martes, 25 de abril de 2017

ÚBEDA QUIERE A ANTONIO MUÑOZ MOLINA

 Lo cuenta él mismo. Dice que era un niño pusilánime que jugaba en la plazuela de San Lorenzo a ser escritor. Todos los chiquillos de por allí lo veían distinto, diferente, extraño. Nunca entraba en peleas, no discutía, no tomaba parte en acciones violentas… En la escuela de los alumnos azuletes le fue bien, en la de los marrones no tanto, y se queja de ello. Luego, en el instituto, la cosa mejoró… Lo que vino después todo el mundo lo sabe: novelista de primera línea, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Literatura, Académico de la Real Academia, numerosos premios nacionales e internacionales, y así hasta alcanzar el Premio Príncipe de Asturias de las Letras… Y pronto obtendrá el Cervantes… Y si las circunstancias y entramados políticos-comerciales universales que juegan a la ruleta no lo impiden, el Nobel de Literatura.

A él los premios, lo confiesa también, no le importan mucho. Pero aunque no quiera, es lo que ha hecho que en muchos lugares del mundo lo valoren y lo consideren. No son pocos los que lo saludan, abrazan y admiran sin haber leído de él un solo párrafo. Cosas de la vida.

Los que sí lo han leído, también lo admiran con honestidad, aunque siempre haya alguno que se desmarque por los condicionantes que sean.

De lo que sí puede estar seguro Antonio es de que en Úbeda, su pueblo, se le quiere y cada día más. Hubo un tiempo en que yo mismo me quejaba de lo injusta que estaba siendo la ciudad con él. Ahora, la cosa marcha por mejor camino. Aquí tiene una placa dedicada a su persona en el instituto donde estudió, otra en la fachada de su casa donde vivió, letreros relacionados con sus novelas en distintas esquinas, el nombre a una calle que aunque no tenga casas tiene un paisaje que asombra… Ha sido también nombrado Hijo Predilecto y se le ha distinguido con la Medalla de Oro de la ciudad… Y vendrán más cosas, seguro que algún día, más pronto que tarde, se le pondrá su nombre a un colegio o instituto, y a una céntrica avenida, y al viejo teatro, y a un nuevo auditorio, y a una nueva biblioteca, y a un barrio entero…, y hasta puede que alguna vez a esta ciudad suya se le nombre más por Mágina que por Úbeda… Y, sin duda, se le levantará en alguna de nuestras mejores plazas un gran monumento con su imagen en bronce para que se fotografíen junto a él vecinos y forasteros.
 
A Antonio se le quiere en su pueblo. No hay vez que no venga que no se llene el espacio. Hasta pagando. Se retransmiten por radio y televisión locales sus discursos, sus palabras, sus pensamientos… Se le trata con sumo respeto, con especial deferencia y se considera un honor hasta el simple hecho de estrecharle la mano.

Hace unos días, Antonio ha vuelto a estar en Úbeda. Y entre los diferentes actos programados con motivo del treinta aniversario de su novela Beatus Ille, el más importante ha sido el de ser nombrado “Socio de Honor del Club Diana”. Una distinción a la altura de las mejores y más gloriosas, porque no se la entrega un grupo de sesudos intelectuales, ni interesados buscando intereses, ni políticos de la onda, ni editores y libreros ingeniosos… Se la ha concedido y entregado un grupo de personas humildes y sencillas, buenas, que, en libertad de pensamiento, ideologías y creencias, se reúnen para charlar, para leer la prensa, para pasar el tiempo, para tomar una copa, para hacer algo de cultura… Una distinción que no viene a buscar la simple alabanza banal de qué grande eres, Antonio Muñoz Molina, sino que sepas que es un orgullo saberte parte importantísima de nuestra Historia más ilustre, y que eres un ejemplo de superación, y una honra para nosotros, y una flecha directa a nuestro corazón, y una diana de nuestra más limpia amistad…, y que te queremos sintiéndonos felices por ello. Orgullo que comparto y que dejo aquí expresado en forma de fotografía que un periodista de manera improvisada nos hizo en el salón del club y en la que se me ve también feliz por el simple hecho de estar a su lado.

martes, 11 de abril de 2017

CRÍMENES ABOMINABLES

Comienza la Semana Santa. Es Domingo de Ramos y los cristianos coptos de Egipto, como todos los cristianos del mundo, sean de la rama que sean, van a conmemorar la festividad a sus iglesias. En dos de ellas, la de San Jorge en Tanta y la de San Macos en Alejandría, nadie sabe que la muerte anda esperando en forma de rayo negro cargado con un cinturón de explosivos con olor putrefacto a intolerancia.

Y el cinturón estalla y se lleva por delante a más de medio centenar de mujeres, hombres y niños inocentes, dejando en el suelo a centenares de heridos. Los dos atacantes suicidas fueron los primeros en morir, estallando por los aires para dejar sus cuerpos desperdigados en millares de trozos asquerosos y repugnantes de materia pestilente. Los dos salieron volando derechos al firdaws, nivel séptimo y máximo del paraíso de Alá es grande, para ser recibidos como mártires victoriosos por los ángeles celestiales y poder gozar de toda clase de placeres, desde manjares exquisitos a gran cantidad de huríes de ojos grandes y brillantes, pasando por una gran multitud de vírgenes e infinidad de muchachos jóvenes.

¿Y quién entiende esto? ¿Qué religión puede predicar semejante bárbara locura? Esta locura de ganar el paraíso a costa de matar infieles, y a cuantos más mejor. Es decir de asesinar a traición y a sangre fría a quienes no piensan ni creen en lo que tú piensas y crees. Increíble.

Ya sé, ya sé que no todos los musulmanes piensan, creen y actuan lo mismo que estos yihadistas del demonio. Que la inmensa mayoría de los que viven en nuestros pueblos y ciudades son pacíficos, comprensivos, comedidos, cautelosos… y, eso, prudentes, muy prudentes… Pero deberían ser un poco menos de todo esto que son, porque cuando se producen estas masacres constantes, estos actos de terrorismo que no cesan, estos asaltos abyectos a templos cristianos, estos crímenes abominables…, deberían ser los primeros en salir en masa a protestar, a exponer que están totalmente en contra de esos bárbaros, a manifestarse con pancartas y gritos de desaprobación en las puertas de todas las mezquitas y en todas las plazas de todos los pueblos del mundo libre… Y exigir de paso que también en los países donde se impone la religión que ellos profesan, dejen abrir templos budistas, mandires hinduistas, santuarios sintoístas, sinagogas judías e iglesias cristianas… 

Tener fe es un gozo para el alma, siempre y cuando creer en un ser superior lleve al amor, la paz, la convivencia, el respeto y la vida. Pero si la fe lo que provoca es odio, fanatismo, terror, sangre y muerte, entonces solo te empuja a la locura, y para estos locos, lo diga el dios que lo diga y esté escrito en el libro sagrado o la libra sagrada que tú quieras, no cabe más espacio ni más paraíso que el manicomio o la cárcel, y el infierno para siempre.