hijo, el hijo de Paco, mi amigo también, y a su familia, y llorando me disculpaba por no haber acudido antes para acompañarlos. Asistí a la misa del entierro en San Isidoro, y ya en el cementerio permanecí a su lado hasta que una fila de grandes rasillas cerró su sepultura.

Paco. ¿Quién es Paco? Hay personas a las que no se pueden definir porque, de hacerlo, nunca se haría justicia. Paco Madrid es uno de esos grandes hombres que te ganan el corazón nada más que lo conoces. Servicial como nadie. Responsable hasta el extremo. Prudente. Amable. Educado. Humilde. Cariñoso. Leal. Fiel… Eso, sobre todo fiel. Él ha sido uno de los pocos que han permanecido a mi lado en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en las multitudes y en la soledad. Cuando me veía alegre, me abrazaba dándome mayores gozos, y cuando triste, me daba el abrazo con mayor fuerza para consolarme. Y cuando me vio herido y roto..., no dejó de llamarme amigo, ni dejó de darme ánimos para que siguiera adelante. 

Uno necesita caer en un precipicio para saber quiénes son en verdad tus verdaderos amigos. De copas lo son todos. Por el contrario, con Paco, fue distinto, en pocos bares coincidimos. Sin embargo, cuando me halló destrozado bajo la lluvia de la incomprensión, las ambiciones personalistas y las denuncias falsas…, me ofreció un sorbo de licor de amor, una caricia serena y un apoyo sin límites. Eres mi amigo, me decía, y estoy contigo porque es de justicia. “A mi mejor amigo” me dejó incluso dicho en una dedicatoria escrita en el último almanaque “Espigas y azucenas, 2014” que me regaló, y que todos los agostos, sin excepción, en víspera de San Ramón, me traía a casa.

Paco era un gran artista, un hombre grande de nuestro renacimiento presente, gran pintor y excelente actor. Su personaje de Santiago el Mayor en “Maranatha”, ha sido insuperable. Su Francisco Crisóstomo en “Una llama que no cesa”, fue genial. Y su interpretación como Nicodemo en “Natividad”, sublime. Devoto de su Cristo de la Borriquilla hasta la muerte. Y a quien sirvió adecentando su trono de manera incansable para que cada Domingo de Ramos desfilara majestuosamente por las calles de Úbeda. Cristiano ejemplar. Esposo perfecto. Padre extraordinario. Abuelo excepcional…

Paco, en definitiva –y no son palabras–, ha sido y es un santo. No me cabe duda. De ahí que uno de nuestros grandes pintores, Paco Fuentes, le pidiera posara para el cuadro de San Bartolomé que iba a ser bendecido para colarse sobre el altar de una importante iglesia. Tal vez por ello su muerte no me haya rajado el alma; bueno, me la ha partido en dos, pero se me ha cicatrizado la herida de una manera rápida porque sé, de seguro, que ya habita en el reino de la gloria y desde allí intercede por su familia, por su pueblo y por mí.

Salva, ya te lo dije entre lágrimas, y to lo vuelvo a decir ahora desde la paz de mi corazón: Siéntete orgulloso de tu padre. Como yo me siente más que orgulloso de que haya sido y siga siendo mi amigo.

2 comentarios:

  1. Mi amigo Ramón…, gracias. Mil gracias por ser amigo de mi padre y mío. Un día tú me enseñaste un sentido para nuestra conducta… “los hombres son más grandes cuanto más se dan a los demás”… ahora yo soy el que te puede decir… amigo mío… tú también eres colosal, enorme diría yo.
    Las 22.10 de ese martes 4 de febrero marcaban la despedida de mi padre, el irse para no retornar. Un martes de horror y de desesperanza en nuestras aptitudes. Mi hermana y yo… solos en el frío de la noche nos consolamos uno a otro con un fuerte abrazo de lágrimas y pena, la noticia de su irremediable muerte era una realidad, cuando los médicos nos lo anunciaron. Y en el silencio de la madrugada los sollozos los suspiros y el dolor eran los ruidos que invadían nuestra alma. El desconsuelo de no poderlo oír más con sus bromas, sus risas… sus consejos…, si te digo que no he pensado este momento te engaño, pero nunca hubiese querido que llegase, pues mi padre para mí ha sido mi estandarte y mi guía, he dispuesto y trataré de honrarle, en la humildad de mi vida. Ramón la satisfacción más grande que tengo que ha sido un hombre bueno y que todo el que me refiere de él llega a este mismo punto de partida. Tristemente no lo volveremos a ver pero como bien le dije a mi hija, Marta… no llores hija mía, no sientas pena que el abuelito ahora está más que nunca con nosotros, pues lo llevamos siempre dentro, en nuestro corazón y en nuestra mente. Por todo esto no me queda más que agradecer a todo que le conocía sus consuelos y a ti… gracias… amigo mío. Gracias por haberme ofrecido la oportunidad de conocerte aunque esté lejos siempre me tendrás cerca.

    Salva.

    ResponderEliminar
  2. No lo conocí personalmente, pero siempre me llamaron la atención sus desvelos hacía el Señor del Borriquillo, desde que yo era bien niño. Esas cosas me resultan admirables. Su muerte me ha sorprendido. Hasta hace poco coincidía con él en misa. Descanse en paz. Mi pésame sincero a su familia. Estoy seguro de que ha entrado en la eterna Jerusalén del Cielo, también entre ramos de olivo y palmas. ¿Por qué no?

    ResponderEliminar