sábado, 1 de junio de 2024

INFAUSTO DÍA

El treinta de mayo de 2024 se ha aprobado en las Cortes Generales de España la ley de la Amnistía por 177 votos a favor y 172 en contra.

 

Es decir, por una España dividida por la mitad, rota, destrozada, herida de muerte. El régimen del 78 y la Constitución han sido derrotados, la próxima estación ahora es la autodeterminación y la independencia,

han dicho los mismos independentistas beneficiados de la ignominia el mismo día y en la misma sesión. Así que nada de eso de que la amnistía es para mejorar la convivencia y la pacificación en Cataluña. 

 

No cabe mayor vergüenza. No cabe mayor cara dura. No cabe mayor traición, porque los mismos que la han llevado a cabo eran los mismos que nos decían hace unos meses que la amnistía nunca podría concederse porque era totalmente ANTICONSTITUCIONAL. No cabe además mayor servilismo a un presidente —que no tuvo siquiera la decencia de asistir al debate—, egocéntrico y rodeado de corrupción, por parte de unos compañeros obnubilados por los cargos, las prebendas y la paguita. Ni una fisura en los palmeros en el Congreso, ni un solo voto del sentido común, ni un solo gesto por la libertad y la congruencia.

El 30 de mayo fue un día muy triste para muchos españoles. Ahí se ha aprobado que no hubo en Cataluña golpe de estado, ni violencia, ni toma del aeropuerto, ni división, ni malversación, ni desigualdades… Ahí se ha aprobado que el discurso del Rey fue una infamia de la que ahora tendrá que disculparse. Ahí se ha aprobado que los policías y demás fuerzas armadas solo recibieron besos y pastelitos de nata, que solo hubo suelta de palomas de la paz. Ahí se ha aprobado, en definitiva, no olvido, sino pecado de gravedad por el que hay que pedir perdón y resarcir los daños sociales y morales causados.

 

Pero la culpa de que se haya llegado a aprobar esta ley no solo la tienen los separatistas, supremacistas y chantajistas de la aldea, ellos no engañan, sino los mismos españoles que votan al engañador que nos viene engañando desde que apareció en la política y los mismos suyos, socialistas decentes que lo vieron venir, lo echaron. 

 

La culpa la tienen quienes, sabiendo de qué pie cojea el elemento traidor, lo siguen votando. Esos de los intereses partidistas, los de la red clientelar, los de las ideas fijas que ciegan la mente hasta caer en el abismo del caos, esos a los que les importa un bledo la situación de España, porque andan abducidos por otras cosas más a ras de suelo (ya están reservados todos los hoteles de primera línea de playa y todos los campings, aparte de que esa misma tarde-noche no cabía un alfiler en las terrazas), y que mientras que les pongan otra cervecita fresquita y un plato de tortilla (porque para gambas ya solo les llega a los líderes sindicalistas), son felices. 

 

Y nos queda una última oportunidad. Las próximas elecciones para Europa. Si ese día los españoles no castigan duramente al judas de los siete votos y siguen dando aire al que tanto cambia de opinión y con ello parece que se está de acuerdo con la amnistía…, apaga y vámonos. De ahí a la autodeterminación un paso, todo cabrá entonces en esta Constitución y este Régimen del 78 ya destrozados. Por lo que España dejará de ser lo que durante tantos siglos ha sido para quedar convertida en una vasija de barro que se estrella contra el suelo. Insisto, si los votos emitidos el próximo día nueve, más la suma de las abstenciones, no dicen lo contrario, los españoles estaremos diciendo que consentimos el atropello y que bienvenida sea la división y la ruptura, convirtiéndonos de pleno, además, en cómplices de ello ante el mundo y la Historia. Y estaremos obligados a aceptarlo, por lo que llegará el momento de quedarnos dentro los que queremos estarlo y de que se vayan a su isla los que así lo desean. 

 

Pero que se vayan —¡ya está bien!—, que se vayan de verdad, no unidos por un cordón umbilical por el que nos sigan sangrando. Separación real y verdadera, como con Portugal, o Francia o Marruecos. Separación donde el Barça juegue en su liga catalana y el Athletic en la suya, y Puigdemont y Otegui se besen y se visiten para brindar por sus repúblicas, sus hazañas y sus héroes. Y, hablando de república, de paso, el señor Rey, que ha de refrendar con su firma la amnistía —dicen que por imperativo legal (¿de qué me sonarán a mí estas tres palabrejas?)— también tendrá que marcharse del cargo de Jefe del Estado Español, sencillamente porque España ya no existirá, España ya será otra cosa y, probablemente, tendrá otro nombre dependiendo de los trozos que queden.  

 

¡Ojalá que no sea así! No quisiera morir sabiendo que ya no soy español. 

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