domingo, 11 de octubre de 2015

CORAZÓN DE MANOS ABIERTAS

Hace poco más de un mes recibí una llamada telefónica de Manolo Contreras, miembro de la cadena de radio COPE, pidiéndome ayuda para una niña de catorce años que anda luchando contra una leucemia que llamó a su puerta para robarle de un tajo la vida. Me pedía representar en La Carolina, el pueblo de la pequeña, la obra “Malos tratos”, obra que el Grupo de Teatro Maranatha estrenó en Jaén en el mes de junio del pasado año y que viene representando desde entonces por diferentes lugares de nuestra geografía con carácter solidario, para ayudar en este caso económicamente a la familia, todos en el paro. Ni que decir tiene que nuestra colaboración estaba hecha. Para eso nació este grupo, para, aparte de hacer teatro, arte y cultura, darse a los demás sin pedir nada a cabio, sin cobrar ni un céntimo, donando íntegramente los beneficios que se obtienen siempre y cuando repercutan en un bien social o religioso. Y pocos como éste de sacar adelante la vida de una criatura herida por el rayo de una de las enfermedades más crueles. Y allí que fuimos en nuestros propios coches. El Ayuntamiento incluso envió una furgoneta para llevar desde nuestra sede luces, sonido y atrezo.
Y allí, en la capital de las nuevas poblaciones de Sierra Morena, el Grupo representó la obra el pasado 3 de octubre, consciente de que este pueblo ha sido ejemplar en la entrega por esta familia. Muchas personas se han unido a ellos y no sólo materialmente, sino también moralmente, dando y ofreciendo ánimos y, sobre todo, haciéndose donantes de médula en una cantidad tan ejemplar como sorprendente.

Donantes porque se han concienciado, ante el caso vivido, de la necesidad de ponerse a disposición de los demás, de dar, si fuera necesario, parte de la sangre de su médula con el sentimiento de salvar la vida de otros que desde un lugar cualquiera del mundo puedan necesitarla.

Y es que la pequeña Paula ha sabido muy bien lo que es esa necesidad, y de saber, de paso, lo que es el dolor de que le sea negada. Porque cuando los médicos encontraron, después de un trabajo ímprobo, una médula compatible, la de un joven de veintidós años, residente en Brasil, y todo estaba controlado y preparado para el trasplante, el joven se echó atrás y no pudo llevarse a efecto. La desolación fue terrible.

La muerte, entonces, pareció que sonreía por su triunfo sobre un ser inocente y bondadoso. Pero se buscó una última solución: la de aplicarle un tratamiento casi en fase experimental que había que traer de Estados Unidos. Los padres aceptaron y se puso manos a la obra. El tratamiento consintió en cincuenta sesiones de una quimioterapia muy agresiva. En las carnes de la niña se hizo el infierno pero la luz no dejó de alumbrar en ningún momento en sus entrañas a modo de una esperanza hecha sueño.

Y ahí está la niña, en el colegio. Feliz, llena de ganas de reír, de saltar, de vivir, sacando buenas notas, cantando, jugando… Ahí está la niña, derrotando al monstruo que se metió en su sangre de inocencias. Ahí está con su sonrisa limpia y llena de bondad… Y ahí, con ella, a su lado, sin descanso, su familia, su papá y su mamá, dos personas coraje, dos seres humildes rotos por tanta lucha, cansados, pero también ilusionados, orgullosos de ver que su hija del alma anda naciendo de nuevo, confiados en que todo siga bien y puedan ver a su pequeña volar definitivamente por los cielos blancos de la salud total.

La obra salió bordada. Tanto el presentador, don Adolfo Salas, como los actores pusieron todo el ímpetu y la fuerza que llevan dentro por la pequeña, por los padres y por todos cuantos asistieron para colaborar. Y nos fuimos de allí llenos de gozo, sabiendo que la obra que habíamos representado con el fin de colaborar con esta niña ejemplar había merecido la pena. Y para mí, personalmente, más que la pena, porque me fui de La Carolina lleno de emoción y de lágrimas, lleno de paz, lleno de honda satisfacción, sobre todo después de ver como al finalizar la puesta en escena, tras agradecer al público su asistencia y generosidad, mientras abrazaba a los actores en el escenario por la pasión que habían puesto y la magistral actuación llevada a cabo, los aplausos continuaban sin cesar hasta el punto que tuve que volverme hacia el público y agradecer de nuevo el entusiasmo mostrado.

¡Qué hermoso todo, amigos! ¡Qué hermoso tantas manos abiertas! Días así merecen la pena ser vividos… y recordados. Sobre todo porque sabemos que cuando Paula supere este trance y su triunfo sobre la leucemia sea definitivo, un trozo de nosotros, una gota espiritual de nuestra sangre, junto a la de otros muchos, irá en las venas del corazón de su alma hasta la eternidad.  

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