miércoles, 12 de diciembre de 2018

EL REMOLINO DEL DESCONCIERTO


Cada día las iglesias están más vacías. Las misas, para el pueblo en general, se han convertido en un frío trámite de cumplimiento. Los pocos fieles, la inmensa mayoría mayores o muy mayores, andan dispersos, como huyendo de encontrarse con quienes no son de su agrado u odian, o simplemente los juzgan como modelo de nada, negándose algunos a recibir la comunión de manos de quien considera no es digno de ello e incluso, si es mujer, por el simple hecho de serlo. Y luego salir de allí lo más rápido posible y volver a la monotonía diaria sin más compromiso.

A niveles más altos, se hallan también creyentes intelectuales con pensamientos y opiniones extremistas. Desde los que andan en contra de la Iglesia a los que son acérrimos defensores de ella. Apareciendo en la actualidad movimientos internos dispares, tales como los denominados progresistas, que llegan a considerar, por poner un ejemplo, al Papa Francisco como todo un regalo del cielo; y los denominados tradicionalistas que, sin tapujos, lo tratan de masón para arriba e incluso de mafioso y antipapa.
 
Pobre Iglesia. Y triste espejo.

Y es que unos y otros dan pena y hasta vergüenza ajena. Para los primeros, la Iglesia es carca, dictatorial, apegada al poder, llena de boato, rica, fuera siempre de tiempo, retrógrada, severa, discriminadora, anclada en tradiciones, imágenes, beaterías y estúpidas visiones que son alimentadas para negocio. Para los segundos, la Iglesia es mundana, desposeída de su propio lenguaje y ritos y liturgias seculares y solemnes, permisiva, feminizada, traidora, de manga ancha, izquierdosa, adulterada, luterana, desordenada y a la que el humo de satanás la he envuelto para cegarla.

Y claro, ante este panorama y estos dilemas no son pocos los que dudan, se desconciertan y hasta pierden la fe y se alejan de todo. Y más cuando escuchas a los no creyentes, con esa superioridad de creerse en posesión de la verdad, apoyada en la ciencia y la razón, mostrando las incongruencias históricas, ridiculizando los dogmas y las bases de la doctrina cristiana así como criticado con dureza los textos de la Biblia, seleccionando aquellos, tan llenos, sobre todo en el Antiguo Testamento, de atrocidades.

Y se discute y se entablan debates. La misma televisión los fomenta de vez en cuando, apareciendo del lado de los que la atacan, personas preparadas y bien formadas, convencidas de sus propios pensamientos. Y del otro lado, hombres y mujeres laicos que hablan con recelo, como enfadados y molestos contra todo, tristes, cuando no sacerdotes pusilánimes y acomplejados que, dejados llevar por ya lo arreglara todo Dios y siempre en duda y conscientes de los fallos y errores cometidos a lo largo de los siglos, pasan de puntillas para no hacer el ridículo y no molestar ni herir a nadie.

Y ante esta confusión no cabe otra que apartarse, desentenderse y que se apañen todos. O, imitando al avestruz, meter la cabeza bajo el ala, hacer de mi vida un sayo, cumplir lo mejor que puedo y que para todo lo demás maestros tiene la Santa Madre Iglesia…

Y los pastores creyentes mirándose el ombligo, subidos a la cima de la pirámide, enfundados en sus propias convicciones, con miedo al presente y mucho más al futuro… Burócratas de despacho y organizadores de actos y reuniones. Y sin ver soluciones… Cuando la solución no debe ser otra que buscar, con valentía, respuestas acudiendo a la base, a la raíz, a la esencia, al Evangelio, a Cristo, a Jesús, a Dios, y superponer sus hechos y palabras al momento actual.

Cada tiempo tiene su tiempo, y mientras no piquemos, desde el respeto y la comprensión, las paredes cubiertas con mil capas de pintura, cales, cementos y barnices…, y volvamos a la figura limpia de polvo y paja, de Jesús de Nazaret, para conocerlo, amarlo, ser coherentes en comunidad y hablar de Él al mundo, estaremos rizando el rizo y girando en el remolino del desconcierto sobre el que la barca de la luz se hunde.

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