Café sin cafeína. Pasteles sin azúcar. Leche sin
lactosa. Vino sin alcohol. Chocolate sin cacao… Navidad sin Dios.
Navidad sin Dios. Es decir: fuego sin calor, abrazo
sin amor, canto sin música, felicidad sin gozo, vida sin esperanza…

Y es que nada nos trae a Dios. Dios no cuenta. A Dios
se le ignora. A Dios se le aparta. Colores llenos de formas pero sin mensajes.
Luces y destellos pero sin sentido. Comidas pero sin convivencia. Regalos pero
sin cariño. Ya casi nadie habla de que nace el Niño Jesús, el Niño Dios. Ya
nadie canta villancicos a las figuras de un Belén construido en familia, con
trabajo compartido. Ni siquiera los niños tienen ya que esperar la llegada de
Reyes Magos para recibir los regalos, se los dan antes, para que los disfruten
en los días de vacaciones. Todo buscando el pragmatismo, lo tangible, lo
práctico… Aquí lo que importa es qué día es la gran comilona de la empresa o
del grupo, qué marisco hay, bueno y barato, para cenar en Nochebuena, qué
bromas vamos a gastar el día de los inocentes y qué me voy a poner para
divertirme en Nochevieja hasta que amanezca…
Pero, pese a todo, Dios sigue naciendo, como siempre
lo hizo. Y sigue naciendo en una cueva alejada de la ciudad, de la posada, del
sueño de los acomodados, de los palacios de los poderosos, de las alcancías
repletas de riquezas. Lejos de todo y todos aquellos que por cobardía, por
intereses, por comodidad se hacen los tontos y nada saben. Por no saber ya no
saben los niños de la escuela, pese a tanta Navidad que se celebra, en qué
lugar nació Jesucristo. No lo saben. Hagan la prueba. Yo la realicé en los años
de mi docencia y quedé impresionado.
Qué vacías se nos van presentando ya las navidades en
muchos pueblos y ciudades. Qué pena de iglesias con misas del gallo a las siete
de la tarde y cerradas a las doce de la
noche. Qué triste que los adornos se alejen de los mensajes cristianos,
todo informe, geométrico, todo vistoso, todo superficial, como huyendo de la
verdad, sin imágenes, sin ángeles, sin Virgen María, sin San José, sin Niño
Dios…, no sea que se molesten los de otras religiones, los agnósticos, los
ateos, los incrédulos…
Pero esto es lo que hay… De todos modos, todavía
quedan algunos pastores que se levantan en la noche y se dirigen al portal para
ver y adorar al Niño Dios nacido, al Mesías prometido, al Salvador del mundo…
Pastores llenos de barro de los caminos, heridos por los pinchos de los
cantones, arrepentidos de sus debilidades, cansados de bregar con sus rebaños…,
que se acercan hasta allí en silencio para adorarlo. Pastores que saben
escuchar en estos días la música dulce de la paz que nos llega en medio de
tanta guerra. Pastores que viven y sueñan y regalan una FELIZ
NAVIDAD.