lunes, 1 de julio de 2024

CUARENTA Y SIETE AÑOS DESPUÉS DEL ASESINATO

Cuando sucede que una chica tiene diecinueve años y una hija con año y medio que ya empieza a decir “papá”, y el papá tiene veinticuatro y sueña cada día con llegar del trabajo a casa para coger a su pequeña en brazos y darle un montón de besos porque está para comérsela y también un abrazo de ternura a su esposa porque sabe sin saberlo que ella lleva dentro una nueva criatura fruto de ese amor limpio…, y un día no llega porque un asesino se baja de un coche y sin mediar palabra, cobardemente, le destroza  el corazón de un disparo seco, a traición, a bocajarro, y queda muerto para siempre… Cuando eso sucede, ya es imposible seguir viviendo.    

Del asesino diré poco, porque cualquier palabra que dijera será benevolencia. Baste decir un etarra, un hijo de la gran serpiente a la que esa misma gentuza adora, un malnacido porque nadie que nazca del bien puede matar por la espalda y menos en nombre de una tierra a la que ellos manchan de odio, sangre, terror y lágrimas. Una tierra que será maldita por mucho tiempo mientras estos canallas la pisen y sigan teniendo miserables herederos que la enmugrezcan.  

 

De la chica, Clara, que se hizo de golpe toda una mujer madura desde el día siguiente del asesinato, puedo decir que es una flor de nácar sobre los estériles campos del recuerdo. Todo un ejemplo de abnegación y entrega sacando adelante a sus dos pequeños sin padre. Todo un empeño silencioso. Todo un sufrimiento el suyo que ha llevado con integridad y fortaleza durante cuarenta y siete años. Y que no la ha hecho peor, enredándose en la venganza, sino mejor, más humilde, sencilla y grande en la compasión. 

 

Del joven de veinticuatro años, Policía Nacional que prestaba servicio en San Sebastián, cuando la muerte vino a visitarlo en forma de un encapuchado criminal etarra que se bajó, junto a otro abyecto hijo de perra, de un coche robado, en la estación de Amara, y le disparó fríamente con alevosía y premeditación, solo puedo decir que era un joven entregado y lleno de ilusiones, todo un señor cumplidor al servicio de la convivencia en paz, la democracia y la libertad. Los tres grandes valores por los que merece la pena morir. 

 

De la niña de año y medio, Catalina, puedo decir que es una luz de luna alumbrando esta Úbeda renacentista y el mundo entero. Ella no recuerda ya los besos de su padre cuando estaba para comérsela, pero sí sabe bien de los besos que le ha seguido dando desde el cielo de los inocentes cada día, y cómo lo ha notado a su lado no pocas veces, y cómo lo lleva en su corazón cosido con hilos invisibles de admiración, y cómo no lo olvidará nunca pese a que a veces tiene que acudir a una vieja fotografía para que no se le borre de la memoria su sonrisa amable de hombre bueno.  

De la criatura fruto de ese amor limpio, Manuel Jesús, sí puedo decir que lo conozco y me honro de ello. Manuel Jesús es un ser amable, bondadoso, responsable, de afable mirada y alma de cristal. Él no sabe nada de lo que pasó aquel día, porque estaba tomando forma en el vientre de su madre. Pero nunca podrá olvidar el sobresalto de su corazoncillo recién empezado a latir al escuchar un sonido ronco, lejos, pero tan cerca que espantó a los pájaros silvestres. También sabe cuántas fueron las lágrimas derramadas sobre su desnudez inquieta y cuántos los miedos y cuántos los dolores y la angustia y los sinsabores vividos…, como sabe también qué duros fueron los insultos y los desprecios, por si faltaba algo, de aquellas infames gentes ciegas y enfermas de rencor a la salida de la iglesia del Buen Pastor tras el funeral y que obligaron a la familia a salir a toda prisa de ese norte de hermoso trigo ahogado por la sanguinaria y tenebrosa cizaña que no hay manera de extirpar. 

 

Y ahora, el pasado sábado, día 29 de junio, cuarenta y siete años después, el Ayuntamiento de San Sebastián ha querido rendir un sencillo homenaje a Manuel Orcera de la Cruz poniendo una placa con su nombre en el lugar que cayó abatido. Un acto sobrio, con un ramo de flores y rosas blancas sobre la placa y al que asistieron los familiares de la víctima y miembros de la corporación municipal a excepción de EH Bildu por expreso deseo de la esposa e hijos. También el alcalde de San Sebastián, del PNV, el subdelegado del Gobierno en Guipúzcoa, así como otras víctimas del terrorismo, entre ellas la viuda de Gregorio Ordóñez. 

 Un acto de agradecer, pero que no puede venir a lavar la conciencia de un comportamiento colectivo, tan indigno y cruel como inolvidable. Porque perdón tiene que haber, pero también memoria para que no se vuelvan a repetir crímenes como estos, como este de un hombre honrado dado a la comunidad que un día no pudo volver a casa para comerse a besos a su hija, decirle a su esposa que la amaba y acariciar su vientre cuando ella le dijera que esperaban otro hijo. El hijo póstumo que ahora, cuarenta y siete años después, ha tenido que hablar, con grandeza de corazón, en su nombre y en el de toda la familia, en el mismo lugar que lo mataron.   

 

Gloria para Manuel Orcera de la Cruz y honor para su familia. Úbeda y España se enorgullecen de vosotros. 




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