sábado, 22 de julio de 2023

JORNADA DE REFLEXIÓN

            

                     Como somos ovejas, los pastores                            

                            nos prometen praderas y sembrados

                            desde su religión de paniaguados

                            inmersos en falacias y favores. 

 

                            Y cuentan con su haz de adoradores,

                            los de los manifiestos apegados,

                            sus chupópteros bien amamantados,

                            sus palmeros, sus perros ladradores…

 

                            Menudos elementos y vivales 

                            de más tener a más que menos vales

                            buscando las poltronas de mandar. 

 

                            Y aunque cierto sabemos que unos y otros

                            vivirán como reyes de nosotros,

                            como somos ovejas: ¡A votar!

 

 

 

sábado, 8 de julio de 2023

PERROS

Los perros tienen sus derechos que deben ser respetados, faltaría más. Pero los perros no son personas. 

 

Yo amo a los animales. Tengo pájaros amigos que viven en libertad y tortugas que salen a mi paso cuando cruzo por el patio y el pequeño jardín de mi casa. Y hace unas semanas he dedicado un libro de poemas a las aves del mundo repleto de admiración y cariño. 

 

Pero los perros son mis favoritos. Ya, siendo muy pequeño, le tomé aprecio a un perro callejero que se hizo amigo de los niños de la manzana. Todos jugábamos con él. “Fiera” lo llamábamos. Pero de fiera tenía poco, era todo lo contrario, manso y noble, aparte de esquelético, y en sus ojos sin brillo se mecía la mueca de la tristeza, como sabiendo que su fin sería trágico. Una mañana, un hombretón chulo y desgarbado, se lo llevó al campo y lo colgó de un olivo. Todos lloramos y guardamos un luto no impuesto que nos dejó sin ganas de jugar por largos días en la plazuela. 

 

Los perros son, además, los animales más listos e inteligentes de la creación. Cuando el hombre comenzó a desarrollar la caza por la necesidad, el perro se dio cuenta de que, más que huir del enemigo y ser devorado, lo mejor era pactar, ponerse de parte del fuerte, y ayudó al poderoso a cambio de salvar la vida y recibir parte del botín, aunque fueran las sobras que se arrojaban a sus pies. Es decir, el pillo se vendió por treinta monedas de huesos. 

 

Y como el ser humano, ellos también han avanzado. A base de carantoñas, fidelidades, obediencias y demás recursos engatusadores han llegado a ser no los siervos de la casa, sino los dueños, los amos, los reyes. Y se les saca a pasear, son llevados al veterinario al más mínimo síntoma, se los compra comida en los supermercados, tienen su casita, su sofá, su manta, su cama, su ropa, su peluquería estética, su guardería, su canal de televisión… y no pocos hasta se acuestan con ellos y los cobijan entre sus brazos. Ah, y el propietario o propietaria está obligado a recogerle la caca, aunque en esto hay de todo, porque rara es la calle que no está llena de excrementos e insólita la casa que no tiene dibujados en sus fachadas larguísimos y variados cuadros de orines. 

Y todo bien, pero me da la impresión de que la sociedad también está perdiendo el rumbo en esta materia. Ya son muchos los que ven en los perros más que un animal de compañía, una simple mascota, un ser igual y semejante…, incluso un amor con el que llamarles hijos o casarse.  

 

El perro, por lo tanto, ante la rendición del ser humano, se sabe jefe y patrono, y está empezando a creérselo subiéndose al sillón de a mí nadie me tose. 

 

En Cartagena, hace unos días, dando un paseo al atardecer por una vía conocida, pasó por mi lado una mujer en cuyo brazo izquierdo llevaba dormido, con la cabecita hacia fuera, un niño de meses, mientras que con la mano derecha empujaba un carrito de capota. Frente a ella se fue acercando una señora bien entrada en carnes con un perraco negro suelto. Al pasar por el lado de la madre, el animal saltó sobre el recién nacido y rozó su cara con su hocico terroso y húmedo. La joven, instintivamente, apartó el brazo mientras se le fue un grito de espanto: “¡Leche, con el perro asqueroso, pues no ha querido morder a mi hijo!”. Y para qué quiso más. La dueña, ofendida, en jarras, comenzó a ladrar como una posesa…: “Mi perro tiene derecho a ir por la calle y no es asqueroso, es una persona, mejor que una persona…, lo que es asqueroso es lo que tú lleva en tus brazos, desgraciada, que ojalá se muera”. Y sin palabras me quedé.

 

Ante tanta miseria, la madre siguió su camino sin entrar en polémica, hasta que se perdió por uno de los callejones más próximos. Yo estuve a punto de intervenir y expresar mi disconformidad. Pero me contuve y solo animé por lo bajini a la señora a que siguiera su marcha y evitara entrar en discusión. Tratar con animales que tienen perros no es conveniente por consideración a los perros. 

 

Pero ¡ay! casualidades de la vida. Ya de regreso, en Úbeda, el último día de las fiestas circenses del Renacimiento que mira al Sur, sentado en un banco de Santa María, observo que frente a mí hay una mujer mayor también sentada, en esto que de repente un perro más grande que un castillo, viniendo por detrás, se mete bajo la falda de la anciana con el consiguiente susto para la mujer, que, temblando, se puso de pie como empujada por un muelle metálico lanzando al aire un grito que todavía resuena por la torre del palacio del Marqués de Mancera, todo un gran palacio, dicho sea de paso, destrozado por dentro sin escrúpulos, mientras que a cualquier casilla extraviada en una calle perdida que tiene dos piedras juntas le paralizan las obras por los siglos de los siglos. 

 

Pues bien, el dueño del can se encaró con la señora de malas maneras: “No se queje, que no es para tanto. A ver si mi perro no se va a tener derecho a acercarse a las personas”. Y aquí si intervine. En Cartagena sentí tras el suceso relatado dolor de conciencia por mi cobardía. Pero aquí quise resarcirme del entuerto. Así que me fui hacia él señor dueño y le dije: “Mire, esta señora ha gritado y está afectada porque se ha asustado mucho… Y no, su perro no tiene derecho a acercarse a las personas sin el consentimiento de ellas y menos meterse bajo las piernas de nadie ajeno y menos aún si se trata de una señora mayor. Su perro a lo que tiene derecho es a ser respetado, pero por encima de todo tiene la obligación de respetar a los seres humanos y no meterse donde no lo llaman. Él se esforzó en replicarme, pero yo solo añadía que no, que no, que no… 

Que no. Que nos estamos pasando también en esto. Porque ya todo el mundo habla de los derechos del perro como si fuera más que una persona, pero hora es ya de empezar a trabajar en serio acerca de las obligaciones de los dueños y dejen así de ser más perros que los perros. Con perdón a estos animales geniales que han sabido progresar y entender la vida como pocos.