viernes, 19 de noviembre de 2021

EL GRAN APAGÓN

Prepárense. No será que no nos los andan diciendo. Sí, sí, que vamos a tener cualquier día un apagón de aúpa que nos va a dejar helados. 

 

Pero a mí lo que me deja helado en verdad es lo poco que somos. Ya nos lo ha hecho saber el dichoso coronavirus. Y como no hemos aprendido suficientemente la lección, ahora va a venir un corte de electricidad que nos va a poner en nuestro sitio.  

 

Y en nuestro sitio quiere decir que vamos a descubrir una vez más lo mucho que hemos avanzado y, a la vez, lo poco. Porque los avances no nos han hecho más fuertes, sino más débiles. Mucho creernos dioses…, pero de barro. Con tan solo faltarnos la electricidad unos pocos días estaríamos perdidos. Y si nos faltara por mucho tiempo (y no digamos por siempre), sería el fin de muchos. Todo se paralizaría. Los medios de comunicación. Internet. El transporte. Las empresas. Los bancos. Los ordenadores. La calefacción. Los comercios. Los hospitales. Los electrodomésticos… Y por más hornillos de supervivencia y mas latas de conservas y papel higiénico que tuviésemos guardados en la alacena… de poco servirían… Bueno, tal vez para ganar unos días y acabar aún más tocados del ala.

Los que sobrevivieran volverían a los pueblos, a las aldeas, a la choza, al horno de leña, a la agricultura y ganadería de subsistencia…, mezclado con el desorden, el pillaje, la ley del más fuerte, el desgobierno más absoluto…  

 

Pero no perdamos la fe ni la esperanza. Por lo pronto son solo amenazas de periodismo amarillo. No creo que se llegue a tanto. A nadie, en esta sociedad globalizada y capitalista, le interesa ni le conviene que el mundo retroceda a las cuevas. Pero también es cierto que debemos, aprovechando el bulo y la evidente dependencia de los combustibles, hacer un alto en el camino y reflexionar acerca de lo que somos y tenemos.

 

Porque, aparte de que somos nada, tenemos cada vez menos. Todo lo más: cuatro cosas, un ordenador y un móvil. Un par de aparatos que nos conectan al mundo, y en los que guardamos todo: correspondencia, escritos, cuentas, recuerdos, fotografías, periódicos, música, películas… Sin saber quién es el dueño y señor de todo esto. Quién es el poderoso mago que conoce todo lo mío, incluyendo dónde estoy, de dónde vengo y a dónde voy, y cuando quiera me deja sin nada, me borra cuanto tengo, me desconecta.  

 

Hasta no hace mucho nos enviábamos cartas. Yo conservo algunas de mis padres, amigos y alumnos… Poseo un álbum de fotos que puedo tocar. Guardo algunos escritos y poemas manuscritos de hace años. Tengo recortes de prensa de sucesos que me han interesado. Conservo infinidad de libros y revistas… Quiero decir que si me tengo que alumbrar con la llama de un candil, podré ver, leer y tocar… Ahora, cuando envío un verso a “la nube”, y no lo imprimo, me da vértigo… Vértigo sí, porque, ¿qué es la nube?, ¿dónde está?, ¿quién la tiene y la maneja? ¿Y si la dichosa nube se disipará por algún extraño viento…?

 

Ya sé, cosas de hacerse mayor, de tener miedo a los nuevos tiempos. Pero los nuevos tiempos, por más que nos parezcan fabulosos, también son inciertos. Tan inciertos que si los poderosos o el poderoso que tiene todo el mundo de la electrónica, electricidad e informática en sus manos, le da por cortar un simple cable, nos vemos con una mano delante y otra atrás, cuando no hechos polvo.  

 

Creo que pasar no va a pasar… Pero… ¿y si pasara? Por lo pronto avisos estamos teniendo… Y yo me mosqueo, por aquello de que el que avisa, ya saben

martes, 9 de noviembre de 2021

FUERA DE TIEMPO

Está todo tan embarrado, acelerado y desquiciado que hasta el tiempo ha perdido su sentido.

Salgo a la calle a mediados de octubre y me salen al paso por varios sitios instándome a comprar mantecados. 

 -¿Mantecados? ¿Pero cómo se pueden comprar mantecados en pleno mes de octubre? 

 

-Claro que sí, como que ahora es cuando más gustan. 

 

-Pues a mí me parece absurdo. A mí me gusta comer mantecados y polvorones en Navidad, junto al calor del hogar, con la familia y los amigos. Y me niego a llegar a esas fechas ya ahíto.

 

-Tú es que eres muy raro. Estás loco, tío.

 

Lo que me faltaba, después de llevar colgadas no sé cuántas etiquetas al cuello, me encasquetan ahora también las de raro y loco.

 

Raro y loco por optar comer mantecados en Navidad y no en octubre. Por querer disfrutar de las estaciones del año con sus peculiaridades, condicionamientos y fiestas. Por ser de los que prefieren un suculento cocido en invierno y no en verano. O un helado en julio antes que en noviembre. O un puñado de castañas asadas en otoño en lugar de en primavera… 

 

A mi me gusta, porque así lo he vivido desde niño, que cada ciclo temporal y festivo se conmemore y celebre en su momento. Soy partidario de que la Navidad se viva entre diciembre y enero. Que el Carnaval sea en febrero y la Semana Santa a comienzos de la primavera. Las romerías después del domingo de Resurrección. El Corpus a los 60 días tras la Pascua. La feria de Úbeda en septiembre. Y todos los Santos en Noviembre…, con sus huesos de santo, sus buñuelos de viento y sus gachas. Y las hogueras de San Antón en San Antón y la noche de San Juan en San Juan y no en San Cirilo de Jerusalén. Y disfrutar de la diferente gastronomía que históricamente ha venido dándose dentro de cada momento en concreto.  

 

Pero no, ahora andamos fuera de tiempo, en puro anacronismo, tan puestos en revoluciones que hay un afán desmedido por adelantarnos y variar y cambiar los acontecimientos, cegados por intereses comerciales, ansias enfermizas, pretensiones de llamar la atención y urgencia de innovaciones sin sentido. 

 

Pues nada, a seguir innovando y adelantando el tiempo. Y así, los villancicos se cantarán en octubre, las procesiones saldrán en diciembre y nos iremos a la playa en abril… Y si no, que cada cual celebre las fiestas tradicionales e históricas cuando les salga de las narices. Y olé por los de Cádiz, que van a celebrar el Carnaval en junio, cuando los comparsistas, chirigoteros y demás disfrazados se derritan en sudor bajo las máscaras y estén a punto de estallar por culpa de los cuaresmales hornazos, torrijas y borrachuelos que, fieles a la costumbre, se deberán zampar con sus correspondientes licores, mientras los demás, si no nos da por imitarlos, andaremos abanicándonos sentados en las terrazas bebiendo cerveza fresquita… Aunque lo mismo, por eso de seguir adelantándonos, podemos estar celebrando Halloween, que es algo parecido para más tétrico. ¡Madre mía, qué lío!   

 

Y luego van y dicen que el raro y el loco soy yo.