martes, 27 de julio de 2021

LA NUEVA EDUCACIÓN

Desde siempre, los seres humanos han considerado necesario establecer unos valores que favorecieran la convivencia y los hicieran alejarse del mundo de la animalidad, hasta el punto, no hace tanto, de constituirse una sociedad basada en el exagerado refinamiento y pulcritud, sobre todo en las altas esferas, a las que, a su modo, intentaban imitar también los menos pudientes. 

 

Aún recuerdo las enseñanzas recibidas en mi casa de niño, donde no había riqueza material alguna. Cómo sentarse a la mesa, cómo usar los cubiertos, cómo comportarse en la calle, en la escuela, con los vecinos, en los medios de transporte… Esto no se hace, esto no se dice, esto no se coge… Tienes que ser bueno, cumplidor, veraz, amable, servicial… En definitiva, pobres pero honrados. 

 

Sin embargo, hoy, todo esto importa poco. Lo importante es ser hábil para mentir, engañar, ganar dinero, hacerte camino en medio de la selva que nos hemos tristemente creado. Y nada de estilo, ni cortesía, ni corrección. Poco en las formas y nada en el fondo. El mundo al revés. Donde antes, ser educado, amable y respetuoso eran llaves que abrían puertas, ahora son candados que las cierran. Si llegas a algún lugar con humildad, prudencia y buenas maneras… ni te atienden. 
 

Hace unos días en la sala de espera de un hospital llegó un hombre mayor con su esposa. Ella estaba pálida, mareada, respirando con dificultad, con un pañuelo en la boca en el que se entreveía ciertas manchas rojas. El hombre se acercó y se dirigió al funcionario de turno. Por favor, señor, perdone las molestias, le ruego que en cuanto sea posible atiendan ustedes a mi mujer que esta muy enferma, la pobre. El funcionario, un ser como un armario, con ojos de lagartija, ni respondió. Sólo hizo un gesto con la cabeza como afirmando mientras mascaba chicle. Y así pasaron, y no exagero, más de dos horas. Hasta que llegó un vocinglero maleducado con un niño que se había torcido el pie. Oye, dile al médico que salga y vea a mi niño que tiene el pie hinchado como una bota. Espere ahí y ya lo llamaremos. ¿Pero qué dices? ¿Que espere a qué? Que salga el médico, coño, que sois todos unos vagos cuentistas. ¿No pago yo mis impuestos? Pues entonces. ¡Porque es que si le pasara algo a mi Cristóbal le pego fuego al hospital entero! Y atendido al instante.  

 

Luego están los comerciales. Importunando cualquier hora de todos los días. La amabilidad de quien responde, para ellos, es señal de mayor acoso e insistencia, solo una grosería puede poner punto final. 


Y así, miles de casos. Una lucha constante. Todos con las uñas afiladas. No hay claridad, no hay delicadeza, no hay consideración. Nadie dice que no a lo que no quiere hacer, te da largas, te cansa, te aburre. Nadie es claro, tienes que interpretar los gestos, las palabras, la mirada. Y a tanto hemos llegado que nadie se fía de nadie, ni nadie quiere saber nada de nadie. Los malos modales, los insultos, los desprecios están a la orden del día.

 

Último caso vivido. En el aeropuerto de Madrid, al ir a pagar el parking, me indica la máquina, después de introducir el tique, que no admite billetes. En el cajero adjunto, un señor paga su estacionamiento. Por favor, señor, ¿tendría usted cambio de cinco euros? Ni se inmutó. Como creí que no me había escuchado, insistí. Es que como solo admite monedas y solo tengo este billete… ¿No tendría usted cambio, por favor? Recogió su tique y unas monedillas que habían caído y se marchó sin mirarme siquiera, mostrándome una indiferencia absoluta, hablándole a su perro. Vamos, José Luis, bonito, que nos está esperando la mami.

 

Y helo ahí, los perros por encima de las personas. Los animales tienen preferencia. A eso nos está llevado la nueva educación. Hasta que nos precipitemos por el abismo de la estupidez y la barbarie. 

viernes, 9 de julio de 2021

LA SUPERIORIDAD MORAL DE LA FALSA IZQUIERDA

Vuelvo a recordarlo. Cuando era estudiante en la SAFA, ya a finales del franquismo, un grupo de compañeros solían reunirse con ciertas inquietudes políticas en torno a una mesa en el interior del bar Martos. En una ocasión, fui invitado a una de las reuniones en la que uno de los cabecillas proponía vestir todos pantalones vaqueros por aquello de parecer más revolucionarios, al tiempo que exponía con insistencia que había que cambiar el rumbo de la historia posicionándonos a favor del comunismo. Recuerdo que tomé la palabra y dije que eso de comprar todos pantalones vaqueros era un contrasentido, ya que suponía hacerles precisamente la hoya gorda a los yanquis que, teniendo excedente de estas prendas de granjeros, rudas, ásperas y poco estéticas, trataban de abrir el mercado y endosárnoslas a nosotros y al resto del mundo para forrarse aún más. De modo que si entrábamos por el aro de adquirir sus pantalones no estaríamos haciendo otra cosa, aparte de aborregarnos y perder nuestra propia identidad personal, que favorecer su imperialismo capitalista. A continuación se me ocurrió también una idea tan brillante como peligrosa para empezar a poner en práctica el verdadero comunismo, y propuse que desde ese día, cuando nos juntáramos en el bar con la intención de debatir posiciones y estrategias político-sociales, por cada caña que nos tomáramos, pondríamos el mismo dinero en una hucha para, con la cantidad final ahorrada, poder ayudar a algunas de las familias necesitadas que los jesuitas tenían apuntadas en sus listas de socorro. Una cerveza para mí y otra para los necesitados. ¿Qué os parece?

Ni que decir tiene que jamás volvieron a invitarme a sus fiestas. Y lo mismo sigue pasando en la sociedad presente. Todo aquel que se posiciona en contra de la demagogia y la hipocresía reinantes, es inmediatamente etiquetado de estar fuera de la superioridad moral y quedas marginado. No existes.

Y de nada vale que te rebeles, que te indignes ante tanto atropello, ante tanta mentira, ante tanto populismo publicitado. Aquí, además, quienes se posicionan en contra de estas ideologías de izquierda ficticia, totalitarias y demagógicas, han de sufrir el calvario de sentirse considerados social, política y moralmente inferiores. 

Pero, vamos a ver, ¿estamos ciegos? ¿De qué superioridad moral hablamos? ¿Qué superioridad moral cuando los falsos adalides de izquierdas dicen estar con los pobres y los obreros, y viven en la opulencia de los ricos. Cuando dicen no querer sanidad ni educación privadas y los vemos ir a clínicas de pago y llevar a sus hijos a escuelas elitistas. Cuando hablan de libertad y bienestar social, y apoyan y quieren que vivamos como los que viven en países dictatoriales donde no hay más que hambre, opresión y miseria. Cuando no son capaces de tolerar otras formas de ser y de pensar, llamando fascistas a todos los diferentes. Cuando reparten el dinero público de manera arbitraria favoreciendo en grandes cantidades a los que se declaran enemigos de España y solo pretenden destruirla. Cuando votan por correo para que no los vean votar en sus distritos de lujo y acompañan a los padres porque viven en los barrios humildes...?

¿Qué superioridad moral cuando quieren corromper la justicia, nombrando fiscal general a quien ha sido ministra, y ayudando a asesinos quien ha sido un juez de prestigio, y atacando además al Tribunal Superior y al Tribunal de Cuentas. Cuando la que es directora de la guardia civil hace campaña de partido. Cuando se comete una y otra vez malversadoras manipulaciones demoscópicas. Cuando se quiere expresar ideas y denunciar desmanes y te atacan con violencia. Cuando los etarras y los golpistas se sientan en los sillones del poder. Cuando persiguen nuestra propia lengua en nuestra propia tierra. Cuando se amnistía a quienes no se arrepienten y dicen volver a delinquir. Cuando dicen una cosa y hacen la contraria. Cuando compran los medios de comunicación...?

¿Qué superioridad moral tienen los que están haciendo una ley de seguridad donde, cuando lo decida el presidente, sin aclarar circunstancias, este tendrá poderes absolutamente dictatoriales y hasta los medios de comunicación habrán de ponerse a su servicio, pudiendo confiscar cuanto considere...?

Qué superioridad tienen quienes no cesan de subir impuestos y quieren cobrarnos hasta por viajar por las autovías, quienes destrozan derechos individuales, quienes solo subvencionan a los suyos, quienes pertenecen a sindicatos, asociaciones y demás grupos y la lían sin descanso cuando no están los suyos en el poder y desaparecen cuando lo están. Como en mi pueblo que, cuando gobernaba Rajoy, cada dos días teníamos en la plaza del reloj a un buen puñado de personas con simbolismos y pancartas en las manos vociferando pensiones justas, y desde que llegó Sánchez no están ni se les espera... ¿Es que ya sí son justas las pensiones, ya nadie las está robando, ya no son pagas de mierda? ¡Dios míos, pero si es que además el Ministro de Seguridad Social ha dicho que van a ser recortadas! Entonces, ¿por qué no siguen manifestándose? ¿Pero de qué superioridad moral hablamos?

Ya lo ha dicho también el prestigioso economista Daniel Lacalle: “La batería de escándalos y tropelías que se está cometiendo en España es tan inmensa, que si la hubiera llevado a cabo un gobierno de centro-derecha estarían ardiendo las calles”.

Pues nada, siguen sintiéndose moralmente superiores. ¡Qué suerte! Pero yo, como cuando estudiante, pido menos apariencias de pantalones vaqueros, menos palabrería y más hechos. Aunque no me inviten a sus fiestas.