sábado, 25 de abril de 2020

MI SENTIDO APLAUSO (II)


Cuando comenzaron los aplausos en los balcones, especialmente dirigidos a los sanitarios, en una de esas noches envueltas en el terrorífico silencio, salí al mío y amplié mi sincero aplauso a todas aquellas personas que también, por su entrega, abnegación, generosidad y amor, daban lo mejor de ellas para el bien común. Aplauso que no dejaba en el olvido tampoco a los miles de fallecidos que ya se habían marchado, a causa de este miserable virus, al reino de la paz eterna.

El poema había sido ilustrado por Inés López Prada, que intercaló imágenes a mi voz y le dio el ritmo y la concordancia debidos, además de introducirlo en las redes en las que ella se mueve con cierta soltura.

Y cuando ya han pasado semanas de que este poema gire por la geografía de los entresijos anónimos, recibo una llamada telefónica de una amiga que reside en Gavá (Barcelona) y me hace saber, para sorpresa mía, que ha visto mi poema, al que yo había titulado “Mi sentido aplauso”, publicado en el diario de Cataluña “La Vanguardia”.  

Y me alegré, pero más que por mí mismo, por todos aquellos que pudieran leerlo e identificarse con mis sentimientos de admiración y respeto infinitos, uniéndose a mi aplauso.

Han pasado ya días, más de cuarenta, casi una eternidad en el almanaque de este encierro que se nos hace cada vez más pesado, más triste y más lleno de luto en cuanto no cesa el río de las necrologías llevando al mar luctuoso decenas de miles de seres humanos que fueron historias únicas e irrepetibles… Han pasado muchos días, es cierto, pero nuestros héroes no se han rendido y siguen ahí. Héroes que son todos los que, desde su constante trabajo, han sufrido y siguen sufriendo esta situación de hundimiento agravada por la desgobernabilidad, la desvergüenza y la inadmisible falta de medios. Héroes que, de alguna manera, somos también todos los que desde el confinamiento al que estamos sometidos nos anda sangrando el corazón porque nos han robado lo más valioso que se puede tener: la libertad.

Ojalá todo esto acabe pronto. No mucho más cercano de lo que desearíamos. Sabiendo además que, cuando pase, nos quedará otro gran desierto que atravesar por culpa del descarrilamiento político al que nos está llevando esta caterva de insensatos, y a la enorme ruina económica que se nos vendrá encima resquebrajada y gris. Pero al final, tarde o temprano, como siempre ha sucedido en todas las grandes crisis de la humanidad, brillará la luz y habrá un nuevo renacimiento.

En esa esperanza, al menos, pervivimos. Mientras tanto, mis fieles amigos, os dejo el poema por si no lo conocéis. 



jueves, 16 de abril de 2020

UN DÍA ÚNICO EN LA HISTORIA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE, PATRONA DE ÚBEDA


El pasado 22 de abril del año 2020, Sábado Santo, será un día histórico, único, dentro del gran libro cronológico de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Úbeda.

Y será especial porque, por primera vez en siglos, la imagen de la Chiquitilla del Gavellar llegó a nuestra ciudad transportada en un vehículo sin que nadie o casi nadie lo supiese, en plena pandemia del llamado Coronavirus y yendo directamente, sin parada alguna, dentro de la máxima austeridad, a su capilla instalada en la Iglesia Mayor de Santa María.

Los que tuvieron el honor de trasladar a la Virgen desde su camarín del Santuario a su pueblo, fueron: la Señora Alcaldesa, el Presidente de la Unión de Cofradías, el Presidente de la Real Archicofradía de la Virgen y un Directivo de la misma. También se contó con la presencia de un miembro de la Guardia Civil, ataviado con el uniforme.

Cuando tuve conocimiento de la noticia y supe que nuestra venerada, chiquitilla y bella imagen estaba de nuevo entre nosotros por sorpresa, así, sin más, sin que nadie le dijese al menos “nos alegramos”, sentí la necesidad de componerle un poema de bienvenida y hacerlo público. Y lo hice, aparte de porque libremente quise hacerlo, porque quería reparar, aunque fuese mínimamente, el desagravio de traerla de manera tan prosaica, obligados por las tremendas circunstancias, y, sobre todo, en prueba de gratitud debido a me sentía y me sentiré siempre en deuda con ella en cuanto ha permitido que yo haya sido su cronista oficial, miembro de su junta directiva en los gloriosos años del Centenario, autor de la letra de su himno compuesto por Manuel Antonio Herrera, investigador al que hicieron llegar de un particular el libro original de actas de la primera mitad del siglo XX y que doné a la cofradía, artífice de un librito de su historia, creador de numerosos artículos relacionados, su pregonero por tres veces (dos en Úbeda y una en Sevilla), además de permitirme recibirla y despedirla, oficialmente, en el año 1980…, así como otras muchas cosas que guardo en el corazón.

Se ha hecho bien trayendo a la Virgen. La soledad en el Santuario era correr un riesgo tristísimo. Confieso, honestamente, que yo lo hubiese hecho de otra forma. Seguro que cada ubetense lo hubiera llevado a cabo de un modo diferente. Pero las circunstancias son muy singulares, delicadas y comprometedoras. Así que lo importante es que ya está aquí y que al igual que en otras muchas ocasiones, sequías, temporales, plagas, guerras, epidemias…, en definitiva, cuando la ciudad se ha visto agobiada por la pesadumbre, se ha acudido a ella buscando su amparo y protección. Sirva, como mejor ejemplo, cuando la llevaron al Hospital de Santiago en 1681, y cuentan que cesó la epidemia de peste. De ahí que desde entonces cuelguen por su pecho las llaves de oro de la ciudad.

Ya sé que hoy en día, como desde siempre, acechan los laicistas, los escépticos, los ateos, los sabios, los escribas y doctores de la ley… Que incluso están en contra y hasta se ríen y burlan de estas cosas. No importa. Cada uno es libre de pensar y opinar como considere. Como también los creyentes somos libre de pensar y vivir conforme a lo que creemos y son nuestras tradiciones. Y lo que creemos es que hay una fe que nos conforta en la esperanza y en al amor; fe en un Dios que se hace hombre en Jesús de Nazaret por medio de una mujer santa llamada María. En Úbeda representada por una imagen humilde y pequeña a la que han acudido, por espacio de casi seis siglos y medio, generación tras generación, los ubetenses sencillos en busca de consuelo, ayuda y salvación.

He aquí el poema de bienvenida:



jueves, 9 de abril de 2020

CONFINADO EN JUEVES SANTO. POEMA

Me pidió un medio doble de comunicación ligado a la Iglesia que escribiera algo, un poema o comentario, de alrededor de diez minutos, para conmemorar un Jueves Santo tan especial como este que estamos viviendo. Lo que compusiera iba a darse por radio y televisión y tendría, cuando menos, repercusión nacional.

Me puse entonces manos a la obra y escribí un poema con todo amor y fe.

Luego, concertamos el día para la grabación. Pero no tuvo lugar. Motivos, al parecer, de espacio de programación y compromisos presentados a última hora fueron la causa. Y ahí quedó el poema sin conocerlo nadie.

Comenté entonces, la víspera del Jueves Santo, tan desilusionante hecho a una persona muy allegada, a quien remití el trabajo. Tras leerlo me animó a publicarlo en mi blog y en Facebook, así, al menos, si no llegaba a tener tanta trascendencia, sí podrían leerlo aquellas personas interesadas en el tema.  

Cuando estaba a punto de colgarlo, apareció Inés López Pradas, un ángel de ojos claros y alma limpia, que me aconsejó grabarlo con mi voz e ella ilustrarlo.  Y así lo hicimos, dando como resultado el montaje que aquí dejó.

Un montaje que, seguramente, no llegará a rincones lejanos, como estaba previsto, pero sí, al menos, al alma de los que entráis en este blog mío y me hacéis el honor de leerme. Dios os lo pague. Gracias por siempre a todos.  





sábado, 4 de abril de 2020

UNA PANDEMIA SIN DIOS


La pandemia que sufrimos es algo natural. El Covid-19 es un virus desconocido que ha surgido, sin saber muy bien cómo, en algún lugar de China, y que se ha extendido por el mundo debido a la globalización.

Las epidemias son cosas normales. Toda la vida han existido, desde que hay bacterias y virus. Es decir, desde la más remota antigüedad.

Entonces, ¿de qué tenemos que tener miedo? Ahora, como ha sucedido siempre, las personas saldrán de esta. Quedará, eso sí, un enorme reguero de muertos, pero se saldrá como salieron nuestros antepasados, y a seguir viviendo los que queden. Y hasta puede que siendo mejores, después de reflexionar lo poco que somos y lo frágiles.

La única diferencia es que, antiguamente, al más mínimo brote infeccioso que aparecía en un lugar determinado, ya se estaba mirando al cielo. Y se tomaba como castigo divino por los muchos pecados que se habían cometido. Y se oraba, se pedía perdón, se hacían penitencias, se realizan rogativas, se procesionaban cristos y vírgenes, se obligaban a propósitos de enmienda, se prometían conversiones…, en definitiva, se imploraba a la Divinidad clemencia, piedad y misericordia. Y cuando cesaba la plaga, se hacían fiestas de acción de gracias y se les regalaba a las imágenes mediadoras llaves, mantos, placas y demás obsequios honoríficos como símbolo y reconocimiento de haber sido escuchados.

Ahora no. En nuestros días no. Hoy no se mira al cielo. Hoy Dios no existe, es una quimera, un invento. Y de existir está lejos y ajeno a nuestro devenir evolutivo. Además, si en realidad tuviera relación directa con nuestra existencia, entendemos que Dios no puede castigar en cuanto es amor. Dios no puede enviarnos el mal en cuanto es bondad infinita. Dios tampoco puede querer el sufrimiento debido a que es Padre Santísimo. Sin embargo, dicen, al menos los doctores de la Iglesia, que esto de la epidemias y demás sí es una prueba y un tiempo de dificultad que permite, en cuanto, pudiendo Dios evitarla (ya que todo lo que sucede, aunque no lo cause, depende de Él, y todo lo que quiere puede ser, es decir: es omnipotente), no lo hace.   

Por lo tanto, al menos para los creyentes, es claro que Dios –que al fin y al cabo es un gran misterio– consiente esta realidad que nos aflige. Y aunque no sabemos muy bien por qué, si podemos entender para qué. Sin duda, para que, mientras está pasando y pase, reflexionemos y nos demos cuenta de cuanto veníamos haciendo mal, que son muchas cosas. Mal el creernos dioses inmortales, poderosos y engreídos. Mal en cuanto disponemos de la vida de seres inocentes e indefensos. Mal en cuanto dejamos morir de hambre y enfermedades banales a millones de niños y adultos. Mal en cuanto estamos destrozando el planeta y la naturaleza. Mal en cuanto consentimos las enormes diferencias entre ricos y pobres. Mal en cuanto el dinero lo hemos elevado a los altares de la vanagloria. Mal en cuanto los vicios, la perversión, la explotación, la especulación, las drogas, los maltratos, los crímenes, la corrupción, las falsedades, la degeneración… nos ciegan. Mal en cuanto el egocentrismo, la promiscuidad, las infidelidades,  las injusticias, los robos, la insolidaridad, la incredulidad, las idolatrías, el terrorismo, las guerras, los fanatismos… están a la orden del día. Mal en cuanto no paramos de construir armas de destrucción masiva. Mal en cuanto vamos sin rumbo hacia no sabemos dónde. Mal en cuanto la inmensa mayoría de los que nos decimos cristianos no somos más que tibios fariseos hipócritas. Mal en cuanto la Iglesia, a pesar de su gran labor, anda dividida, acomplejada y confusa… Mal en cuanto todo lo hemos convertido en relativismo, hedonismo, egoísmo y materialismo.

Eso, materialismo, todo es materialismo. Esté el gobierno que esté, mande quien mande. Todo es progresar, ascender y alcanzar la cima de los placeres, conseguir el mayor estado de bienestar de cara al exterior…, pero nada de mirar adentro de nosotros, nada de lo que arrepentirnos, nada de escuchar a la conciencia… Y nada de Dios. Ni mencionarlo. Como si fuera un apestado, algo peor que la misma infección de la que mueren como perros miles de personas queridas. Nada de Dios, ni pronunciar siquiera su nombre. Nada de oír, salvo alguna excepción, en ninguna de nuestras televisiones, ni demás medios de comunicación, la palabra Dios. Eso sí: “saldremos adelante”, “juntos venceremos”, “con unión somos más fuertes”, “resistiremos y triunfaremos”, “este virus lo paramos unidos”…  Incluso la ilusionante y repetida frase de “Todo saldrá bien” (copiada de Italia: “Tutto andrà bene”). Que, miren por donde, es una expresión dicha por Jesucristo, en mayo de 1373, a la mística inglesa Juliana de Norwich en una visión que tuvo, y en la que tras hablarle de la tragedia del pecado finalizó diciéndole: “Pero todo irá bien”.  

Nada de Dios. Dios sobra. A Dios no lo necesitamos. Nada de con la ayuda de Dios. Nada de Dios nos socorra. Nada de Dios nos libre. Nada de sea lo que Dios quiera. Nada de Dios nos perdone y nos bendiga. Nada de Dios lo tenga en su gloria. Nada de Dios es nuestra esperanza. Nada de si Dios quiere. Nada de Dios socórrenos que nos ahogamos… Nada. Nos bastamos nosotros solos. Ya lo solucionarán los gobernantes, los políticos, los sabios, los científicos, los investigadores... Dios es de catetos, ignorantes, retrógrados, fachas, carcas… Decir Dios no está bien visto. Mentar a Dios, sencillamente, es cosa de incultos.

Pues nada. A seguir. A continuar navegando en el mar de la tormenta en la barca de la soberbia. A dejar que Dios siga dormido. Ya saldremos nosotros solos, sin ayuda de nadie, sobre las olas, la lluvia, los rayos y los vientos hasta llegar a buen puerto. Al divertido puerto de viva la pepa y tonto el último. Pues nada. Eso es lo que hay.

Pero, permitidme, al menos, aunque me llaméis de todo, que yo, como lo hacen otros muchos, sí miré hacia arriba y hacia mí mismo y pida a Dios perdón y ayuda para el mundo entero. Señor, despierta, te necesitamos. Y si salimos de esta, intentaré mejorar, y si me quedo en el camino, por favor, dame tu mano y déjame sentir la eternidad en la paz de tu presencia. Porque rezar no es decir solo palabras, es comprometerse a transformar el comportamiento a mejor

Y todo porque para mí una vida sin Dios es la más triste de las vidas. Y así lo he creído siempre, antes, ahora y también mañana, cuando salgamos todos, Dios quiera que pronto, a las calles y nos llenemos de nuevo de la luz del sol y de los abrazos.

miércoles, 1 de abril de 2020

A SIME Y ENCARNITA, YA JUNTOS EN LA ETERNIDAD


Al darme la noticia no sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas, que eso se lo dejo a Bécquer. Lo que sentí fue un ascua quemándome el corazón y una rabia desbordándome los ojos de impotencia.

Un buen amigo, un gran señor, un hombre bueno, se me moría, no como el rayo, que eso se lo dejo también a Miguel Hernández, sino como una borrasca que se acerca lenta, y te invade, y te envuelve en calentura, y te empapa con su lluvia pegajosa, y te arrastra con su inmisericordia de relámpagos, y te desangra por el pecho, y te enloquece, y te ahoga con una mano negra e invisible hasta cerrarte los párpados y convertirlos en polvo sobre el hielo…, mientras los coronavirus, ciegos y despiadados, triunfadores, se relamen de indignidad y crueldad en un banquete miserable por la carne y la sangre, que no por el alma.

No por el alma de mi amigo Simeón Martín Morales, porque su alma era y es de cristal, transparente, irrompible, llena de vida, eterna.

Y bien que lo sé. Muy bien. Porque lo conocía. Porque aunque él viviera en Madrid y yo anduviera perdido por estos cerros de Úbeda, fue nada más conocernos, hace muchos años, y saber que ya nada ni nadie podría doblar ni crujir una amistad que nacía limpia y sin tiempo. Su esposa, mi admirada poeta Encarnación Huerta Palacios, mi adorada mujer de elegancias, sencillez y cercanía, mi diosa de la generosidad y la fe, se nos fue unos años antes haciéndole saber a su Sime que lo esperaría en la playa del más allá con una luz encendida para que no se perdiera a su llegada. Tal vez por ello él no cesaba de recitar mi poema “Nos esperaremos” allá por donde iba, dejándolo incluso grabado en un álbum discográfico que tituló: “Poetas vivos en mi mente”.  

Y ya se han encontrado. Ya se han dado el abrazo inmortal y perpetuo. Ya se han unido  en el crisol de la eternidad para nunca dejar de estar juntos.

Se ha ido Sime con su Encarnita pero dejándonos aquí una estela de amor infinito. Amor hecho sendero por donde caminan sus dos hijos, Sergio y Pablo, que también han sufrido, con mucha mejor suerte, el golpe traicionero del coronado monstruo repugnante y macabro. Amor que hace de amor a sus queridas nueras, y a sus angelicales nietos, y a sus cuñados Rafa y Mercedes, sus brazos, su apoyo y su consuelo, y a toda su larga familia, en la que no hay miembro alguno que no haya sentido tan grandiosa pérdida. Y también amor hecho amor en un sinfín de amigos, entre los que tengo el honor de encontrarme, y que ahora lo lloramos desde la tristeza más honda pero también desde el gozo más elevado de la esperanza.

Descansa, querido amigo. Descansa, querida amiga. Descansad juntos. Y ya juntos, escribid y recitad cuantos poemas os inspiren los luminosos paisajes del reino de Dios. Mientras, aquí abajo, diremos al mundo, no que ambos nos dejasteis harto consuelo por la memoria de vuestras grandes obras, que eso se le dejo a Jorge Manrique, sino que ambos os habéis llevado un pedazo de nuestro adentro, un trozo de nosotros, un cacho de lo que somos, al tiempo que nos regaláis el orgullo de haber sido y ser parte de vuestras ejemplares y fructíferas vidas.

Gracias y hasta siempre, amigos. Jamás os olvidaremos. Descansad en paz.