domingo, 26 de agosto de 2018

CURAS PEDERASTAS

Los sacerdotes y obispos son hombres mortales y por consiguiente pecadores. Así, pues, un cura puede tener todas las tentaciones del mundo y caer en ellas. Es más, hay presbíteros que, por lo que sea, no pueden soportar la carga del celibato y sienten la extrema necesidad de tener relaciones sexuales. Pues nada, si no hay más remedio, ahí tienen infinidad de caminos.

Internet está lleno de citas y de pornografía. También hay burdeles y prostíbulos por todas las carreteras y pueblos. Y festivales, pub, discotecas, garitos de todo tipo…, y turismo sexual donde nadie conoce a nadie. Es más, hay algún que otro sacerdote que tiene su amiga o su amigo mayor de edad particular con derecho a roce…, aparte los que se secularizan. Pues bien, cualquier sacerdote que se dejase caer por alguna de estas pendientes, pese al escándalo que supondría para muchos el que saliese a la luz pública, tiene perdón, y si no de los hombres, sí, cuando menos, de Dios.

Los que no tienen perdón son esos miserables, indignos y asquerosos curas que, una y otra vez, se aprovechan de los niños, que abusan de ellos, que los obligan, que los violan, que les hace fotos desnudos, que los ultrajan, los chantajean, los amenazan, los marcan de por vida, los vuelven locos… Éstos son unos degenerados inmersos de lleno en las tinieblas de satanás. Y no son pocos. Ha habido muchos a lo largo de la historia y muchos, decenas de miles, los casos confirmados en los últimos tiempos. Casos, algunos más que vomitivos, como los de Australia, Alemania, Irlanda, Chile y no digamos en Estados Unidos. Y lo que es peor, siendo la mayoría de los casos no solo tolerados y encubiertos por las diferentes cúpulas eclesiásticas, sino permitidos hasta el punto de que se siguieran cometiendo.

Y esto no se debe permitir. Aquí no valen la prudencia y la caridad de las que tanto ha venido alardeando la Iglesia Católica. Aquí solo vale la denuncia y dejar que actúe la Justicia, con mayúscula, para que, eso sí, no paguen justos por pecadores. Y apartar radicalmente, sin miramientos, del orden sacerdotal a los culpables. Un señor consagrado que es capaz de poner sus manos sucias encima de un pequeñuelo o pequeñuela buscando satisfacción sexual, no puede después tomar en sus manos la Eucaristía para elevarla sobre el altar, porque ni el mismo Cristo se quedaría ahí. Dios, que es vida y pureza absolutas, no puede aparecer en las manos putrefactas de un muerto, de un cadáver, de un esqueleto espiritual.

Y perdonen mi vehemencia, pero es que cuando veo a un niño o a una niña, que podrían ser mis hijos o, ahora, mis nietos, tan inocentes, tan limpios de corazón, tan ángeles… y me viene a la mente que una persona mayor degenerada puede aprovecharse de ellos, y más si ha sido ordenado, se me revuelve el estómago y tengo que apartar de inmediato la imagen de mi mente porque hasta llego a asfixiarme por falta de aire.

Lo siento. Ya sé que muchos de los hombres consagrados a Dios son ejemplares y santos. Nada en contra de ellos, faltaría más, todo lo contrario, tienen mi respeto y consideración. Pero tenía que posicionarme ante estos hechos reprobables, ante tantas noticias al respecto, para no ser yo, ni de lejos, cómplice por omisión y silencio de sacerdotes pederastas. Y más después de haber visto al Papa expresar sentir vergüenza y tristeza ante estos casos, y tener tolerancia cero. Al tiempo que el Vaticano emitía un comunicado en el que se dice, entre otras cosas, que estos abusos son criminales, repugnantes y moralmente reprobables, requiriendo sin ambigüedades la obligación que tenemos de denunciarlos.

Desde que Jesús de Nazaret dijo que todo será perdonado menos la blasfemia contra el Espíritu Santo, infinidad de interpretaciones se han hecho acerca de cuál en verdad es este pecado imperdonable. Lo mismo es este: el de abusar sexualmente de un niño, puesto que los niños son los herederos del reino de los cielos y por lo tanto ejemplo de cómo hemos de ser los demás. Y si son los herederos del reino es porque ellos están llenos de Espíritu, son Espíritus de Dios. Y lo corrobora el evangelio de san Mateo al decir aquello de que quien escandalizare a un pequeño, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo hundieran en el mar. ¡Terrible!

Y ya saben también lo que nos dijo el Maestro, “Si tu ojo te hace pecar, o tu mano, o tu…, pues, eso, que se la corten antes.







jueves, 16 de agosto de 2018

EL CAMINO DE LA VÍA


                       


                                  Camino de la vía voy buscando silencios.
                                  Cercanas me saludan las montañas
                                  con su perfil de abiertas llagas,
                                  con su mar de pañuelos,
                                  sus esperanzas
                                  y sueños. 

                                  Los túneles son sombras que siempre dejan luz.
                                  Los cerros son altares para el rezo.
                                  El sendero es destino eterno.
                                  Mi soledad es cruz,
                                  inmensa, ingrávida
                                  y azul.

                                  Los olivos son olas que envuelven mi andadura.
                                  Los almendros e higueras marcan tiempos.
                                  Los pájaros muestran espejos.
                                  Y con sol o con lluvia
                                  todo es misterio
                                  que alumbra. 

                                  Y al fondo, lejos, cerca, Úbeda, de puntillas.
                                  Mostrando su grandeza El Salvador.
                                  El Alcázar, su corazón.
                                  Y el templo sanjuanista
                                  su clara voz
                                  tan mística. 

                                  Ahí, constantemente, mi Dama hecha universo.
                                  La que aunque no me ofrezca de su fuente
                                  el agua que se escapa, indemne,
                                  yo le ofrezco mis versos.
                                  Y sin quererme,
                                  la quiero.

                                  Lo digo.
                                  Y al final, siempre,
                                  después de recorrerme
                                  su universo, asombroso y vivo,
                                  el camino hace dentro, que me encuentre,
                                  a pesar del cansancio, feliz, conmigo mismo.