viernes, 11 de mayo de 2018

ACABAR CON EL ROMANTICISMO

Voy con mi nieta de dos años a un parque de Bruselas. Llevamos pan para echarle a las palomas, que se acercan, siempre asustadizas, a picotear a toda prisa las migajas que ella les arroja desde su silleta.

Antes, yo había dado un repaso a la prensa española en internet. Rápida, a la ligera, cansado y harto de políticas, de articulistas subvencionados, de sucesos morbosos, de horrores y desastres…, de señoritas y señoritos de corazón vacío de los que tenemos que saber qué comen, qué visten…, y con cuántos se acuestan, como si se tratara de una competición atlética… Mira, yo, con veinte años, ya cuento en mi haber con quince; pues yo cuento con cincuenta, teniendo treinta…

Y eso sí. Eso se valora. Vende. Triunfa. Cuántas más relaciones e infidelidades, más famoso eres y más alto llegas en el podio de la miseria revestido de monedas. Y es que el sexo para ellos es algo muy simple: “Aquí te pillo aquí…”  Perdón por poner puntos suspensivos, pero es que hay palabras que, aunque sean simplemente en el contexto de un dicho popular, están vetadas, y las damas y caballeros políticos y parciales disfrazados de falsos feministas lo pueden aprovechar para crucificarme en menos que canta un gallo, y eso que yo llevo ya cientos de crucifixiones en mi vida. Mejor: “Aquí te pillo, aquí lo hago”. ¿Hago? ¿Qué hago? ¿El amor?...

Sí, el amor, te responden los protestones que todo lo protestan menos lo suyo. Porque el amor es así, algo que llega y pasa…, y punto.  Algo que solo precisa un sí. Porque no es no. Bien que lo sabemos. Y prohibido queda todo lo demás. Prohibido el halago, la seducción, la galantería, la cortesía, la gentileza, las palabras bonitas, las flores, la educación, la ternura, el afecto…, en una palabra: el romanticismo. Porque el romanticismo, en opinión que leí esta mañana de la exministra de Cultura y ahora secretaria de Igualdad y número cuatro del pesoe, Carmen Calvo, no es más que machismo encubierto con lo que hay que acabar cuanto antes, como también hay que acabar -añade-  con eso del amor para siempre, tan carca, tan de fachas, tan anticuado.

¿Cómo actuar entonces cuando dos personas se encuentran? Nada de miradas insinuantes, porque eso es agresividad. Nada de cortesías, porque eso es signo de superioridad cuando no de abuso. Nada de galanterías ni lisonjas, porque eso es acoso. Con lo fácil que es la cosa. Te acercas y preguntas: ¿quieres copular conmigo? Si dice no, media vuelta y a tu casa. Si dice sí, te evitas el tremendo trabajo de la conquista y hasta la posible cárcel. Y después cada mochuelo a su olivo, no sea que nos comprometamos y dejemos de ser progres. Y todo esto lo digo sin expresar género, no sea que me la líen.

Y adiós de paso a los poetas. Adiós a los románticos Allan Poe, Whitman, Goethe, Hoffmann, Víctor Hugo, Lord Byron, Leopardi, Amado Nervo, Rafael Pombo, Bécquer, Espronceda, Ramón de Campoamor, Rosalía de Castro, Carolina Coronado… Adiós a todos estos y todas estas, tan machistas.

Y mientras me sonrío pensando todo esto, miro a mi nieta y me da miedo su futuro. Y ya no sé si llevar un vestido de flores, tener el cabello largo, recogido con un lazo de color, y mostrar una pulserita en su brazo es que la estamos discriminando. Que lo mismo es mejor ponerle un mono vaquero y raparla al cero para que nadie sepa si es niña o niño, y que nadie se lo diga tampoco, que eso lo tiene que decidir ella cuando crezca.

Después, cuando ya ha arrojado todo el pan a las palomas, le digo de irnos. De inmediato, todas salen volando para esconderse en los árboles. Menos dos. Una de ellas -lo juro- empieza entonces a inflarse como una pelota girando a modo de una danza alrededor de la otra, que se aleja dando saltitos para regresar arrogante… Aquella arrulla y da un ligerísimo picotazo a la otra, que vuelve a alejarse unos pasos para volver… Aquella insiste y se pone flamenca…, la otra, presumida, le sigue el juego. Y cuando aquella da un salto para montarse, la otra levanta el vuelo y la deja con dos palmos de pico. Y le está bien empleado, porque alguien ha debido explicarle a ese ser indigno y machista que eso no se hace, que eso es acoso, y abuso, y hasta agresión. Con lo fácil que hubiera sido preguntárselo. Y es que estos prehistóricos incultos no aprenden ni progresan.

Adiós palomas, dice mi nieta. Y yo la miro confuso y triste porque creo que estamos confundiendo la gimnasia con la magnesia, al tiempo que deseo para ella todos los derechos y todas las igualdades del mundo, faltaría más… Pero, por favor, que nadie le robe el limpio y poético romanticismo.


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