martes, 20 de agosto de 2024

APOSTASÍA

Fui amigo suyo de juventud. Él tenía algunos años más que yo y su carácter irradiaba confianza. Era una persona servicial y amable, muy devoto para su edad y todo un honesto seguidor de Jesús de Nazaret.

 

Una tarde me presentó a la chica con la que se había comprometido. Era preciosa y en su rostro se reflejaba la inocencia de un ser más espiritual que terrenal. Y si él era creyente mucho más lo era ella. Sus padres pertenecían a un grupo religioso importante. Se amaban con esa sencillez que solo reflejan las flores cultivadas en el invernadero de los monasterios. Soñaban con casarse y, hasta que llegara el momento de consagrarse ante el altar, cultivar la pureza. Creían en el amor de para siempre. Hablaban de que tendrían muchos hijos. De educarlos en valores. De infundirles fe y esperanza. De lo bella que es la vida. De crear una asociación para ayudar a no abortar. De colaborar para atender a los necesitados. De anhelar morir ya ancianos cogidos de la mano dando gracia a Dios. Y de seguir viviendo juntos en el otro reino eterno y prometido. Todo por Dios, decían, todo por él. 

 

Ahora, cuando una y otra vez no ceso de leer y escuchar noticias sacrílegas buscando burlarse, ridiculizar y parodiar con absoluta indignidad y falta de respeto la fe cristiana, me ha venido a la mente aquella pareja amiga que un día desapareció de mi vista cuando rompieron por culpa de una tercera persona que vino a abrir los ojos de ella haciéndole ver lo ridículo que es eso de creer.  

 

“Mi camino era un camino lleno de espejismos”, me confesó

la última vez que hablamos. Había conocido a un chico en la universidad de Granada, de ideas modernas, revolucionarias, anárquicas, que la había sacado de la vulgaridad, el patriarcado y la sumisión, y del que se había enamorado con locura, aunque, eso sí, dentro de los parámetros sin ataduras de la comuna y el amor libre.  

Nada pude hacer. Y aunque me dijo que nunca dejaría de ser seguidora de Jesús, lo cierto es que, sin darse cuenta, había cambiado a Dios por una ideología. 

 

Y las noticias nos siguen hablando de la irrespetuosidad y la desconsideración hacia la religión católica. Las últimas, las que se burlan de las formas consagradas, de la cena del Señor en las olimpiadas de París, de los más pequeños, deformándolos con la publicación de un libro con actividades desde el que los incita a la masturbación, a explorar sus cuerpos, a mantener relaciones con los del mismo sexo, induciendo incluso a la pederastia. Y en no sé qué pueblo, ayer mismo, subiéndose el alcalde a un ridículo papa-móvil, rodeado de numerosos fantoches vestidos de obispos y cardenales, para ir bendiciendo con agua inmunda a sus fieles siervos ciudadanos con un hisopo hecho escobilla de wáter. Todo sea por el progreso. Todo sea por un mundo sin Dios. 

 

Mi amigo anda ya por el tercer divorcio y tiene hijos de cuatro mujeres. Es de ideas “avanzadas” y es enemigo acérrimo de todo lo que huele a iglesia. Su odio a los curas es enfermizo. Si por él fuera todos los templos deberían convertirse en habitaciones de hoteles, restaurantes o teatros. O de lo contrario pegarles fuego. Su feminismo es extremista. No solo es partidario del aborto sin condiciones sino de que al niño post-parto se le pueda matar si es antes de las cuarenta y ocho horas, porque un recién nacido todavía no tiene identidad plena de ser humano. Es partidario de los intercambios de pareja y del incesto siempre que sea consentido. Un fenómeno. 

 

Mi amiga no le anda muy lejos. Nunca se casó, aunque sí ha tenido media docena de parejas estables y algunas inestables. Madre de dos hijos. Y otros dos abortados. Una vez vi una fotografía en la que se le veía con la pancarta en la mano: “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Es pro-Putin, contra Israel, admiradora de los Castro, del Che, de Maduro y de Ortega. “¡Todos los beatos nicaragüenses a prisión por siempre!”, gritaba en una manifestación en Madrid hace unas semanas teñido el pelo de rojo chillón. Pertenece a un partido situado en la extrema de la extrema. Y lo peor de todo, es contraria a las manifestaciones públicas de fe. Nada por tanto de la Semana Santa en la calle. 

 

El 90% de los matrimonios se celebra por lo civil. Sólo un diez por ciento se casa por la Iglesia. Infinidad de parejas viven juntas sin papeles. Más de la mitad de los matrimonios se separa. El amor se acaba. Las rupturas matrimoniales se incrementan, llegando a superar los cien mil por año. La duración media de los matrimonios viene a ser de ocho años. El 47% de los niños tienen padres no casados. Las rupturas conllevan graves problemas para los hijos, hasta el punto de que más del sesenta por ciento de ellos requieren tratamiento sicológico. Unas cien mil mujeres abortan cada año en España, de ellas un diez por ciento son menores de edad. El número de católicos no llega al 60%. Y disminuyendo… La siembra de ellos y de los que se les asemejan va irremediablemente dando sus frutos. 

 

Y claro, mi viejo amigo y mi vieja amiga, cuando se miran al espejo de lo que fueron y son, y se ven tan lejos del camino que Jesús propone y un día anduvieron, se rebelan contra él y, como andan enclaustrados en las antípodas, se exasperan, se enrabian y buscan por todos los medios romper la baraja enmugreciendo la vida. No hay nada. Todo es mentira. Dios no existe. Jesús solo fue un pobre embaucador. La Iglesia es una falsa y corrupta inquisidora. Y los cristianos unos desgraciados, hipócritas, reaccionarios, ignorantes y fachas.

 

Y desprecian con todas sus fuerzas a todos los que no son como ellos.   

 

Y yo, ante tamaña realidad, desconcertado, me pregunto qué se gana y si se puede ser feliz yendo en este barco sin rumbo en el que van y nos quieren llevar, empujado por las olas del odio, sin luz de trascendencia, relativista, rupturista, amoral y hedonista… podrido. 

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