viernes, 27 de enero de 2017

COHERENTES DE LA INCOHERENCIA

A lo más hermoso que uno puede aspirar es a ser verdaderamente libre.

Sin embargo, pocos quieren serlo. De ahí que diariamente estemos poniéndonos grilletes en el alma para esclavizarnos a nosotros mismos. Y nos atamos con ambiciones materialistas, egoísmos banales, odios oscuros, venganzas sucias… y, lo peor de todo, nos encadenemos a las mentiras y los intereses personales. Ya lo dijo Rousseau: “El hombre, por todas partes, se encuentra rodeado de cadenas”.

Entonces, la libertad pasa a ser mera falacia, una pobre palabra a la deriva en un mar tempestuoso. Y yo lo comprendo y lo acepto y hasta lo justifico. No es fácil ser libre en este mundo. Y no lo es, sobre todo, porque habitamos en una selva, en la que hay que sobrevivir, llena de trampas, de amenazas, de zarpazos, de terror, de traiciones… Donde los unos se cazan a los otros. “Homo homini lupus” (“el hombre es lobo para el hombre”), que dijera el dramaturgo latino Plauto.

Pero lo más terrorífico es cuando la libertad se falsea para vendérnosla desde los intereses colectivos manejados por las ideologías, pretendiendo engañarnos y obnubilarnos el pensamiento con el fin de sacarnos el voto para ostentar el poder. Y si nos dejamos arrastrar, no sólo habremos perdido nuestra propia libertad de vuelo, sino que nos habremos convertido en zombis terrenales con pies de pegamento adheridos a las piedras.
 
La libertad es grande porque nos permite pensar como queramos, actuar como nos parezca, creer en lo que consideremos…, sin complejos, sin miedos, sin que nos tiemblen los huesos. Es decir, la libertad nos permite ser coherentes. Y coherentes es lo que deberíamos ser todos, y no muñecos detenidos en los estantes de la tómbola de la feria de la vida. Coherentes desde el respeto y la estima.

Un mundo así, basado en la coherencia, en vivir acorde con lo que pensamos, sería ideal. Los de izquierdas, y derechas, y de centro podrían exponer sus teorías sin sombras ni sobresaltos; los que profesan ésta o aquélla fe, la podrían manifestar sin oscurantismos ni miedos; los que son partidarios de esto y de aquello, pues nada, podrían expresarlo sin tapujos…, pero todo y todos desde el ejemplo, la educación, la no violencia y la sincera consideración a los que no piensan ni actúan de igual forma, y siempre sabiendo que, en el fondo, nada ni nadie en este mundo, está en posesión absoluta de la verdad.

Pero la realidad no viene a ser así. Fíjense y verán cómo hay muchísimos, infinidad, que dicen ser o pensar de un modo, y luego viven y proceden de otra forma muy diferente. Políticos, pacifistas, naturalistas, animalistas, feministas…, por ejemplo, que dicen y dicen…, y luego, si ocurre algo, como maltratar a una mujer, o golpear a un perro, o contaminar un río…, actúan según quién lo haya hecho. Si son los que consideran del bando contrario, los machacan, pero si son de los suyos, ni se inmutan. Y si alguien de los otros atropella a una liebre, se manifiestan, con clamor, pancartas y hasta desnudándose, por los derechos del pobre animalico…, para, al día siguiente, pedir los mismos a gritos se acabe, gratuitamente, con la vida de un pequeño en el vientre de una madre. O como ese gobernante que se titula honorable y luego está de corrupción hasta las cejas. O como ese entrenador reconocido que acaba de expresar públicamente que él apoya las ideas comunistas cuando se le salen los billetes de quinientos por la ranura de la caja fuerte que tiene en el banco. O como ese sacerdote fundador que iba para santo tan defensor de la castidad y la pureza que luego andaba entre niños, mujeres y hasta tenía hijos. O como esa escritora famosa que dice ser atea y ataca a los cristianos y luego con el yihadismo se derrite y guarda absoluto silencio. O como ese multimillonario que declara en TV que la indigencia no se debe consentir. O como ese actor que manifiesta ser antiyanki y va y viste y vive como ellos y pasa la mayor parte del año en los Estados Unidos trabajando en Hollywood… O como ese lobo que se adentra disfrazado en la manada de los corderos para ver qué pilla…   

Esclavos todos, tristes siervos todos de sus propias incongruencias, perfectos coherentes de la incoherencia. 



martes, 10 de enero de 2017

HERMOSA LECCIÓN

Uno de los muchos monasterios de Meteora, en Grecia, ya desaparecido, fue fundado a comienzos del siglo XIV por Aristides Kasmiroglu. El edificio, tan pequeño como espectacular, construido sobre una de las altas rocas, albergó en un principio a cuatro religiosos que pretendían llevar una vida de retiro, oración, sacrifico y paz. Y todo fue bien.

Pocos años más tarde, varias personas quisieron entrar a formar parte de la comunidad. Y fueron admitidas. Y comenzaron los problemas. Algunos se quejaron de tanto aislamiento, de que la comida podía ser mejor, de que se pasaba demasiado frío en invierno… Pero lo peor fue que los cabecillas de las quejas llegaron a convencer a todos los monjes, excepto, claro está, al abad fundador y el prior claustral. 

El prior claustral pidió entonces al abad que tomara cartas en el asunto y expulsara a los falsos religiosos que más que fe lo que tenían eran ambiciones personales de bien vivir. Pero el abad no lo quiso así. Estaba convencido de que con su ejemplo de austeridad, sacrificio y prudencia, y con los ruegos a Dios, tarde o temprano, todos acabarían cambiando su modo de obrar y se convertirían en frailes ejemplares.

Mas no lo logró. Pasado un año todavía andaban peor, más rebeldes y más materializados. Algunos llegaron incluso a escaparse de noche para ir al poblado lindante donde mantenían relaciones con furcias. Y entonces sí. Entonces el abad expulsó a los monjes vivales, que se resistieron, y tanto que cuentan que hasta costó sangre y fuego. Acabando todo en la desaparición de tan preciosa casa.

Kasmiroglu marchó entonces a la ciudad de Ani, en Armenia, hoy en la frontera con Turquía, donde en las afuera volvió a levantar un nuevo convento con seis hombres que andaban también con el deseo de llevar una vida de santidad. Y todo fue bien.

Hasta que el convento tuvo que agrandarse ante la solicitud de nuevos monjes. Y nada. De maravilla los primeros cinco años. Después, lo de siempre. Que las camas eran duras, la comida escasa, el hábito demasiado rudo y áspero… Que no entendían por qué no podían ir de vez en cuando a Ani, y pasear por sus bellas y pobladas calles y plazas… Y de nuevo la misma historia. De nuevo a escaparse algunos, cambiarse de ropas y andar en la madrugada por las tabernas y los burdeles.

Se acabó. Aquello acabó mal. Allí no había verdadero espíritu religioso, ni verdadera oración, ni anhelos de sacrificio, ni amor fraterno. Allí no había más que egoísmos, divisiones, desavenencias y tiranteces entre unos y otros. Se llevaban a matar. Es más, algunos monjes ni aparecían en los ritos litúrgicos, ni practicaban las lecturas de rigor, ni acudían a comer juntos, ni creían siquiera en Dios. El convento se cerró y el abad puso pies camino a otro lugar. No sin antes sufrir una terrible emboscada, cuando caminaba por un lugar despoblado, que lo dejó tullido y a punto de morir, por parte de sus mismos monjes, que ahora sí, qué curioso, se unieron como las uvas de un mismo racimo para la venganza.

Y de Aní marchó a Cappadocia, al valle de Goreme, donde labró grutas en las rocas volcánicas, fundando, incansable, un nuevo convento con tres nuevos monjes… Y para qué decir lo que sucedió después… Exacto. Acabaron una vez más como en el rosario de la aurora.

De Kasmiroglu no se conoce mucho más. El sueño del pobre monje de constituir una duradera comunidad de almas limpias en cuerpos sacrificados y generosos no llegó a cumplirse. Sólo se sabe que tras su última intentona en Goreme viajó a la isla de Kalymnos, en el mar Egeo, donde vivió como ermitaño, solo, completamente solo, en una gruta de la montaña que mira al mar, donde murió en el más profundo de los olvidos y en la más absoluta pobreza. Nadie, a día de hoy, con seguridad, tenía conocimiento de cómo acabó su vida ni dónde está enterrado. El hecho de sacarlo a la luz ahora ha sido debido a que unos arqueólogos, a primeros del pasado mes de diciembre, hallaron una sepultura en la cima de la montaña cercana a la ciudad costera de Mirties, en lo más hondo de una cueva, en la que, tras abrirla, apareció un esqueleto momificado que creen ser los restos de Aristides Kasmiroglu, ya que junto a él apareció una pequeña lápida de piedra labrada en la que se podía leer: “El mejor convento es la soledad”.    

Hermosa lección ésta para un mundo de hoy tan parecido.