lunes, 9 de mayo de 2016

ABUELOS

 En esta sociedad siempre egoísta y ambiciosa surge la figura de hombres y mujeres que a causa de la edad han calmado la codicia y ya miran al futuro con la templanza que brota de la sabiduría que sólo los años saben dar. Personas que dejan tirados en la buhardilla del corazón el caballo de lo trivial, las armaduras de la discordia, las lanzas del desamor y los escudos de la envidia… y se dedican, como haciéndose niños de nuevo, al juego de la entrega, el servicio y el amor.

Son los abuelos. Hablo de los abuelos. Esos seres especiales que ven en sus hijos la prolongación de ellos mismos, por lo que sufren con sus penas y se alegran con sus alegrías, llegando a tanto que hasta son capaces de quitarse la comida de su boca para que coman ellos, convirtiéndose, además, si fuera necesario, en servidores de los hijos de sus hijos, es decir, de sus nietos.

 De ahí que veamos a muchos de ellos en los amaneceres de infinidad de días, haga frío o calor, llueva o hiele, llevando a sus nietos al colegio, recogiéndolos a la salida, sacándolos a pasear, invitándolos al cine, jugando en sus cuartos, alimentándolos, poniendo en sus frentes el beso de buenas noches… Y así año tras año, y todos, pese a andar muchos de ellos con dificultad y tener que cargar con los sufrimientos del dolor de las enfermedades y los cansancios, gozosos, sintiéndose un compañero más, un amigo más, poniéndose a su altura, conversando en un lenguaje lo más sencillo posible…, contándoles historias de su vida, de sus batallas, de sus vivencias más especiales, dándoles además sus consejos más nobles, abriéndoles caminos, sembrado en sus corazones semillas de grandeza.  

Los abuelos son el barniz hecho calor y esperanza que da color al gigantesco cuadro del mundo que anda repleto de negros, blancos y grises. Los abuelos han sido siempre la ternura de las casas y las familias. Siempre. Pero nuestros abuelos de hoy son, además, especiales, únicos. Ellos son los que vivieron la asfixia de una posguerra de hambre y de miedo, de silencios y humillaciones, de manchas de sangre demasiado fresca. Ellos fueron testigos y sujetos activos de las emigraciones, de los trabajos mal remunerados, de las penurias para seguir viviendo... Pero ellos, pese a todo, fueron capaces de sacar a sus hijos adelante, dando cuanto pudieron por ellos, dejando incluso de soñar por ellos. Fueron los fuertes cimientos de hierro y hormigón para que el hogar no se derrumbara…  Y hoy, ahora, cuando en justicia ellos, los abuelos, deberían ser amablemente servidos y liberados definitivamente de las cargas y sacrificios del día a día, agravados además por esta crisis inventada por los poderosos para más arrancarnos las entrañas, se han vuelto a convertir en sostén, en base, en cadena, en ayuda económica, en refugio al que acuden muchos hijos e hijas para ser socorridos, para que sostengan parte de sus cargas, para que les sea un poco más fácil seguir caminando sin necesidad de pegarse un tiro en el alma.

Reconocidos sean, por lo tanto, esos abuelos de ayer y, sobre todo, de hoy que renunciaron y renuncian a su júbilo de comodidades y ocios para beneficio de sus hijos y nietos necesitados. Reconocidos sean, aunque ellos no necesitan ser pagados, porque quien hace las cosas por amor, ya, en ese mismo amor, tiene la más hermosa recompensa.

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