Nos han cortado las alas
con tijeras de muerte
y el corazón nos sangra.
Yo miro la calle ausente
desde el balcón de mi casa
y veo la soledad que viene
vestida de fantasma
para llevarse, indolente,
la alegría del alma.
Y aplaudo, por la nieve
del llanto y la distancia,
a los héroes sin dobleces:
Al personal que sana.
A los tenderos que venden.
A los que crean y labran
y producen y defienden.
A los que no descansan
por llanos y pendientes
para traer cada jornada,
calladamente,
el pan, la sal y la esperanza.
A los que nos protegen.
A los que dan sin pedir nada.
A los que nos informan y
entretienen.
A los que limpian las lágrimas.
A los que rezan a Dios humildemente.
Y a esos niños con ojos color del alba
que no entienden
por qué les han roto la mirada
así, tan de repente.
Os aplaudo con palmadas
de admiración permanente
también a vosotros, águilas
de sueños por los aires agrestes,
sacrificadas y encerradas
entre cuatro paredes.
Y a quienes lucháis con las
armas
del coraje para seguir siendo
mieses.
Y a los que habéis ganado la
batalla
y ya todo lo veis de forma
diferente.
Y también, cómo no, qué lástima,
a los que ya se han ido para
siempre.
A los que la fría guadaña
los ha hecho polvo inerte
entre los cipreses de la
madrugada.
A esos que se nos mueren
en un ahogo de ascuas
sin un mínimo beso sobre sus
frentes.
Os aplaudo a todos, hoy… y
mañana.
Ese mañana que vendrá silente
para estallar en fiesta
aventurada.
Os aplaudo con toda el alma.
Os aplaudiré eternamente.
Porque sois amor que en amor
prende.
Y amor... solo con amor se paga.
Y amor... solo con amor se paga.
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