viernes, 29 de diciembre de 2023

FELIZ AÑO NUEVO

Cuando el reloj da las doce campanadas de fin de año, nos comemos las uvas a trompicones, descorchamos el cava y elevamos las copas en brindis efusivos para fundirnos a continuación en abrazos deseándonos un feliz año nuevo, lo que en realidad estamos haciendo es un esfuerzo tremendo por huir de los fantasmas que sabemos nos esperan tras cruzar la línea que pone punto final a un año y da comienzo a otro nuevo que durará doce largos meses de incertidumbres.

Todo el mundo sabe en el fondo de su corazón -y ya lo he comentado otras veces- que cada día que avancemos en el calendario será como ese soldado que avanza desde su trinchera hacia la trinchera del enemigo, esquivando las balas, los misiles, los socavones del terreno, los arroyos, el barrizal… intentando llegar a un foso o parapeto donde cobijarse, respirar y una vez más realizar el ritual de las campanadas, las uvas, el cava y los abrazos… Y al hacerlo, mirar atrás y ver que han sucedido muchas cosas mientras corríamos hacia el horizonte, muchas penas, tristezas, visitas médicas, diagnósticos, dolores, fracasos, muertes…, envuelto todo en papel de regalo de alegrías, curaciones, fiestas, éxitos, amores, nacimientos… Es decir, la vida que siempre mira hacia delante, porque sabe que vivir no es regresar, que está prohibido, que volver es desertar y en caso de que lo intentes hay un militar sin escrúpulos ni misericordia a la espalda que no te dará otra opción que aniquilarte con un tiro en la nuca. 

 

Por ello, a medida que pasa el tiempo, los que nos vamos haciendo mayores, vemos esto de fin de año con mayor desasosiego, hemos corrido mucho hacia la trinchera enemiga, incluso nos hemos cansado ya de regatear los disparos, nos pesan las botas de tanto barro en las suelas, tenemos demasiadas heridas en la carne y llagas en el alma, y hemos visto caer a nuestro lado a demasiados amigos y compañeros, a demasiados familiares a los que abrazamos muchas veces deseándoles de todo corazón feliz año nuevo y ese año nuevo se lo llevó en una camilla sin conciencia al hospital de nunca regresar dejándonos ya tan tocados que nunca nos hemos repuesto del miserable golpe.

 

Y dentro de esa desazón e incluso miedo a lo que está por llegar, lo que más me inquieta es que el nuevo año, tan bien recibido con licores, manjares, fuegos artificiales, luces de colores, presentadores famosos…, es que en el campo de batalla seguirán cayendo demasiados porque los gusanos tienen también que comer su ración diaria, y nos dirán adiós personas ancianas y personas maduras…, y lo que es peor, jóvenes llenos de esperanzas y proyectos, incluso niños a los que no les ha dado tiempo siquiera a saber de qué color es el mar. Para algunos será tan cruel que esa misma noche, estando llenos de alegría, no saben que le quedan horas o pocos días para que un proyectil perdido le atraviese el corazón. Como también sé que este, o uno de estos años en los que entramos gozosos será el último mío. Me doy cuenta una vez más porque miro hacia la trinchera de los que nos disparan y observo que no se les acaba nunca el armamento, que tiran a ciegas y que alguno con cara de pocos amigos se ha fijado en mí y ya no me va a dejar tranquilo hasta acertarme. Y no me cabe duda de que si no es hoy será mañana cuando acierte, porque el elemento es imperturbable y más frío que el hielo.

Lo sé. Ya sé que alguno de mis lectores del blog, siempre buenos, dirán que menudo último artículo para fin de año, que es demasiado aguafiestas, triste, que no es momento para lo negativo… Pero, con todo el perdón y respeto del mundo les digo que se equivocan, que, pese a que lo que ahora escribo lo hago desde el dolor que me ha tenido imposibilitado varias semanas, es todo lo contrario, que este es un artículo, aparte de realista, optimista, lleno de gozo y esperanzador. Porque, pese a todo, serán muchísimos más los que llegarán al nuevo fin de año que los que no lo harán, y dirán, de nuevo, entre júbilo y fiesta, feliz año nuevo, porque la vida sigue, porque la vida es así, porque la vida es tan hermosa e ilusionante y tan rica precisamente porque sabemos que obligatoriamente se tiene que acabar y al mismo tiempo tan apasionante porque no sabemos ni el día ni la hora… Y tan maravillosa para los que tenemos fe que hasta nos duele menos morir, porque esperamos una nueva manera de existir en la que cada fin de año será tan extraordinario como que el que está por llegar, porque no habrá pasado, solo futuro sin tristeza ni dolor alguno, completamente justo, fraternal y eterno.

 

FELIZ AÑO NUEVO, amigos. 

viernes, 15 de diciembre de 2023

EL POBRE ANCIANO PASTOR DE BELÉN


                                        Un año más había nacido el Niño en Belén. 
                                        Y, como siempre, también, en la misma cueva.

                                        Y una vez más todos los pastores 

                                        a la llamada del ángel de la buena nueva,

                                        marcharon a adorarlo a toda prisa.

                                        Solo uno, muy anciano, con ropaje de pobreza,

                                        se fue acercando despacio,

                                        como decepcionado de tantas compraventas

                                        comerciales, de tanta, pese a todo, 

                                        desesperanza inmensa. 

                                        Los pastores se fueron aproximando al pequeño

                                        y cada uno le presentó el listado de su cuenta.

                                        Cuando el pastor anciano quedó solo,

                                        acercándose al Niño, lo miró con ojos de tristeza

                                        y le dijo muy despacio al oído,

                                        con cierto dolor desbordándole las venas:

                                        «Yo no vengo ya a pedirte nada. ¿Para qué,

                                        si no recibo respuestas?

                                        Desde joven te vengo pidiendo por la paz 

                                        y cada vez surgen más guerras.

                                        Te he rogado por la unidad de los cristianos

                                        y cada vez andamos levantado más fronteras.

                                        Te he suplicado para que todos tengamos pan

                                        y cada vez hay más hambrientos en la tierra.

                                        Te he requerido por el cese de las plagas

                                        y cada vez hay mayores epidemias.

                                        Te he instado por el fortalecimiento de la fe

                                        y veo como se derrumba entre la niebla.

                                        Te ha implorado me devuelvas la vista

                                        y cada vez es más honda mi ceguera. 

                                        Te recé por la curación de mi hijo

                                        y se me murió en los brazos al llegar la primavera.

                                        Te he solicitado tener algún amigo 

                                        y cada vez estoy más solo con mi ausencia.

                                        Te he orado por la bondad de las gentes

                                        y cada vez hay más egoísmos y miserias. 

                                        Te he invocado para que los mejores nos gobiernen

                                        y nos gobiernan los indignos que dan pena…

                                        Nada entiendo de ti. ¿Para qué pedirte nada?

                                        Pero antes de morir, al menos, sí quisiera

                                        saber que si tan pocas cosas nos concedes,

                                        ¿para qué naces cada año?, ¿a qué viene esta manera

                                        hacerte reiteradamente

                                        tan minúscula presencia?»

 

                                        El niño lo miró entonces

                                        con ojos de luna llena 

                                        y le dijo, muy despacio, 

                                        de corazón a corazón, con voz serena: 

                                        «Para que no pierdas la esperanza, amigo.

                                        Yo nazco, sencillamente, para que nunca mueras».