Lo cuenta él mismo. Dice que era un niño pusilánime que
jugaba en la plazuela de San Lorenzo a ser escritor. Todos los chiquillos de
por allí lo veían distinto, diferente, extraño. Nunca entraba en peleas, no
discutía, no tomaba parte en acciones violentas… En la escuela de los alumnos
azuletes le fue bien, en la de los marrones no tanto, y se queja de ello.
Luego, en el instituto, la cosa mejoró… Lo que vino después todo el mundo lo
sabe: novelista de primera línea, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Literatura,
Académico de la Real Academia, numerosos premios nacionales e internacionales,
y así hasta alcanzar el Premio Príncipe de Asturias de las Letras… Y pronto
obtendrá el Cervantes… Y si las circunstancias y entramados políticos-comerciales
universales que juegan a la ruleta no lo impiden, el Nobel de Literatura.
A él los premios, lo confiesa también, no le importan mucho.
Pero aunque no quiera, es lo que ha hecho que en muchos lugares del mundo lo
valoren y lo consideren. No son pocos los que lo saludan, abrazan y admiran sin
haber leído de él un solo párrafo. Cosas de la vida.
Los que sí lo han leído, también lo admiran con honestidad,
aunque siempre haya alguno que se desmarque por los condicionantes que sean.
De lo que sí puede estar seguro Antonio es de que en Úbeda,
su pueblo, se le quiere y cada día más. Hubo un tiempo en que yo mismo me
quejaba de lo injusta que estaba siendo la ciudad con él. Ahora, la cosa marcha
por mejor camino. Aquí tiene una placa dedicada a su persona en el instituto
donde estudió, otra en la fachada de su casa donde vivió, letreros relacionados
con sus novelas en distintas esquinas, el nombre a una calle que aunque no
tenga casas tiene un paisaje que asombra… Ha sido también nombrado Hijo Predilecto
y se le ha distinguido con la Medalla de Oro de la ciudad… Y vendrán más cosas,
seguro que algún día, más pronto que tarde, se le pondrá su nombre a un colegio
o instituto, y a una céntrica avenida, y al viejo teatro, y a un nuevo
auditorio, y a una nueva biblioteca, y a un barrio entero…, y hasta puede que alguna
vez a esta ciudad suya se le nombre más por Mágina que por Úbeda… Y, sin duda, se
le levantará en alguna de nuestras mejores plazas un gran monumento con su
imagen en bronce para que se fotografíen junto a él vecinos y forasteros.
A Antonio se le quiere en su pueblo. No hay vez que no venga
que no se llene el espacio. Hasta pagando. Se retransmiten por radio y
televisión locales sus discursos, sus palabras, sus pensamientos… Se le trata
con sumo respeto, con especial deferencia y se considera un honor hasta el
simple hecho de estrecharle la mano.
Hace unos días, Antonio ha vuelto a estar en Úbeda. Y entre
los diferentes actos programados con motivo del treinta aniversario de su
novela
Beatus Ille, el más importante
ha sido el de ser nombrado “Socio de Honor del Club Diana”. Una distinción a la
altura de las mejores y más gloriosas, porque no se la entrega un grupo de sesudos
intelectuales, ni interesados buscando intereses, ni políticos de la onda, ni
editores y libreros ingeniosos… Se la ha concedido y entregado un grupo de
personas humildes y sencillas, buenas, que, en libertad de pensamiento, ideologías
y creencias, se reúnen para charlar, para leer la prensa, para pasar el tiempo,
para tomar una copa, para hacer algo de cultura… Una distinción que no viene a buscar
la simple alabanza banal de qué grande eres, Antonio Muñoz Molina, sino que
sepas que es un orgullo saberte parte importantísima de nuestra Historia más
ilustre, y que eres un ejemplo de superación, y una honra para nosotros, y una
flecha directa a nuestro corazón, y una diana de nuestra más limpia amistad…, y
que te queremos sintiéndonos felices por ello. Orgullo que comparto y que dejo
aquí expresado en forma de fotografía que un periodista de manera improvisada
nos hizo en el salón del club y en la que se me ve también feliz por el simple
hecho de estar a su lado.
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