miércoles, 12 de agosto de 2020

POBRE ÚBEDA


Hace ya años que estoy en Úbeda pero no vivo en Úbeda. Quiero decir que me siento feliz en ella por ser mi dama de sueños a quien amo y porque está llena de historia, de arte y de belleza, pero muy lejos también, la verdad, de sus gentes, de sus luchas innobles, de su creatividad ralentizada, de su cultura politizada, de su religiosidad vacía, de su desviación folclórica, de sus sones de pandereta y charanga, de su barniz de cáscara y souvenirs, de terrazas sobre las aceras de la limpia añoranza y de un turismo de paso que la maquilla con selfis sin sentido…

Y de vez en cuando viajo a otros lugares donde perderme para ver si al volver alguna esquina termino encontrándome para entender la verdadera esencia de la vida. Y cada vez que regreso a esta isla, a mi isla entre cerros, me duele su fracaso. Porque es un fracaso verla a más que pasa el tiempo menos idéntica, más superficial, más en manos de quienes solo buscan beneficiarse de ella a base de tergiversarla, de dominarla a golpes de destellos partidistas y apegos al poder, sin el que son incapaces de levantar una mínima piedra desde el altruismo, o sembrar siquiera desde la independencia un noble grano de trigo.

Y me la encuentro fría como siempre, pero también cada vez más triste y abandonada. Hay por aquí una atmósfera de desolación, de desunión, de melancolía que duele. Y ella, mi Úbeda, calla, mientras la revisten de pantomimas, dejando mostrar bajo el vestido de la seda artificial y mundana, calles en mal estado, calles recién arregladas que parecen viejas y rotas, casas a medio caer, establecimientos de gran calado heridos y sangrantes, cuando no extintos, locales cerrados que gritan por sus candados oxidados, jardines melancólicos cansados de humos y silencios, plazas desoladas, palacios moribundos que crujen su desconsuelo por las maderas resecas, espacios intransitables que huelen a orines y alcoholes de garrafa, paredes acribilladas de grafitis obscenos y asquerosos, de pintarrajos roídos por los desconchones y los olvidos de años... Y suciedad, mucha suciedad que muda el aire de un lugar a otro, como recreándose en la basura por el incivismo y la falta de manos, soñando con que lleguen pronto las elecciones para que se contraten temporalmente a un buen puñado de obreros y le den un barrido que alumbre lo suficiente como para engañar una vez más al pueblo. Y letreros que más que anunciar lloran porque se cuelgan para vender y nadie quiera comprar nada.
Letreros. Muchos letreros por todas las calles y rincones de se alquila y se vende. Tantos que casi es mejor decir que es Úbeda entera la que está en venta.

Pero no haya preocupación. Los ubetenses seguiremos amasando nuestra indiferencia colectiva, alimentando nuestra tibieza sin levadura mientras cantamos las alabanzas del génesis, escondiendo de paso, con fuerza, el miedo que nos da ser libres. Y los que nos gobiernan seguirán haciéndonos creer que el emperador va vestido desde su magistral atalaya de la propaganda, alentada y glorificada por no pocos pelotas de condición humilde y afines ideológicos, y no pocos aduladores del mundo de la cultura y el arte nunca críticos y ansiosos de ayudas, distinciones y honores.

Pobre Úbeda. ¡Qué pena! Pero también qué grande, en cuanto nunca cierra las puertas a la esperanza.La Historia así nos lo enseña: lo malo de Úbeda es que en todas las épocas ha habido quienes se han querido aprovechar de ella. Lo bueno es que ella siempre ha salido gloriosa sobre sus raquíticos cadáveres.   

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