viernes, 13 de marzo de 2020

EL CORONAVIRUS Y LOS DIOSES


El dios ser humano acaba de descubrir una vez más –y ya van ¿cuántas?– los pies de arcilla que lo configuran. El señor de la tierra, el dominador de la naturaleza, el rey de todas las especies, el creador de la digitalización, el dueño de las fuerzas nucleares capaz de aniquilar por completo el planeta…, resulta que, en el fondo, no es más que una pobre criatura acobardada, débil y temerosa.

Solo ha hecho falta una vez más –y ya van ¿cuántas?– que un microscópico elemento que ni siquiera es un ser vivo, una ínfima partícula sin vida propia, un invisible agente con forma de sol, aparezca y se introduzca en él para derrumbarlo y hacerlo polvo.

Qué desilusión verlo asustarse ante la amenaza, tiritar ante el peligro. Qué decepción observar el terror que lo minimiza por completo.

Y ahí tienen los supermercados vacíos, hasta sin papel higiénico. ¿Será por la cagalera? Ahí también agotados los antivirales, las mascarillas, el paracetamol y los geles antisépticos…. ¡Tierra trágame!

En otras épocas, se diría que el Dios divino anda enfadado por tanto desvarío global, tanta inmoralidad, tanta incoherencia, tanto orgullo estúpido y tanto burla hacia él. Y harto ya, cansado de aguantar tanta impertinencia de mosquitos, ha decidido darnos un sustillo para que no olvidemos lo que somos: simples figurillas de barro sin cocer.

Ahora no. En nuestro tiempo bien sabemos que Dios no existe. Y si existe es infinitamente bueno y misericordioso, tanto que es incapaz de hacernos el más mínimo daño. Ninguno, de ninguna de las maneras, por muy malos y perversos que seamos.

Por lo tanto, el virus que ahora anda por aquí jugando al pillar no es más que en engendro surgido y escapado de la manipulación genética realizada en algún laboratorio de la guerra bacteriológica, o por simple casualidad, o tal vez mutado por la misma naturaleza harta ya de tanto sentirse dañada por nuestro mal uso de ella, y con el que intenta defenderse, al igual que nuestro propio organismo lo hace con nuestras defensas enfrentándose a estos diminutos  intrusos que buscan sobrevivir a costa de nuestras humildes células.

¡Quién sabe nada! Lo único que sabemos es que cuando las cosas no andan bien no acaban bien y que vivimos de cierto en un mundo de mentira gobernado por mentirosos. Tan mentirosos que nos hemos acostumbrado a la falacia como el pez se acostumbra al agua. Y eso es bueno porque vivir en la mentira nos exime de responsabilidades. Lo malo es que cuando llega la hora de la verdad o momentos de epidemias o pandemias como esta del coronavirus, lo que nos dicen nuestros políticos y dirigentes no nos lo creemos. ¿Quién va a creerlos, cuando todos sabemos que mienten más que ven, que viven en la mentira, que son mentirosos compulsivos?

De ahí que, antes los hechos de la pandemia, cada uno haga de su capa un sayo y se configure su propia historia. En este caso una historia de la que solo poseemos la evidencia de que es muy contagiosa, pero de la que no tenemos conocimiento ni de cómo ha surgido, ni cuál es el nudo, ni cómo el desenlace, ni cuándo el final…

Pues ya ven. Menudos dioses estamos hechos. Como para temblar.  





  

2 comentarios:

  1. Estoy convencido que las personas somos “ratas” de laboratorio en manos de los grandes poderes económicos que manejan el mundo. Creo que el fin último que persiguen, es acumular ganancias manteniendo a toda costa el statu quo que les interesa, a base de experimentar con la sociedad en su conjunto.

    De cualquier manera aunque nos creamos fuertes e importantes, solo somos apariencia y nuestra fragilidad está a merced de la naturaleza que, en cualquiera de sus formas, puede acabar con nuestro orgullo y con nosotros mismos de un plumazo.

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  2. ¡Que verdad ! ¡somos nada! y nos creemos dioses, sí, dioses, pero de barro o papel y como dices, un insignificante virus está matando, en principio al más débil, pero a quien él quiere..., un abrazo amigo Ramón y cuídate.

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