jueves, 12 de julio de 2018

EL MÁSTIL DE LA FELICIDAD


Siempre he creído que hay un grupo de personas de gran relevancia que, ocultas, mueven los hilos de los demás seres humanos, llevándonos a donde a ellos les interesa.

De ahí esos bandazos que vamos dando, como si navegásemos en un velero bajo la tormenta. Ahora, todos a estribor. Ahora, a babor. Un poco después, a proa. Y cuando menos lo piensas, a popa…

Y para eso tenemos hoy en día a los medios de comunicación y, sobre todo, a las radios y a las televisiones, con un tremendo grupo de comunicadores y movilizadores que se encargan de difundir y poner en práctica aquello que interesa y adoctrina.

Y así andamos. Confusos, sin ideas, descentrados, desconcertados, perdidos…, infelices. Que hay que acabar con alguien de valores, o de forma de pensar diferente, que está decidido a ir contracorriente…, pues se le estudia el pasado a ver qué se le encuentra, que siempre habrá algún error o fallo a destacar, y se le ataca desde todos los frentes posibles, ridiculizándolo si es necesario, etiquetándolo, arrinconándolo…, hasta llevarlo al paredón de lo políticamente correcto y allí derribarlo hasta hacerlo polvo. Que no entras por el aro que marca la sociedad, la moda, los tiempos, la política…, se te denigra, se te insulta, se te ponen adjetivos a cual más tremendo y se te indiferencia hasta que mueras de soledad y de abandono. Que eres un ser que vas a tu aire, que no comulgas con ruedas de molino, que no te dejas llevar…, pues nada, te catalogan de peligroso, te critican ferozmente, te apartan y te irradian con dosis de odio cuando no de persecución hasta que te consumas de incomprensión y de pena.
¿Y qué consecuencias aparecen al fondo de todo esto? Pues muy sencillo, que las personas que conforman la gran masa de esta sociedad no son felices. Parece que sí, pues viven, consumen, se divierten, viajan, llenan los bares, las cafeterías, las tiendas, los supermercados, los conciertos, los campos deportivos..., pero no. De ahí que nos juntemos y separemos con tanta facilidad. De ahí que nos cansemos de todo tan rápidamente. De ahí el usar y tirar. De ahí que no nos quede tiempo para nada…., y menos para pensar, razonar, analizar… Y de ahí que aparezca también tanta informalidad, y desconfianza, y engaño, y corrupción, y desbarajuste, y miedo…, desembocando todo esto en tristeza, disgusto, desarmonía, en depresión, en muerte.

Yo conozco, por contrario, a una persona algo mayor que teniendo apenas para comer, en cuanto solo recibe una pequeña paga de jubilado, es verdaderamente feliz. Vive a su aire, viste a su gusto y, sobre todas las cosas, es fiel a lo que cree, existiendo plena  coherencia entre lo que habla y hace. Así, cree en la naturaleza y la defiende incluso costándole los tribunales. Cree en la belleza, y la anda buscando por todos los rincones. Cree en la amistad, y aunque dicen que no tiene más de tres amigos, los que tiene lo son de verdad, hasta el punto de estar dispuesto a dar la vida por  ellos. No tiene televisión, pero tiene libros. No tiene móvil, pero habla con la gente por las plazas. No tiene coche, pero puedes encontrártelo por cualquier parte. Odia la mentira del arte moderno, pero ama la poesía. Cree en al amor de pareja, pero más en la libertad personal, por lo que siempre ha vivido solo.  

Y aunque nunca dice que es feliz, yo estoy convencido de que lo es, porque nada le ata. Es feliz porque es consecuente, porque es fiel a lo que piensa, porque siempre tiene ligero el equipaje. Es feliz, sencillamente, porque no va golpeándose el alma de un extremo a otro del barco puesto que anda sujeto al mástil central de ser quien quiere ser y no quien quiere los demás que sea.

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