lunes, 10 de noviembre de 2014

LA CAÍDA DE LOS MUROS

Hemos conmemorado el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín. Los que vivimos aquel acontecimiento y fuimos testigos de su derrumbe, entre vítores y lágrimas de quienes abrían un espacio por el que pasar y poder volver a abrazarse los del oeste con los del este, no podemos dejar de olvidarlo y de seguir congratulándonos de ello, porque siempre que un muro cae, el hombre se alza más en la conquista de la libertad, su mayor tesoro.

Odio los muros. Me avergüenzan las murallas. Mi indignan las alambradas… Me entristecen los separatismos... El mundo se hizo redondo precisamente para que no tenga arriba ni abajo, derecha ni izquierda… El mundo es una unidad en sí misma… y nada es de nadie. Las montañas, los mares, las llanuras, los valles…, están ahí, no los creamos, nos fueron dados, son de todos, espacios para la flora y la fauna, también para el hombre…, para que el hombre los controle, los mejore, les saque beneficios…, pero no para que el hombre los posea sólo para su propio provecho individualista.

El mundo es una globalidad. Y cada vez más. Los medios de comunicación, las televisiones, internet…, nos hacen a todos ser ciudadanos de una misma aldea. Las diferencias entre nosotros son cada vez más mínimas. Estamos tremendamente enlazados dentro de una red de intereses políticos, económicos, sociales, culturales… inmersos en un mismo destino de futuro, viajeros en una misma nave hacia el infinito del cosmos.  

De ahí que no entienda estos movimientos separatistas de algunos. O es que andan, contra lo que puede parecer, hacia lo retrógrado y lo reaccionario, o son los últimos coletazos de quienes, aturdidos por los acontecimientos vertiginosos que se vienen dando, se resisten a abrir mente y corazón, y aceptar que todo ha cambiado y que yo no existe el tuyo y el mío, sino el nosotros.

Los países que se encierran en ellos mismos. Que imponen por la fuerza a sus habitantes el aislamiento, que quieren separarse, que levantan muros…, están condenados al fracaso. Ya lo estamos viendo en muchos lugares del planeta. Mas, pese a todo, no escarmentamos. Volver o quedarse en el pasado sólo es cosa de personas cortas de vista. También cuando a mi pueblo llegó la luz eléctrica, a finales del siglo XIX, mis viejos paisanos entendieron que eran cosas del demonio, que aquello no tenía porvenir…, y se rieron y burlaron de aquellas primeras bombillas que se fundían cada dos por tres. “Gran fracaso”, decía uno de los periódicos locales. “La ciudad está más a oscuras que nunca. Como las lámparas de petróleo, nada. Esto no tiene porvenir.” ¡Qué listos! Pues lo mismo que sucede ahora con resistirse a aceptar que sólo hay futuro si lo andamos unidos. Pero no se preocupen quienes están tristes, por ejemplo, con la posible separación de Cataluña… De llevarse a cabo, ya vendrán los días en que ellos mismos pedirán volver a la unidad en aras a que muchos siglos permanecimos juntos, éramos hermanos. Y es que los muros que separan, tarde o temprano, igual que se levantan, caen. Y, si no, al tiempo.