jueves, 21 de febrero de 2019

LOS POLÍTICOS... ¡QUÉ RISA!


Cuando los políticos rayan lo disparatado, la obra teatral de la política pasa a ser comedia. Y cuando caen en el absurdo, se convierte en tragedia.

Y la tragedia es una enfermedad muy grave. Trae fiebre, dolor, angustia, miedo…, y muerte.

Nuestros políticos son personas mediocres que creen que juegan con sus muñequitos a las asambleítas de colegio. Son mentirosos compulsivos. No dan confianza ninguna. Uno sabe muy bien que lo que prometen solo son fuegos artificiales que luego no se cumplen. Se venden por un plato de poder. Son tremendamente incoherentes y egoístas… Y sus armarios están llenos de chaquetas de todos los colores.

La mayoría son niñatos incongruentes, hijos e hijas de papá y mamá que no saben lo que es trabajar duro, pasar necesidades, no tener porvenir.

A ellos les importa poco que cientos de miles de jóvenes con gran preparación y carreras universitarias se tengan que ver viviendo con los padres porque no encuentran empleo o tienen que emigrar a países lejanos para poder vivir con una mínima dignidad. A ellos les da igual además si aumenta el paro, si cierran empresas, si hay quienes no tienen ni para comer, si son cada vez mayores las injusticias y más pisoteados los derechos y las leyes...  

Se insultan, se injurian, discuten…, se pelean entre ellos. Se dicen de todo, hacen como que se odian…, pero luego pactan. Y una vez hechos los pactos siempre andarán con el cuchillo escondido dentro de la manga para sacarlo en el momento preciso y acuchillarse.

Hay no pocos que son incluso peligrosos, en cuanto andan pretendiendo imponer sus ideas mediante el terror, el chantaje, la coacción y el golpe de estado.

Muchos políticos además son ciegos. Uno no puede entender que se declaren demócratas y luego apoyen dictaduras. Nadie que sea mínimamente razonable y amante de la libertad puede estar a favor de ninguna dictadura. ¡De ninguna! Ya sea de derechas, de centro o de izquierdas.

Y sin embargo, vemos cómo no son pocos los actos que se han venido haciendo y se hacen, con orgullo además, en favor de ciertos totalitarismos, como el de Cuba, China, Corea del Norte, la Rusia de Putin... ¿Por qué? ¿Por qué hay que tenerles consideración a estas dictaduras tan terribles? ¿Porque son de izquierdas? ¿Porque son comunistas…? Por contrario, cuando la dictadura es del otro extremo, entonces la oposición es tanta y tan fuerte que aquel que no se atreva a condenarla ipso facto será inmediatamente defenestrado.

Y es que hemos perdido el rumbo y el norte. Todos sabemos, por ejemplo, lo que está pasando en Venezuela, donde un dictador botarate tiene hambrienta a la mayoría de la población. (Según el diario El País, datos de ninguna dudosa procedencia, el 87% vive en la pobreza y el 61,2% en la pobreza extrema.) Un país donde un personaje bien hermoso, sin escrúpulos, manipulador, corrupto, que pretenden instaurar definitivamente un modelo autoritario marxista-populista con miles de muertos y detenidos ya a sus espaldas, que tiene comprado al ejército y a los chupasangres que le rodean, que deja correr el narcotráfico, que no respeta los derechos humanos, que sabe que la mayoría de las naciones ya ni lo reconocen como presidente y que cada vez que habla da vergüenza ajena…, se aferra al poder con uñas y dientes, sin importarle si con él se derrumba todo o así explote el país entero sobre su inmensa y rica bolsa de petróleo.

Y a todo esto viene el señor diputado de Podemos por nuestra provincia de Jaén, don Diego Cañamero, y se presenta nada menos que en el Congreso de los Diputados con una camiseta en la que se lee con claridad sobre los colores de la bandera venezolana: “Yo con Maduro”. Pues muy bien, señor mío, ya está usted tardando en irse allí con él. A que no tiene… valor.

Y esto en el Congreso de los Diputados. Si alguien hace lo mismo, no ya en las Cortes, sino en el bar de la esquina, poniendo en la camiseta: “Yo con Franco” o “Yo con tal o cual dictador de derechas”, se tiene que ir de España o largarse al país de ese tal o cual dictador de derechas tan rápido que ni se le vería el polvo.

¡Qué risa! ¡Madre mía qué risa!

Lo dicho: la obra teatral de la política ahora está en comedia. Ojalá no llegue nunca a ser tragedia.


    

martes, 5 de febrero de 2019

HAY QUE TRIUNFAR


Insisto. Lo mejor de triunfar es que te da patenten de corso para actuar en la vida. De cualquier situación saldrás airoso y exultante. Y toda tu biografía estará llena de infinitas luces y de mínimas sombras.

Si tus padres sufrieron por los tremendos disgustos que les dabas, es que ellos nunca te entendieron. Si te fue mal en la escuela porque eras un golfo y un vago, la culpa es de los maestros que no supieron pulir la joya que tenían en sus manos. Si dices sinrazones, idioteces y groserías, te reirán la gracia y te echarán incienso porque solo tu presencia ya es digna de alabanza. Si tomas, fumas, bebes, conduces…, se te perdonará todo, cosas de tu ingenio. Si vives en la incoherencia, porque dices una cosa y haces otra, los hipócritas son los demás. Si pagas con desprecios y maldades a alguien, es que algo grave te habrá hecho. Si obras con insolencia, es que los otros no son dignos de mejor trato. Si te has casado y divorciado unas cuantas veces y has tenido variadas relaciones, es que ninguna pareja supo estar a la altura de tu amor. Si alguien dijera lo más mínimo en tu contra, quedará estigmatizado hasta los huesos. Si defraudas, engañas, buscas atajos, te aprovechas…, mil aplausos porque es grandioso ser tan listo. Si haces lo que te sale…, bien hecho está. Todo permitido. Si triunfas, todo permitido. Y en tu pueblo y otros pueblos te concederán títulos, honores, nombramientos y reconocimientos a mansalva… Y todo, sencillamente, porque los genios son geniales.

Si no triunfas, te quedas en un vulgar ciudadano, servicial, currante y honrado…, lo que quieras, pero, al fin y al cabo, en muy poquita cosa.

Y luego dicen algunos moralistas que para qué esas ansias de casi todos por llegar, por ascender, por triunfar… Pues por eso, porque si te conviertes en la masa de lo ordinario y la mediocridad diaria no se te abrirán las puertas de ningún sitio, ni te invitarán a banquetes, ni te sentarás en los primeros bancos, ni obtendrás ayudas, ni te saludarán los pudientes, ni te recibirán las autoridades… Y si cometes cualquier mínimo error caerá sobre ti todo el peso del castigo. Serás nada de nada. Te indiferenciarán hasta las hormigas de tu casa… Y te morirás en un rincón, entre silencios y olvidos.    

Hay que triunfar. Sin más remedio. Hay que triunfar… Pero triunfar no es fácil. Aparte de valer hay que estar tocado, hay que tener estrella, es decir, un halo especial y mágico que haga que cualquier cerilla que enciendas parezca una hoguera inmensa, y cualquier ruido que realices aparente ser una sinfonía del mejor de los conciertos. Y aquí radica la cuestión. Las estrellas las reparten los dioses sin que sepamos muy bien el modo del sorteo, solo eso, que a unos pocos les toca mientras los demás se tocan las narices.

Hay que triunfar. Cueste lo que cueste. Insistentemente. A Dios rogando y con el mazo dando. Dicen. Sólo que algunos, la inmensa mayoría, no tienen mazo y Dios no saben dónde está.

Hay que triunfar. Yo ya lo estoy consiguiendo. Mi nombre ha salido en los créditos del final de la película que le han dedicado a los genios de Úbeda.