miércoles, 24 de octubre de 2018

ALFONSINA STORNI Y EL CÁNCER DE MAMA


Se cumplen ahora ochenta años de la muerte de la poeta argentina Alfonsina Storni, casi a la vez que se celebra el día mundial contra el cáncer de mama.

Alfonsina, que tenía una sensibilidad lírica a flor de piel, supo también lo que duele el golpe del tumor mordiendo el pecho. Se lo dijo el mar cuando lanzó una ola contra ella y le señaló el lugar oscuro en su redondez de luna.

Entonces la palabra cáncer era sinónimo de muerte. Y de nada sirvieron los quirófanos. La sentencia estaba dictada y solo quedaba espacio para los retiros y las soledades.

Ella, que había vivido arando surcos por los pedregales del sueño, compuso versos delicados, románticos y sensuales, pero también hondos y abstractos. Su poética, original, sensible y feminista, emociona y toca las campanillas del alma. Todo envuelto por un tapiz de melodía rítmica y clarificadora que evidenciaba sus miedos, su angustia y su dolor, y que se contrarrestan con una vida privada con no pocos secreteres cerrados con candados. Sabemos de sus mudanzas, sus amistades, sus neurosis, sus publicaciones…, de sus muchos éxitos poéticos y de sus fracasos teatrales. Sabemos de su hijo Alejandro aunque no de quien fue su padre. Sabemos de sus inestabilidades y sus momentos dulces. Y también de su muerte trágica.

Esa muerte que tuvo lugar un 25 de octubre en Mar del Plata, hacia la una de la madrugada, ahogada por el mar, después de haber escrito un par de cartas de despedida y enviado su último poema, “Voy a dormir”, al diario La Nación.   


Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas: bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…


Alfonsina, que era de espuma y sal, fue libre, y solo el mar pudo besarla hasta dejarla sin aliento. Los realistas dicen que se arrojó desde una escollera. Los románticos aseguran que se adentró a paso lento en él, serenamente, como si se tratara de una diosa que va al encuentro de una eternidad de agua.

Con anterioridad, la poeta de la sonrisa triste, ya parecía adivinar su destino en el tiempo y el espacio. Su poema “Dolor”, comenzaba y concluía así: 


Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.

…..

Perder la mirada, distraídamente, 
perderla y que nunca la vuelva a encontrar: 
y, figura erguida, entre cielo y playa, 
sentirme el olvido perenne del mar.


Ochenta años se cumplen de que las garras de un cáncer de mama arrojaran a la poeta Alfonsina a la grandiosidad del océano. Ochenta años después la esperanza es más grande que la angustia y la inmensidad más llena de vida que de muerte. Mientras tanto, el rosa y el azul se han querido mezclar para hacerse un solo corazón y un solo verbo en la paleta de la poesía.     

viernes, 12 de octubre de 2018

OTOÑO EN ÚBEDA


Es terminar la feria de San Miguel y Úbeda se encierra en su frialdad de piedra. Se diría que un velo de tristeza cubre su rostro mientras deja que por sus ojos se atisbe un sonambulismo de noche oscura.

La tierra de que somos entra en la quietud del reposo, a modo de una espera que, como los olivos, busca madurar entre la lluvia y los primeros fríos, para darse después en redondeces de aceitunas cuando llegue el instante de los golpes y las sacudidas imperiosas.

Octubre y noviembre son dos grutas donde hibernan los rencores, las vanidades y los protagonismos. Y vienen bien. Los desencontrados envainan sus dagas. Los vivales aletargan sus picarescos proyectos. Los sabios y entendidos dormitan en sus sofás de piel blanca. Los de la superioridad moral dejan de alentar manifestaciones siempre a favor de los suyos y de lo suyo. Las procesiones, que tan naturales nos son, congelan en vitrinas acristaladas sus ricos patrimonios. Los recuerdos se archivan en álbumes con pastas de nostalgia. Las terrazas se recogen como mantones de manila después de la verbena… Y ni siquiera la festividad de los Santos puede poner un paréntesis para que los grises tengan algo de color. Muy al contrario, las flores se hacen sombras y hasta el camino al cementerio viste sus cipreses con lágrimas de tristeza y melancolía.

Sin embargo, la ciudad se hace más niña, más joven, más pura. Las calles mojadas son medallas que cuelgan por el cuello de una dama asomada a la luna de los poetas. Y cuando sale el sol, las torres y las cúpulas se visten con el traje del asombro y lo besan hasta morir de amor y de serena elegancia.

Son los meses de san Juan de la Cruz, herido en su convento, muriéndose por las llagas del pie y por los clavos en el alma de las incomprensiones y las envidias. Son los meses del cambio de hora, para ver si cambia de rumbo este barco cubierto de velas que lleva helado el vino en la bodega. Son lo meses del recogimiento para ver si los golpes de pecho se transforman en abrazos de comprensión y solidaridad. Son los meses de las hojas amarillas coronando las alturas, alfombrando los silencios y arropando las soledades. Son los meses donde yo mismo me vuelvo más intimista y más cerca del abismo del humo.   

Llega a Úbeda el otoño y el túnel parece oscuro y largo. Pero solo tiene la dimensión de un sueño. Porque será llegar diciembre, con el puente de la Inmaculada y la Navidad, y todo parecerá tornarse en luz de primavera. Porque a partir de entonces, volverán las claras golondrinas de san Antón, las numerosas fiestas Cofrades, el Carnaval, la Semana Santa, la Romería, las Cruces, el Corpus, el fin de Curso, el Renacimiento, el Verano, el día de la Patrona, la Feria…, girando todo en un círculo constante de festejos y diversión. 

Un “sindescanso”, diría uno de los que no se pierden una. Un “sindescanso” que descansa, menos mal, en los dos primeros meses del otoño para respirar profundamente y no morir ahogados por tanto pan y circo.