jueves, 16 de octubre de 2014

HAMBRE DE DIOS

¿Quién dice que la espiritualidad ya no tiene sentido, que ha muerto? ¿Quién dice que hoy lo que hay que hacer es pasar de todo aquello que tenga relación con la trascendencia? ¿Quién dice que el arte religioso ya no tiene porvenir, que sólo puede llevar al fracaso?

Nuestra cultura y nuestra historia están íntima y profundamente ligadas a la fe. Las mejores obras de la literatura, de la poesía, de la música, de la pintura, de la arquitectura, de la escultura… están relacionadas con el tema de la religiosidad. Todos los maestros clásicos lo han tocado y se han sabido profundamente congratulados con ello…

Sin embargo, en nuestro tiempo, los movimientos pragmáticos, hedonistas y relativistas nos intentan hacer creer que todo lo relacionado con las creencias ya no tiene sentido, no es válido, nada aporta, porque lo consideran, si no como un volver el pasado, sí, cuando menos, como un quedarse estancados en el presente. Y no es así. Por más que nos quieren cerrar los ojos a la verdad de la existencia, toda persona reflexiva, libre, que dedique un tiempo a la meditación personal, se dará cuenta de que dentro de ella hay una dimensión que asciende más allá de la puramente carnal, que hay un deseo de trascender, incluso una necesidad de acudir a un Ser Superior en el que buscar comprensión, ayuda, esperanza, gozo, vida...

No somos mera materia. Sentimos en el alma el amor, somos capaces de perdonar, queremos construir, ansiamos mejorar, soñamos con un mundo mejor, buscamos la felicidad. Es decir, tenemos grabado en la conciencia un especial tatuaje que nos recuerda que no somos ni plantas ni animales, que somos seres especiales, capaces de pensar, de sembrar, de crear, de conocer y conocernos, de comprender que venimos del olvido y vamos a la muerte, pero que al mismo tiempo algo nos dice que puede haber un más allá, un nuevo modo de continuar existiendo, una forma de ser unidad en la Unidad.    

Y por más que desde todos los medios, por infinidad de intereses y motivos, y porque ello nos hace más esclavos y dependientes, menos libres, luchen por emborronar nuestro adentro, y así quede paralizado, acorchado, insensible, no hay más que dar a conocer algo que tenga sinceridad creativa, que despierte el ánimo del corazón, que nos haga ver que el camino de la espiritualidad, incluso el del misticismo, no ha muerto, para que nos sorprenda la reacción de la gente.

De ahí que, aunque muchos se extrañen, cada vez que represento una obra teatral de carácter religioso, los teatros y lugares de representación se llenen. Durante lustros, el Grupo de Teatro que dirijo ha representado la obra acerca de la vida de Jesucristo, y ni una sola vez, en más de sus trecientas puestas en escena, ha quedado una sola butaca vacía.

Ahora, por el mismo grupo teatral, estreno la obra “El poder de la oración”, que he escrito en homenaje a Santa Teresa de Jesús. Y nada más poner las invitaciones a disposición del público, se agotaron, teniendo que representarla al día siguiente, y para la cual, en una sola tarde, se volvieron a agotar todas las invitaciones.

¿Y eso por qué? ¿Cómo un grupo de aficionados puede lograr ese éxito? ¿Cómo va ser eso posible si cuando se representan obras teatrales, modernas, laicas, agnósticas…, por compañías de actores profesionales, superconocidos y famosos además, siempre hay pocos espectadores?

¿Cómo puede Maranatha llenar los teatros una y otra vez con sus obras y en especial con sus obras de carácter religioso? ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Qué misterio encierra? Me preguntan. A lo que yo, con humildad, suelo responder: No hay ningún misterio, es, sencillamente, que, en el fondo, la sociedad tiene hambre de Dios.

3 comentarios:

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  2. Enhorabuena Ramón. Recibe un fuerte abrazo de tus amigos de Alas de Alanís. Personalmente comparto lo que dices y me animas a reflexionar sobre cuestiones olvidadas. Paz y espiritualidad, tan necesarias en los tiempos que corren; aunque los que corran no sean los tiempos, sino nosotros. Un abrazo.

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  3. ¡Formidable, querido Ramón¡ Sí, la sociedad tiene ganas de Dios, ganas de dar y ver un sentido a todo, al mundo, a la creación y , sobre todo, a la vida, a la propia existencia, al yo, ...al alma. Pero tus obras atraen tanto porque en ellas no hay trampa, no ; son la expresión natural, sincera y humildes de tus vivencias, de tu certidumbre, del Dios que habita en tu alma.Siempre en mi recuerdo.Un fuerte abrazo.

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