miércoles, 1 de abril de 2020

A SIME Y ENCARNITA, YA JUNTOS EN LA ETERNIDAD


Al darme la noticia no sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas, que eso se lo dejo a Bécquer. Lo que sentí fue un ascua quemándome el corazón y una rabia desbordándome los ojos de impotencia.

Un buen amigo, un gran señor, un hombre bueno, se me moría, no como el rayo, que eso se lo dejo también a Miguel Hernández, sino como una borrasca que se acerca lenta, y te invade, y te envuelve en calentura, y te empapa con su lluvia pegajosa, y te arrastra con su inmisericordia de relámpagos, y te desangra por el pecho, y te enloquece, y te ahoga con una mano negra e invisible hasta cerrarte los párpados y convertirlos en polvo sobre el hielo…, mientras los coronavirus, ciegos y despiadados, triunfadores, se relamen de indignidad y crueldad en un banquete miserable por la carne y la sangre, que no por el alma.

No por el alma de mi amigo Simeón Martín Morales, porque su alma era y es de cristal, transparente, irrompible, llena de vida, eterna.

Y bien que lo sé. Muy bien. Porque lo conocía. Porque aunque él viviera en Madrid y yo anduviera perdido por estos cerros de Úbeda, fue nada más conocernos, hace muchos años, y saber que ya nada ni nadie podría doblar ni crujir una amistad que nacía limpia y sin tiempo. Su esposa, mi admirada poeta Encarnación Huerta Palacios, mi adorada mujer de elegancias, sencillez y cercanía, mi diosa de la generosidad y la fe, se nos fue unos años antes haciéndole saber a su Sime que lo esperaría en la playa del más allá con una luz encendida para que no se perdiera a su llegada. Tal vez por ello él no cesaba de recitar mi poema “Nos esperaremos” allá por donde iba, dejándolo incluso grabado en un álbum discográfico que tituló: “Poetas vivos en mi mente”.  

Y ya se han encontrado. Ya se han dado el abrazo inmortal y perpetuo. Ya se han unido  en el crisol de la eternidad para nunca dejar de estar juntos.

Se ha ido Sime con su Encarnita pero dejándonos aquí una estela de amor infinito. Amor hecho sendero por donde caminan sus dos hijos, Sergio y Pablo, que también han sufrido, con mucha mejor suerte, el golpe traicionero del coronado monstruo repugnante y macabro. Amor que hace de amor a sus queridas nueras, y a sus angelicales nietos, y a sus cuñados Rafa y Mercedes, sus brazos, su apoyo y su consuelo, y a toda su larga familia, en la que no hay miembro alguno que no haya sentido tan grandiosa pérdida. Y también amor hecho amor en un sinfín de amigos, entre los que tengo el honor de encontrarme, y que ahora lo lloramos desde la tristeza más honda pero también desde el gozo más elevado de la esperanza.

Descansa, querido amigo. Descansa, querida amiga. Descansad juntos. Y ya juntos, escribid y recitad cuantos poemas os inspiren los luminosos paisajes del reino de Dios. Mientras, aquí abajo, diremos al mundo, no que ambos nos dejasteis harto consuelo por la memoria de vuestras grandes obras, que eso se le dejo a Jorge Manrique, sino que ambos os habéis llevado un pedazo de nuestro adentro, un trozo de nosotros, un cacho de lo que somos, al tiempo que nos regaláis el orgullo de haber sido y ser parte de vuestras ejemplares y fructíferas vidas.

Gracias y hasta siempre, amigos. Jamás os olvidaremos. Descansad en paz.    

1 comentario:

  1. Ramón como siempre, amigo de los amigos, yo te tengo entre ellos. Besos

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