Cuando uno, que cree en el amor de para siempre, herido por
las balas que desde los medios se disparan con la intención de hacernos creer
que todo, tarde o temprano, se tiene que acabar, se encuentra con noticias de
amores verdaderos, no tiene más remedio que sentir en su corazón una especie de
bálsamo consolador que resucita al alma y te libera de tanta mentira
interesada.
Hace tiempo me emocionó el leer la noticia acerca de un grupo de arqueólogos que
habían hallado en la ciudad italiana de Mantua una sepultura con una pareja
abrazada datada en más de seis mil años
de antigüedad. Arrastrado por el sentimiento escribí entonces estos versos:
Hay
amores por siempre. Abrazos más allá
del polvo
de los siglos, del perfil de los huesos,
de la
historia y su huella, de la sombra final…
Más allá
de la muerte, del espacio, del tiempo…
Hay
amores sin horas volando en libertad.
Alas que a
las galaxias prestan luces y espejos.
Transparencias
profundas. Redondez inmortal.
Hay amores
grandiosos, magistrales, eternos…
Hay
amores que nacen para nunca acabar.
Besos
desnudos. Vidas que saben el secreto
que se
esconde en los sueños de no morir jamás.
Corazones con alma más allá del silencio,
Corazones con alma más allá del silencio,
de la tierra,
del mar.
Hoy, de nuevo, la emoción me
vuelve a embargar ante la noticia aparecida en el diario ABC, en la que se nos
hace saber que: “Una pareja vive setenta años enamorada y se mueren con quince
horas de diferencia”.
Noticia ésta
que todavía sorprende más al saber que Kenneth, de 91 años, y su esposa Helen,
de 92, se conocieron cuando tenían 18 y 19 años respectivamente. Fueron novios
y se casaron en secreto. Sus hijos han dicho que no pudieron esperar más.
También han confesado que ni una sola noche han dormido separados. En una
ocasión, viajando en ferry, con literas, prefirieron dormir juntos en la cama
de abajo Y cuando él estuvo ingresado por motivos de enfermedad, ni un solo
instante ella dejó de estar a su lado. No dejaron de amarse. Se amaron hasta la
locura. Hasta el punto de desayunar en sus últimos días agarrados de la mano. Y
cuando ella expiró, él, mirando a sus hijos, dijo: “Mamá ha muerto”. Entonces
se sentó, guardó silencio y antes de las quince horas fue a su encuentro para
seguir amándose eternamente más allá de las estrellas.
Yo
creo en el amor de para siempre.
Amor
de yo no ser para ser tú.
Amor
de no existir más que el presente.
Amor de
ser los dos uno tan solo.
Amor
de darlo todo hasta la muerte.
Amor
de más amar en la otra vida.
Amor de
amar, amor, eternamente.