martes, 16 de julio de 2024

EL CARDENAL HIJO DE SABIOTE


Yo sé de un pueblo sabio que conmueve

asomado al balcón de la belleza,

aureolado de orgullo en su nobleza

y de amplios olivares su relieve.

 

Renacentista, leal, que en paz se atreve

a forjar la humildad en su riqueza,

vistiéndose de historia y de grandeza 

hasta hacerse blasón de altorrelieve.

 

Sus murallas son cetro y son corona.

Su castillo es refugio y es vigía.

Y son sus habitantes luz de aurora. 

 

San Ginés, su Patrón. Y su Patrona

la Virgen de la Estrella que los guía.

Sabiote es una villa que enamora.

 


Sabiote siempre me enamoró.

 

Siendo muy niño recuerdo que en una moto Guzzi me llevaba mi padre algunas festividades para que la acompañara en su duro trabajo de fotógrafo ambulante y eventual.

 

Largas jornadas animando a los sabioteños a inmortalizar sus perfiles festivos. Y una semana más tarde, a llevarles las fotos que, ya pasado el fervor del momento, interesaban menos, por lo que no era difícil que las rechazaran.  

 

Y parábamos al mediodía cerca del paseo, frente al antiguo convento de las carmelitas, en una taberna donde sobre una cuba vacía que nos servía de mesa comíamos lo poco que habíamos llevado en una talega, y para hacer algo de gasto, un quinto de cerveza o un vaso de vino para mi padre, y para mí agua del grifo, que a los pequeños, hasta que no sean mayores, ya saben, pocos caprichos…  

Luego, ya de mayor, he participado en actos, publicaciones, pregones, obras de teatro… y siempre sintiendo el mismo calor de pueblo noble y leal que lo configura. 

 

Por ello, el pasado sábado, 13 de junio, cuando supe que uno de sus hijos más ilustres, don José Cobo Cano, sacerdote, obispo, arzobispo y, al día siguiente de serlo, sorprendentemente nombrado también cardenal por el papa Francisco, iba a visitar su lugar de nacimiento, celebrar misa junto al párroco, mi amigo Joaquín Rafael, y recibir acto seguido el título de Hijo Predilecto de la Villa, no pude menos que acercarme al pueblo vecino y unirme al gozo de lo bien hecho. 

 

Porque todo salió perfecto. La misa, emotiva. Las palabras del cardenal, cercanas y humildes. Los fieles, elegantemente vestidos y unidos de corazón a su ilustrísimo y reverendísimo paisano. Y Dios dejando correr una brisa para evitar sofocos.    

 

La entrega del nombramiento tuvo lugar en el castillo fortaleza, tesoro y orgullo de un pueblo sabio, bien cuidado, amable, respetuoso, servicial…, que enamora.  

 

Intervinieron la Asociación de Danza “Inmaculada Quesada Ruiz”, la Asociación Musical “Silverio Campos”, el Coro San Marcos y la cantaora Isabel Carmona Vico. Y todo bajo un ambiente de luz y sonido delicioso de la mano de Antonio Moral y su equipo.

 

Hubo palabras de diferentes personalidades, entre ellas las del señor alcalde y las del propio don José Cobo, que recibió, aparte de un obsequio enmarcado, el pergamino acreditativo, la medalla y la insignia de la ciudad. Y tras recibir el nombramiento sonó en su honor el himno de la villa bajo los acodes de la música y las voces del coro. 

 

Todos los asistentes, que llenábamos el patio del castillo al completo, escuchamos al hombre de Dios con suma atención y admiración. Recordó su infancia, su bautismo, su primera comunión…, trató a sus paisanos con una cercanía conmovedora, “yo soy el Jose de siempre (sin tilde en la e), incluso para algunos el Joselito de entonces…” Tuvo palabras de amor y gratitud para sus padres, familiares, sacerdotes…, expuso que los vecinos han de unirse y luchar juntos por un bien común y que han de hacerlo, para mayor riqueza y sentido, bajo la fe en Jesús y en la Virgen de la Estrella, Patrona de la Villa…. Y todo un pueblo le aplaudió puesto en pie, orgulloso de su cardenal a quien también han querido honrar dándole su nombre a un parque. 

 

Concluyó el acto sonando los himnos de Andalucía y España.

 

Y mientras todos buscaban felicitar al ilustre paisano y hacerse fotos con él, yo marché en silencio hacia el coche al tiempo que me salieron al paso antiguos alumnos que ahora viven ahí y algunos conocidos. Uno de ellos, ya casi subido al auto, me preguntó qué me había parecido el acto.

 

Extraordinario todo. Le dije. Maravilloso.

 

Y es que es cierto: Sabiote enamora. 

lunes, 1 de julio de 2024

CUARENTA Y SIETE AÑOS DESPUÉS DEL ASESINATO

Cuando sucede que una chica tiene diecinueve años y una hija con año y medio que ya empieza a decir “papá”, y el papá tiene veinticuatro y sueña cada día con llegar del trabajo a casa para coger a su pequeña en brazos y darle un montón de besos porque está para comérsela y también un abrazo de ternura a su esposa porque sabe sin saberlo que ella lleva dentro una nueva criatura fruto de ese amor limpio…, y un día no llega porque un asesino se baja de un coche y sin mediar palabra, cobardemente, le destroza  el corazón de un disparo seco, a traición, a bocajarro, y queda muerto para siempre… Cuando eso sucede, ya es imposible seguir viviendo.    

Del asesino diré poco, porque cualquier palabra que dijera será benevolencia. Baste decir un etarra, un hijo de la gran serpiente a la que esa misma gentuza adora, un malnacido porque nadie que nazca del bien puede matar por la espalda y menos en nombre de una tierra a la que ellos manchan de odio, sangre, terror y lágrimas. Una tierra que será maldita por mucho tiempo mientras estos canallas la pisen y sigan teniendo miserables herederos que la enmugrezcan.  

 

De la chica, Clara, que se hizo de golpe toda una mujer madura desde el día siguiente del asesinato, puedo decir que es una flor de nácar sobre los estériles campos del recuerdo. Todo un ejemplo de abnegación y entrega sacando adelante a sus dos pequeños sin padre. Todo un empeño silencioso. Todo un sufrimiento el suyo que ha llevado con integridad y fortaleza durante cuarenta y siete años. Y que no la ha hecho peor, enredándose en la venganza, sino mejor, más humilde, sencilla y grande en la compasión. 

 

Del joven de veinticuatro años, Policía Nacional que prestaba servicio en San Sebastián, cuando la muerte vino a visitarlo en forma de un encapuchado criminal etarra que se bajó, junto a otro abyecto hijo de perra, de un coche robado, en la estación de Amara, y le disparó fríamente con alevosía y premeditación, solo puedo decir que era un joven entregado y lleno de ilusiones, todo un señor cumplidor al servicio de la convivencia en paz, la democracia y la libertad. Los tres grandes valores por los que merece la pena morir. 

 

De la niña de año y medio, Catalina, puedo decir que es una luz de luna alumbrando esta Úbeda renacentista y el mundo entero. Ella no recuerda ya los besos de su padre cuando estaba para comérsela, pero sí sabe bien de los besos que le ha seguido dando desde el cielo de los inocentes cada día, y cómo lo ha notado a su lado no pocas veces, y cómo lo lleva en su corazón cosido con hilos invisibles de admiración, y cómo no lo olvidará nunca pese a que a veces tiene que acudir a una vieja fotografía para que no se le borre de la memoria su sonrisa amable de hombre bueno.  

De la criatura fruto de ese amor limpio, Manuel Jesús, sí puedo decir que lo conozco y me honro de ello. Manuel Jesús es un ser amable, bondadoso, responsable, de afable mirada y alma de cristal. Él no sabe nada de lo que pasó aquel día, porque estaba tomando forma en el vientre de su madre. Pero nunca podrá olvidar el sobresalto de su corazoncillo recién empezado a latir al escuchar un sonido ronco, lejos, pero tan cerca que espantó a los pájaros silvestres. También sabe cuántas fueron las lágrimas derramadas sobre su desnudez inquieta y cuántos los miedos y cuántos los dolores y la angustia y los sinsabores vividos…, como sabe también qué duros fueron los insultos y los desprecios, por si faltaba algo, de aquellas infames gentes ciegas y enfermas de rencor a la salida de la iglesia del Buen Pastor tras el funeral y que obligaron a la familia a salir a toda prisa de ese norte de hermoso trigo ahogado por la sanguinaria y tenebrosa cizaña que no hay manera de extirpar. 

 

Y ahora, el pasado sábado, día 29 de junio, cuarenta y siete años después, el Ayuntamiento de San Sebastián ha querido rendir un sencillo homenaje a Manuel Orcera de la Cruz poniendo una placa con su nombre en el lugar que cayó abatido. Un acto sobrio, con un ramo de flores y rosas blancas sobre la placa y al que asistieron los familiares de la víctima y miembros de la corporación municipal a excepción de EH Bildu por expreso deseo de la esposa e hijos. También el alcalde de San Sebastián, del PNV, el subdelegado del Gobierno en Guipúzcoa, así como otras víctimas del terrorismo, entre ellas la viuda de Gregorio Ordóñez. 

 Un acto de agradecer, pero que no puede venir a lavar la conciencia de un comportamiento colectivo, tan indigno y cruel como inolvidable. Porque perdón tiene que haber, pero también memoria para que no se vuelvan a repetir crímenes como estos, como este de un hombre honrado dado a la comunidad que un día no pudo volver a casa para comerse a besos a su hija, decirle a su esposa que la amaba y acariciar su vientre cuando ella le dijera que esperaban otro hijo. El hijo póstumo que ahora, cuarenta y siete años después, ha tenido que hablar, con grandeza de corazón, en su nombre y en el de toda la familia, en el mismo lugar que lo mataron.   

 

Gloria para Manuel Orcera de la Cruz y honor para su familia. Úbeda y España se enorgullecen de vosotros.