miércoles, 20 de abril de 2016

VOLVER AL COLEGIO JUAN PAQUAU DE LA MANO DE QUIENES SE FUERON HACE 25 AÑOS


Después de muchos años he vuelto a visitar el colegio público Juan Pasquau, el colegio de mi vida, aquél que estrenamos en 1980 y del que fui director por tiempo de doce años, aquel colegio que supo, sin ideologías, ni racismo, ni políticas, ni discriminaciones sociales, luchar contra las adversidades y ser uno de los más dignos de España. Y lo he hecho porque los alumnos y alumnas cuya promoción se despidió en un acto de gala, en junio de 1991, se han vuelto a juntar en él para celebrar su veinticinco aniversario, queriendo contar con la presencia de aquellos maestros de su infancia que calaron en sus vidas, entre los que me encontraba.

Y fue muy emotivo. Enormemente gratificante volver a ver sus rostros, algunos sin perder apenas la fisonomía  y otros algo más cambiados, pero dejando todos una impronta en las pupilas que te hacía recordarlos con hondo sentimiento, como si a la mente te vinieran destellos brillantes de un pasado que hacían situarlos en escenas que sólo generaban gozo. Ellas y ellos estaban ahí, cual vencedores de un tiempo que jugara con sus destinos, sólo que, inevitablemente, ya en edad adulta, cerca ahora de cumplir los cuarenta, es decir, en la flor de la vida. Ellos, más formales. Ellas, bellísimas. Ellos, más serios. Ellas, más alegres… Y todos felices de volverse a ver, de regresar a un pretérito de compañerismo, de sencillez, de compartir, de respeto, de valores… De la mayoría yo había olvidado sus nombres, pero eso no me importó porque comprobé que a todos los seguía llevando en mi corazón, porque fueron como hijos a los que quise con toda el alma.

Organizaron un acto tan sencillo como hermoso. Presentaron un video emocionante con imágenes de sus vivencias escolares. Imágenes muchas ya descoloridas, borrosas, las justas, porque entonces no había móviles y nadie llevaba una cámara de fotos a la escuela. Algunos hablaron, presentando discursos de gran altura, llenos de remembranzas, anécdotas, vivencias, de ternura, de sacrificios, de superaciones... Tuvieron su particular homenaje para los que no habían podido estar y también por quien ya se fue a la otra orilla de la existencia. Y, cómo no, tuvieron palabras enormes de gratitud para sus padres y familiares, y en particular para sus maestros, agradeciendo –ahora que parece que decir gracias ya no se lleva, ni hay por qué darlas– todo cuanto hicimos por ellos, todo lo que les enseñamos  y todo cuanto sembramos en sus corazones. Hablamos, por último, algunos de los maestros, expresando nuestro sentir y agradeciendo lo mucho que ellos también nos habían dado… Y, como cuando se despidieron del colegio, en el mismo lugar del patio, nos volvimos a hacer la foto de recuerdo.

Tuvimos después una cena en “El Blanquillo”, donde nos atendió, lo que faltaba, otro antiguo alumno del colegio. Y como en aquellos años de la infancia, en la clase, tras situarnos a los maestros en el centro de una mesa alargada, los chicos se sentaron a un lado y las chicas al otro, separados. Y tan contentos. Tuvimos brindis y todo nos supo a gloria. Yo, de vez en cuando, miraba a un lado y a otro, y los veía dichosos. A ellos inmersos en sus temas, poniéndose las manos sobre el hombro, mirándose con cariño, y a ellas las veía felicísimas, dejando saltar, más que de sus gargantas de lo más hondo de ellas mismas, risas hechas de lumbre, risas que no cesaban, con alas, contagiosas… Y es que por unas horas, ellos y ellas dejaron a un lado sus luchas del presente, sus problemas, sus angustias, sus miedos, sus frustraciones…, para volver a ser niños, aquellos niños de alma blanca que no sabían de odios, ni rencores, ni maldades… Niños que por unas horas me devolvieron también a mí el trofeo de la satisfacción, del honor y del orgullo de haber sido su maestro y su director. Y me sentí lleno de vida. Por ello les pedí, cuando los maestros decidimos despedirnos ya de madrugada, que no nos olvidaran, que nos siguieran recordando, porque, como dijo el sabio, mientras lo hicieran, seguiríamos vivos.

Nosotros, ya algo más mayores, nos marchamos perdiéndonos bajo la noche serena. Ellos se quedaron ahí, todos ellos, sin excepción, en el salón, disfrutando de su volver a encontrarse, de su volver a ser, de su volver a vivir… Y sus voces y sus risas seguían escuchándose como canto de ángeles más allá de las estrellas.

Y regresé a casa lleno, con los ojos nublados por las lágrimas de la emoción, feliz.

Gracias, antiguos alumnos, hijos míos, por devolverme la Lección del Amor.

lunes, 11 de abril de 2016

LAS DROGAS Y LA DOBLE VARA DE MEDIR

Las drogas, los alucinógenos, los estupefacientes…, están totalmente perseguidos en el mundo del deporte. Constantemente a los deportistas se les hacen pruebas, muchas de ellas por sorpresa, y siempre después de los eventos competitivos. Y pobres de aquellos a los que se les detecta lo más mínimo en los análisis. Caen, inmediatamente, en el pozo de las oscuridades; se les retira trofeos y medallas conseguidas, se les suspende por meses y años, las marcas publicitarias rompen con ellos los contratos…, y lo que es peor, quedan estigmatizados para siempre. Desde ese día, aunque vuelvan a competir, ante cualquier triunfo, una y otra vez, ya queda planeando sobre ellos el pájaro de la duda.

Sin embargo, no ocurre lo mismo en otros terrenos de la vida. Pongamos por ejemplo el mundo del arte, de la literatura, de la composición, de la canción, de la música, de la pintura… Aquí no son pocos los que dejándose llevar por las drogas componen obras extraordinarias, de gran éxito que, asimismo, lejos de criticarse, se aplauden. Hace poco leía en internet el comentario de un señor al respecto, diciendo textualmente: “Si la droga le sirve al músico para hacer buena música, bendito vicio”.

Muchos son los artistas, por lo tanto, que han logrado, de esta manera, grandes logros, dineros y fama a lo largo de su vida, confesando ellos mismos, además, que cuando hicieron ésta o aquélla obra estaban “colocados”, Y así, claro, alterado el sistema nervioso, fluyendo las neuronas con excesiva rapidez, a gusto, desinhibidos, como volando por las nubes de colores…, a quien tiene talento se le puede multiplicar. Añadiendo, para colmo, que, por el contrario, una vez que tuvieron que dejar la droga, por problemas especialmente de salud, se les acabó la inspiración.

¿Y esto es justo? ¿No es jugar con ventaja respecto a los demás creadores? ¿Por qué la sociedad, al menos al enterarse del doping, como sucede en el deporte, no deja de admirar, considerar, condecorar y enriquecer el drogata que ha logrado una obra con ayuda de estimulantes y no por su propio esfuerzo, preparación, formación, constancia y trabajo…?

Ya sé que sería de risa que, tras presentar una exposición de pintura, o sacar un disco, o publicarse un libro…, se tuviera que hacer una analítica antidoping al autor. Lo mismo, además de una estupidez, listos ellos, ya lo harían cuando transcurriera el tiempo suficiente como para estar limpios. Lo que pretendo decir, por decir, es que en esta sociedad siempre andamos en la hipocresía, en la falsedad, en la doble vara de medir, en la incoherencia… De ahí que no entienda, dicho sea de paso, entre otras muchas cosas, tampoco, cómo se puede defender con todo el coraje del mundo la vida de una cría de serpientes encontrada en las afueras del pueblo y luego estar a favor de machacar a una criatura humana en el vientre de una mujer. O cómo abrir telediarios y portadas de periódicos porque ha habido un atentado o, ayer mismo, un incendio en un templo hindú en el que han muerto un centenar de personas, y apenas decir esta boca es mía cuando, una y otra vez, casi sin descanso, en numeroso lugares, aparecen masacrados, achicharrados o degollados cientos de cristianos. O como declararse de izquierdas, despreciando la corbata y la chaqueta porque es de ricos, para vestir andrajosas ropas oscuras, como rotas y sucias, que valen, al ser de diseño, un dineral, y hablar de los pobres, de la solidaridad, de la justicia social, del bien común…, y luego, aparte de vivir como reyes, ocultar su grandes fortunas en paraísos fiscales…  

Y es que somos así: embudos. Embudos, mientras nos ponemos las gafas con el color del cristal con el que queremos mirar. Embudos a lo claro. Siempre la parte estrecha para ti y la ancha para mí y lo que a mí me parece. Y a vivir que son dos días.