domingo, 27 de enero de 2013

EL MAESTRO


El maestro se fue haciendo de fama a lo largo de muchos años.

El maestro era un hombre servicial y generoso que daba clases después de la jornada laboral a quienes quisieran visitarlo. Y no eran pocos los que acudían a su casa. Allí, el maestro abría su libro con parsimonia y serenidad, y comenzaba a explicar lecciones magistrales que dejaba fascinados a cuantos asistían. Luego, comenzaban las opiniones, los comentarios, los debates..., y el maestro dejaba hablar y dejaba discutir; finalmente, exponía sus pensamientos, sus pareceres, sus reflexiones... Y, terminada la clase, todos marchaban contentos y satisfechos de lo mucho que sus corazones recibían.

Jamás quiso el maestro cobrar. Todo lo daba gratis. Y era feliz. Tenía, la verdad, trabajo, no era fácil la tarea de enseñar a quien no sabe, pero como veía que sus alumnos eran receptivos y tenían fe en las lecciones, el maestro no desfallecía y pese a su avanzada edad, aún seguía ahí, subido al estrado, frente a su libro, repartiendo su conocimiento a los hombres y mujeres de bien...

Bueno, de bien, lo que se dice de bien, no eran todos. Al final de su vida, se topó con un grupo de discípulos que buscaron sibilinamente amargarle la existencia, por lo que debajo de palabras amables e incluso laudatorias, sembraban maledicencias y lo miraban con recelo, odio y envidia. Cada vez que veían al maestro abrir su libro de la sabiduría y exponer un tema que sorprendía y sobrecogía, cuando no asombraba, se les ponían los ojos rojos de codicia... Tener ellos ese libro era algo por lo que estarían dispuestos a vender incluso el alma al diablo... Por lo que tenían que hacerse de él, fuese como fuese, costara lo que costara...

Y se pusieron de acuerdo. Primero, logrando que a las clases no asistiera nadie que fuese verdadero seguidor del maestro, sólo aquéllos que, haciendo como que lo admiraban, pretendieran aniquilarlo. Todo con tal de apoderarse de ese excepcional libro que daba el poder, la sapiencia y la grandeza.

Hasta que llegó el día señalado. Primero, lo calumniaron ante el pueblo, que comenzó a dudar de su bondad, generosidad y sabiduría. Luego, dieron un pasó más y lo llevaron ante la justicia, inculpándolo de más de medio centenar de delitos..., pero como el juez no vio indicio alguno, porque nada malo había hecho a nadie, conspiraron para lo peor: asesinarlo. De ese modo el libro, por fin, sería de ellos, y podrían entonces montar una escuela donde asistieran cientos de alumnos y se les cobrara para, de este modo, hacerse ricos, ser famosos y lucirse concediendo entrevistas en importantes medios de comunicación.

Así que una noche de lluvia, entraron sigilosos en casa del maestro y, mientras dormía, lo agujerearon a navajazos. El maestro quedó ahí, muerto, con los ojos cerrados pero en paz. Él siempre habló de la esperanza y en esos momentos un velo de color cielo parecía revestirle el rostro. Bajaron deprisa hasta el espacio de la clase donde, sobre el atril, se hallaba el espléndido libro que el maestro siempre abría para dar cada día su lección maravillosa. Y sí, efectivamente, allí estaba, impresionante, elegantemente encuadernado, mágico, grandioso... Uno de ellos, el más falso, porque siempre andaba bebiendo agua bendita, lo tomó en sus manos e hizo que los demás se sentaran en los bancos, quería dar una primera lección para ser el primero en saborear el licor de la alabanza y sentir el gozo de verse aplaudido por sus compinches...

Sólo, sólo que al abrir el libro encontró más de mil páginas numeradas, más de mil, pero todas, absolutamente todas... en blanco.

2 comentarios:

  1. Precioso relato..., una lección magistral con un final triste, pero con una enseñanza, aquellos que matan por ambicionar lo del otro, encuentra un vacío, ¡nada!..,
    un abrazo amigo Ramón.
    José

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  2. Si no te importa, me quedo por estos barrios que encuentro por casualidad, porque en estas letras y pensamientos, veo mucha afinidad. Me basta leer un poco, para saber que por aquí puedo encontrarme bien.

    Un saludo.

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