Al darme la noticia no sentí el
frío de una hoja de acero en las entrañas, que eso se lo dejo a Bécquer. Lo que
sentí fue un ascua quemándome el corazón y una rabia desbordándome los ojos de
impotencia.
Un buen amigo, un gran señor, un
hombre bueno, se me moría, no como el rayo, que eso se lo dejo también a Miguel
Hernández, sino como una borrasca que se acerca lenta, y te invade, y te
envuelve en calentura, y te empapa con su lluvia pegajosa, y te arrastra con su
inmisericordia de relámpagos, y te desangra por el pecho, y te enloquece, y te
ahoga con una mano negra e invisible hasta cerrarte los párpados y convertirlos
en polvo sobre el hielo…, mientras los coronavirus, ciegos y despiadados,
triunfadores, se relamen de indignidad y crueldad en un banquete miserable por
la carne y la sangre, que no por el alma.
No por el alma de mi amigo Simeón
Martín Morales, porque su alma era y es de cristal, transparente, irrompible,
llena de vida, eterna.
Y bien que lo sé. Muy bien. Porque
lo conocía. Porque aunque él viviera en Madrid y yo anduviera perdido por estos
cerros de Úbeda, fue nada más conocernos, hace muchos años, y saber que ya nada
ni nadie podría doblar ni crujir una amistad que nacía limpia y sin tiempo. Su
esposa, mi admirada poeta Encarnación Huerta Palacios, mi adorada mujer de
elegancias, sencillez y cercanía, mi diosa de la generosidad y la fe, se nos
fue unos años antes haciéndole saber a su Sime que lo esperaría en la playa del
más allá con una luz encendida para que no se perdiera a su llegada. Tal vez
por ello él no cesaba de recitar mi poema “Nos
esperaremos” allá por donde iba, dejándolo incluso grabado en un álbum
discográfico que tituló: “Poetas vivos en
mi mente”.
Y ya se han encontrado. Ya se han
dado el abrazo inmortal y perpetuo. Ya se han unido en el crisol de la eternidad para nunca dejar
de estar juntos.
Se ha ido Sime con su Encarnita
pero dejándonos aquí una estela de amor infinito. Amor hecho sendero por donde
caminan sus dos hijos, Sergio y Pablo, que también han sufrido, con mucha mejor
suerte, el golpe traicionero del coronado monstruo repugnante y macabro. Amor
que hace de amor a sus queridas nueras, y a sus angelicales nietos, y a sus
cuñados Rafa y Mercedes, sus brazos, su apoyo y su consuelo, y a toda su larga
familia, en la que no hay miembro alguno que no haya sentido tan grandiosa
pérdida. Y también amor hecho amor en un sinfín de amigos, entre los que tengo
el honor de encontrarme, y que ahora lo lloramos desde la tristeza más honda
pero también desde el gozo más elevado de la esperanza.
Descansa, querido amigo.
Descansa, querida amiga. Descansad juntos. Y ya juntos, escribid y recitad
cuantos poemas os inspiren los luminosos paisajes del reino de Dios. Mientras,
aquí abajo, diremos al mundo, no que ambos nos dejasteis harto consuelo por la
memoria de vuestras grandes obras, que eso se le dejo a Jorge Manrique, sino
que ambos os habéis llevado un pedazo de nuestro adentro, un trozo de nosotros,
un cacho de lo que somos, al tiempo que nos regaláis el orgullo de haber sido y
ser parte de vuestras ejemplares y fructíferas vidas.
Gracias y hasta siempre, amigos. Jamás
os olvidaremos. Descansad en paz.
Ramón como siempre, amigo de los amigos, yo te tengo entre ellos. Besos
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