jueves, 5 de marzo de 2015

DÍA DE LA MUJER

Al sentimiento de amor que siento por la mujer en general, he de añadir el de admiración.

La mujer es un ser especial. Nada de sexo débil. Nada de persona inferior. Nada de entidad de segunda. Su capacidad de darse es ilimitada. Su sentido del deber, extraordinario. Su fortaleza, algo especial. Su espíritu de sacrificio, infinito…

Y a todo esto, habría que añadir la injusticia histórica. La tremenda discriminación que ha tenido que sufrir a lo largo de los siglos, donde el machismo ha triunfado, relegando a la mujer a un segundo término tanto en el plano social, como económico, político, intelectual, artístico, religioso…

Dicen que la mujer es menos noble que el hombre, más sagaz, más astuta e intuitiva, más desconfiada, y puede que sea así, tal vez por esa necesidad que ha calado en los genes a lo largo de los siglos de tener que sobrevivir al ostracismo y la marginación en las que se le situó en las viejas civilizaciones, llegando en casi todas a extremos más que indignos e infames. Se les ha apartado de la cultura, de las universidades, del mundo del trabajo, del gobierno, del arte, del deporte… Y han tenido que demostrar, y siguen teniendo que demostrar, pese a todo y a tanto, que son capaces, iguales en inteligencia, en hondura de alma, en grandeza de corazón, en capacidad de desarrollar y dirigir…, por lo que siendo diferentes, hermosamente diferentes en la forma, son iguales en todo lo demás al hombre, y por lo tanto iguales en derechos y obligaciones.

Yo admiro a mis tías y a mi madre, más pobres que las ratas, que nada más acabar la guerra tenían que ir y venir andando a Baeza para poder estudiar, y copiar a mano los libros que les dejaban las compañeras ricas, porque mi abuela, que murió sin saber leer ni escribir, se negó a que sus hijas fueran unas don nadies como ella. Y una fue maestra y las otras dos comadronas. Que era lo poco a lo que podía aspirar en cuestión de estudios una mujer en la posguerra.

Y ya está bien. Ya ha de acabarse la discriminación en todos los sentidos. Cada mujer debe tener las puertas abiertas para alcanzar cualquier titulación y aspirar a cualquier trabajo, como también a elegir, si así lo considera libremente, a quedarse en la casa, al cuidado del hogar y de los hijos. Como puede elegirlo igualmente el hombre. Tarea ésta, dicho sea de paso, harto difícil, desprestigiada, poco considerada, casi denigrante. Tanto que cuando celebramos el Día Internacional de la Mujer, se le añade, no sé por qué, “Trabajadora”, como si los millones de amas de casa no trabajaran, cuando lo hacen sin horas, sin descanso, sin vacaciones, sin jubilación, sin paga alguna, sin pensión…

Hora es ya en pleno siglo XXI de acabar con la discriminación. Haya igualdad total entre hombres y mujeres. Iguales oportunidades, iguales derechos, iguales aspiraciones, iguales obligaciones, iguales opciones de ser y de elegir… Haya igualdad hasta en el terreno religioso, porque no me cabe duda de que si alguien mira el mundo con ojos de verdadera igualdad ése es Dios.             


           

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