viernes, 14 de junio de 2024

SE ACABÓ LA FIESTA

Se acabó la fiesta. Y ya era hora, porque andamos agotados. En la plaza central de este país no cabía más ruido. Los altavoces de la corrupción política estaban al máximo con canciones rockeras de actualidad de los famosos Berni, Koldo, Ábalos, Puigdemont, Junqueras, Armengol, Barrabés, la Bego, el hermano del presi… y otros muchos vocingleros que, una y otra vez, coreaban con los cubatas en las manos el estribillo de fango, fango, fango… Las voces llegaban del río al mar para cabreo de un tal director israelí de orquesta que nos lo hará pagar tarde o temprano, no le quepa a nadie la menor duda, que los seguidores del Antiguo Testamento son muy cumplidores del ojo por ojo. Y gritando como una posesa la consigna geográfica, se veía a una rubia de bote descalabrada que, con la venda en la cabeza, a mitad de la fiesta, después de mandar a la mitad de los allí presentes a la mierda, dijo que se iba y después que se quedaba -muy propio de los dipsómanos-, y es que de irse cómo va a poder lucir la variedad de modelitos que tenía debidamente ordenados en el perchero y demás prebendas. En uno de los rincones, junto a los bancos de la superioridad moral, saltaban, con las bocas llenas de caviar y vestidos de haraposos pobres ricos, los partidarios de la paz bebiendo cócteles de apoyo a Putin para alucinación de los ucranianos que jugaban a la gallinica ciega. Por otro lado, los del centro izquierda, unidos tranquilamente, sin escrúpulo alguno, con los de la zona extrazurda, extrema de la extrema, tan extrema que cuenta con comunistas, republicanos, golpistas, separatistas, prevaricadores, malversadores y asesinos a sangre fría, andaban a escupitinajos con los del centro derecha, acusándolos de extremistas y acobardándolos para que no bailaran con los que denominan extrema derecha, que son tan malos que comparándolos con los bilduetarras son hermanitas de la caridad. 

En la parte noreste, entre copa y copa y pan tumaca, un grupo de mariachis supremacistas, racistas y chantajistas, que no se pueden ver entre ellos, ebrios de hacer lo que les da la gana porque se sienten superiores al resto de los invitados mortales, tocaban rancheras cutres con guitarrones estelados y danzaban lentas sardanas como si hubieran inventado el lago de los cisnes. Y en otros ángulos más distantes, se veían también a otros y otras beneguistas, canaristas y exististas yendo detrás de las bandejas de los canapés para no irse a casa con el estómago vacío.  

 

También, disfrazados de pordioseros cuando son millonarios, correteaban por la escena, como de puntillas, los peneuvistas, esos que desde hace tiempo están acostumbrados a coger las nueces que caen del árbol, pero ahora con un cazo a ver si aparecían por allí algunos despistados que les dieran alguna limosnilla a cambio de venderse o traicionar incluso a sus propias madres. Mientras tanto, peperos y voxeros jugaban entre ellos a la comba de la sartén y el cazo, apártate que me mancho. Y en medio de todo, sentado en un sillón dorado forrado de armiño, viéndolas venir mientras preparaba ya el bonito discurso de Navidad que le dicta el puto amo, o el pistolero chuleras, como le llama Pérez Reverte, se dejaba ver al trasluz un señor muy preparado con corona de mírameynometoques y pluma de oro en la mano para firmar lo que le echen, así sea su propio desprestigio y condena, que los privilegios son los privilegios. En la piscina, un tanto sucia y maloliente, se veía a un señor filtrador con toga nadando mientras ordenaba a otros semejantes a él, sentados en el borde, a que se lanzaran al agua de la prevaricación y el servilismo rancio. En lo alto de la torre que daba luz a las luces, con cara de trasnochador recién levantado, un cándido caballero aprobaba y daba el visto bueno a todos los alimentos que se servían así estuvieron infectos, mientras debajo de la mesa otro hacía encuestas con la intención de que los resultados fueran los que les salen a él de las pelotas, aun sabiendo que después viene Mateo con la guitarra y tenga que zapatear con cara de cemento de no haber roto un plato. En la barra, mejor dicho, encima de la barra, aparecía un tal Puente que es de todo menos pasarela, porque sirve para cualquier cosa menos para unir, y tanto desunía que hasta el tenor argentino le cantó la Traviata, y para orgullo de los festeros localistas lo llevaron a la ciudad Patrimonio de la Humanidad llamada Úbeda a ver si lo podían corregir en algo, puesto que en esa ciudad todos son muy recatados, comedidos, nobles, leales y semanasanteros, y no quieren nunca señalarse. 

 

Y más y más y más y más… 

 

La juerga llegaba a tal desvergüenza que más de la mitad, con lo que estaba cayendo, andaban dormidos, pasotas, pasando del tema, tumbados en el sofá de aquí me las den todas y sin soltar la jarra de cerveza fresquita. Y ni a los mangas verdes que pretendían poner orden se les hacía caso, ¡menudos jueces interesados!, e incluso a los plumillas que tomaban notas partidistas, según les cayeran mejor unos u otros, o según recibieran más o menos pasta dentífrica para cepillarse mejor los dientes después de las opíparas comidas a las que suelen ser invitados, se les perseguían para que dejaran de hacer bulos. Y algunos del mundillo artístico e intelectual, con sus obras subvencionadas bajo el brazo para fardar, cuando no gritaban a favor del viva la Pepa, callaban como estatuas de plomo, no sea que los productores y los editores les hagan ver lo malos artistas y escritores que son, y no les condecoren con premios, ni les regalen medallas, ni los nombren hijos ilustrísimos de sus ilustres villas.  

 

Y yo, que andaba contemplando el espectáculo, más parecido a una repugnante orgía que a una fiesta de la democracia, me preguntaba si no podía ser que alguien sensato viniese a poner un poco de cordura. Pero me di cuenta de que ni por esas. Aquí no se salía nadie del desmadre. Aquí cada uno a sus egoísmos e intereses, sus ambiciones personales y sus miserias. Venga, llena la copa y otra de gambas. 

 

Y cuando parecía que todo iba a acabar mal, pero que muy mal, porque además, fuera de jardín, había cada vez más familias famélicas y niños hambrientos subiéndose por la paredes, se encaramó a una farola que alumbraba a media luz un vivales gritando ¡se acabó la fiesta!, y entre burlas, risas y metronchos se llevó tres eurodiputados a Bruselas acabando a hombros de los borrachos.  

 

Qué suerte y qué desgracia. Y es que esta España nuestra de charanga y pandereta, como muy bien la definió Machado, el país más grande y maravilloso del mundo, está lleno de gentes extrañas y juerguistas que se toman las cosas con tan poca seriedad que hasta no es difícil que acabemos a garrotazos. Y si no que se lo pregunten también a Goya, que de eso sabe mucho. Qué la vemos a hacer. Somos así. 

 

Pues nada, a seguir divirtiéndose, porque me temo, amigos, que no, que me he equivocado, que la fiesta no ha llegado a su fin, que continúa, y que va para rato… Así que, eso, a disfrutarla.

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