viernes, 6 de septiembre de 2024

JESÚS MAESO, UNO DE LOS GRANDES

El pasado 27 de mayo asistí en Úbeda a la presentación del último libro publicado de Jesús Maeso de la Torre. Tras una dedicatoria breve y amable, y después de hablar con el autor unos minutos recordando viejos tiempos, marché con el libro bajo el brazo camino de mi casa. 


Jesús es alguien muy especial a quien conozco desde la adolescencia. Nos hicimos amigos y compartimos sueños, deportes, lecturas y proyectos… y ambos soñábamos con ser poetas. Después, la vida nos llevó por caminos diferentes, pero yo lo sigo llevando en mi corazón. Lo respeto y lo admiro. Tanto que, a medida que ha ido pasando el tiempo, me ha dado mayor reparo acercarme a él. Al principio, cuando comenzó a publicar y quiso que le presentara en Úbeda su primera novela “Al-Gazal, el viajero de los dos orientes”, el martes, 27 de febrero de 2001, en la sala Julio Corzo, aunque vi claro que tras la obra aparecía una mano culta, sabia y elegante, pensé que, dadas las dificultades e inconvenientes que muestran las editoriales y las muchas competencias que se dan en ellas, se le estrecharía la senda que lleva a la cima de la literatura. Me equivoqué. A partir de entonces, casi por año, Jesús no ha cesado de publicar novelas históricas, con tanta altura y tanta belleza que le han crecido alas y ya vuela en el olimpo de los grandes. 

 

Podría hablar de muchas. Pero hoy quiero hacerlo de dos de ellas que se desarrollan en el imperio romano, tanto de oriente como de occidente: “Teodora, la crisálida de Bizancio” y la última publicada, “El jardín de las vestales”.  

Líbreme Dios de caer en la fatua alabanza y la necia adulación, que además a Jesús lo incomodarían. Así que, ateniéndome a la verdad, diré que ambas novelas son historia pura, con una trama que no deja espacio para poder saltarse un solo párrafo, porque el lector perdería el hilo. Se comienza como quien hace un viaje partiendo de una edad temprana y acaba como si se hubiera llegado al final de toda una vida después de muchos años de sobresaltos. Con Teodora se transporta uno desde Gades a Bizancio, sintiendo los bajos fondos, sufriéndolos y aguantándolos…, para después ir ascendiendo sobre las penumbras hasta alcanzar la cima y beber el elixir del poder junto con el veneno de sus miserias dentro. Con el librero de Gades, que se enamora de una vestal sagrada, se vuelve a partir del mismo lugar hasta alcanzar Roma, escalar a base de esfuerzos, conseguir los altos caminos de las vanidades y gozar el sueño de llegar a conocer a quien era su dios de las letras, Tito Livio. 

Y todo el enredo, inmerso en un laberinto repleto de nombres y lugares, se desarrolla dentro de un contexto histórico excepcional, una escenografía perfecta, un vocabulario riquísimo y un conocimiento tan exhaustivo en las formas y en los fondos que le hacen a uno creer, en tan honda realidad, que es un personaje más de la novela…, hasta el punto de que te atrapa y no quieres que termine.  

 

Pero lo más sublime en las novelas de Jesús no es otra cosa que la lluvia de infinitos matices que las baña, la mágica escarcha que las viste, el mar grandioso de la poesía que las inunda hasta hacerlas únicas. 

 

Y es que Jesús Maeso, aparte de un novelista histórico, un escritor completo, un autor íntegro, un literato reconocido, un orador sublime…, es, sobre todo, un poeta genial capaz de hacer brotar flores perfumadas donde solo hay arenas y desconsuelo.  

 

¡Ah! y lo más asombroso, si el hecho de leer las novelas de Jesús es ya gratificante y al hacerlo te revisten de sabiduría, te instruyen y te ilustran, releerlas, pese a conocer ya su contenido, es comprender en verdad y sinceridad el gran valor de una pluma ágil, movida por una mente preclara, de la que obligatoriamente y de manera especial los ubetenses hemos de sentirnos orgullosos.   

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