jueves, 7 de mayo de 2020

SIEMPRE LAS DOS ESPAÑAS


El panorama es aterrador. Los muertos son demasiados. El confinamiento cansa. La confusión irrita. El PIB se desploma. Los alimentos suben de precio y hasta pueden llegar a escasear. Muchas familias ya están pasando verdadera hambre física. El paro es imparable y estremecedor... Y la luz que aparece al final del túnel está más llena de penumbras que de otra cosa.

Sin duda, aparte del tremendo desconcierto, la inseguridad, los recelos y las desconfianzas entre personas por temor al contagio del virus, hay una crisis económica tremenda que traerá cola y será duradera. No se abrirán establecimientos. Otros, tras abrirse, cerrarán. Se recortarán pagas, se suprimirán ayudas, escasearán los medicamentos, aumentará la pobreza y el número de indigentes, se ampliarán las deudas, se acrecentarán las diferencias entre ricos y pobres, aumentarán las revueltas y saqueos, se intensificará la violencia, se incrementarán los robos… y el desempleo será inasumible. Mientras, la tristeza alargará su sombra de lágrimas sobre las miradas y los sueños.
Pero peor aún será la convivencia entre los supervivientes. No me gustan nada las posturas de trinchera que se están levantando. Se diría que después del Covid-19 nos espera una nueva guerra civil que si bien, probablemente, no se dirima en el campo a tiros de escopeta, sí desde los despachos de las demagogias, las estrategias, las manipulaciones, los medios de comunicación, las alianzas, los chantajes, las mentiras… y la poda de derechos y libertades así como de instituciones a golpes de hoz y martillo. 

La democracia anda sucia y débil. Cada vez hay menos escala de grises. Aquí todo es o blanco o negro. O estás conmigo o contra mí. Aquí hay ya dos bandos cada vez más definidos, radicalizados e irreconciliables que no admiten ambigüedades. O eres de extrema izquierda o eres de extrema derecha. Y ambos arrancando del mismo centro de la cuerda y tocándose por los extremos. No valen medias tintas.

Y ambos preparándose para el asalto final. Lanzándose granadas de humo y misiles ruidosos para que vayamos tomando posiciones. Uno: nacional, centralista, constitucionalista, conservador, liberal, capitalista... Otro: republicano, ropturista, intervencionista, laicista, socialista, comunista…

¿Y quién ganará? Nadie lo sabe. En la partida de ajedrez que juegan hasta ahora la cosa va en tablas. Cincuenta por ciento. Se mueven fichas. Se crean adeptos. Acérrimos y fanáticos. Intolerantes. Llegando a ser mayor el odio a los otros que el amor a los míos. Eso de quedarme tuerto con tal de verte ciego.

Lo malo es que uno de los dos, o los dos a la vez, en un momento determinado, puede que tras el ensayo del encierro obligado, dentro de la gran crisis, y empujados por las masas ebrias de rencor y desprecio –cada vez más en alza–, vayan más allá y sientan la tentación de tirar el tablero al carajo y pretender imponerse como sea hasta aniquilar al otro por completo. El campo está abonado y lleno de cadáveres. La situación vive la excepcionalidad. La justicia anda atacada, desprestigiada y en estado latente. Los separatismos están envalentonados. Los golpistas no solo se sientan en sus poltronas incumpliendo las sentencias a su antojo, sino en el mismo Parlamento Europeo, siendo incluso considerados como héroes. Los presidentes de las comunidades son reyezuelos ansiando sin cesar más competencias. Los etarras gobiernan pueblos y ciudades. Los corruptos se van de rositas. Las demagogias cotizan. La mentira y la verdad se han hecho simbiosis. La propaganda se impone. La censura arrecia. La libertad está presa. Las dimisiones no existen. Las traiciones dan ganancia. Los medios de comunicación con sus correspondientes periodistas se venden para subsistir… Y la mediocridad de los políticos raya lo ridículo. Y para colmo, el parlamento se encuentra prácticamente cerrado. Y hasta el rey Felipe VI anda en la cuerda floja, sin fuerza moral, después de la corrupción y los líos de faldas del Rey emérito, su padre, que pudiendo pasar a la Historia como una figura en la cumbre del respeto y la admiración, por culpa de sus indignos devaneos, acabará colocado en el subsuelo de la repulsa, manchando, de paso, de asquerosa pringue, no ya a él mismo, sino a la institución que lo configura y, en cierto modo, a la misma Transición de la que fue artífice.  

Ya lo dijo Machado en 1912. Pero somos tan torpes que, después de más de un siglo, no hemos hecho nada por cambiarlo:

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

Aunque mejor decir las dos Españas a la vez.
Porque estas dos Españas a las que nos están llevando los políticos, tensadas en la locura de los extremismos, pueden terminar, más que helándonos, abrasándonos el alma.           

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