Lo de Cataluña es como un serrucho que ha ido marcando con
sus dientes afilados la línea fría sobre la madera de la convivencia y ya sólo
le falta partirla definitivamente en dos. Los separatistas quieren hacerlo a
partir del día 1 de octubre y para ello andan serrando con todas sus fuerzas…
Lo que no se sabe es si el tablón por esas fechas se acabará partiendo… Mas,
sea como fuere, lo cierto es que la hondura del surco es ya tan larga y tan profunda
que recomponerla es casi imposible. Lo más fácil, por lo tanto, será ver, tarde
o temprano, su ruptura
Dicen que más de la mitad de los catalanes no son
separatistas. No lo sé. Pero sí sé que en la mayoría de los que sí lo son, hay
miradas que clavan alfileres, ojos con el matiz mate del desprecio abrasando
los párpados, pupilas con destellos de rabia que se aviva si quien se pone
frente a ellos no piensa de igual forma. Hay, en definitiva, odio en sus
corazones.
Y cuando es el odio el que te reviste el alma todo está
perdido. Se acabó el diálogo, la comprensión, la razón, la bondad…, y se acabó la
concordia y la anexión, porque donde reina su negra oscuridad no hay lugar para
el abrazo.
Y lo que más me duele es ver a niños inocentes, incluso
recién nacidos, adornados de banderas esteladas. Ver también a pequeños de
infantil dibujando, sin tener fuerza en sus manos, pancartas de animosidad
hacia lo que es ley de leyes y soberanía nacional. Ver a jóvenes gritando
“independencia”, como ovejas manipuladas, sin que en serio sepan nada de Historia,
ni ser conscientes de la ruina en la que se adentrarían y nos adentraríamos de
llevarse a efecto sus ensoñaciones. Y peor aún, ver a centenares de curas y
monjas, que deberían ser los adalides de la fraternidad, adhiriéndose a la
segregación. Y todos, basándose en el amor, en el gran amor a una tierra en la
que, para colmo, no pocos, ni siquiera han nacido en ella. Unos y otros, todos
ellos, invadidos por la mentira, ciegos por el rencor inoculado en vena, dirigidos
y empujados por líderes demagogos y corruptos, creyendo a pies juntillas que
todo mejorará con la ruptura, que todo será jauja, que ganarán más –les dicen
que multiplicado por siete–, porque son los mejores, los diferentes, los más
listos, los más grandes, los especiales,
la raza suprema…, y que no han llegado a ser los reyes del universo porque la España
imperial los ha subyugado y esclavizado por muchos siglos, pero que enseguida,
así proclamen la independencia, todos los países de la tierra los reconocerán
como nación gloriosa, porque es tan evidente que son tan superiores al resto,
que el mundo entero no podrá vivir sin ellos, por lo que no tendrá más remedio
que venir a arrodillarse ante su presencia para adorarlos.
¿Y quién para esto? ¿Quién frena este tren de las falacias? ¿Quién
pudo parar al social-nacionalismo? ¿Quién
pudo detener al nacismo? Miedo me da pensarlo. Pero también me da miedo saber
que esta cizaña de tijeras no se va a detener, que seguirá creciendo,
multiplicándose…, adoctrinando en el odio desde el victimismo. Porque el virus
de la animadversión se ha adueñado de las familias, de las escuelas, de los
centros culturales, de las universidades, de las instituciones, de las plazas,
de las fiestas…, hasta de los deportes. Y así, día tras día, se seguirá
hablando de los catalanes en todos los telediarios y en todos los medios de
comunicación…, para más orgullo y vanidad de ellos, y seguiremos escuchando en
las cortes, en los parlamentos, en las televisiones…, frases indignas, villanas
e indecorosas, más que insultantes… Y se seguirá pitando al himno de todos y
quemando la bandera constitucional de todos… y con más vehemencia si cabe. Y lo
que es peor, nos seguirán mirando con expresiones de desconsideración cada vez
más rabiosa mientras no se salgan con la suya…
El serrucho no se detendrá, ya lo verán, y por más dura que
sea la madera harán lo imposible para cercenarla en dos. Y entonces habrá
hondura de pena en unos y brincos de alegría en otros. Aunque al final, con el
tiempo, todos acabaremos llorando.
Y todo por culpa del odio, del odio que divide… Y no del
Amor, como dicen, porque el amor nunca separa. El amor sólo une.