miércoles, 29 de abril de 2015

UNA CIUDAD CON MALA SUERTE

Ahora que están cerca las elecciones municipales, no hay persona que, al encontrarme con ella y entablar una conversación, no me diga que es una pena lo que sucede en Úbeda a nivel político.

¿Has visto, me dijo ayer un viejo conocido, quiénes van en ciertas listas de los partidos que se presentan a las municipales? ¡Qué tremendo! ¿Tú crees que esto se puede consentir? Pero si hay hasta trépalas y morosos. Y esto no es un parecer, es sentencia judicial.

¡Qué vergüenza! En qué manos está Úbeda. Y va de mal en peor. ¡Qué mala suerte hemos tenido una y otra vez…! Insistía mi interlocutor. Y yo no podía quitarle la razón. Demasiados enfrentamientos a lo largo de las legislaturas, judicializaciones, conflictos sociales, impuestos abusivos, derroches, amiguismos, zancadillas, plenos denigrantes, endiosamientos personales, enclaustramientos en despachos con vigilancias pretorianas… Pero me lo puso a huevo. Mi viejo conocido, con dos titulaciones universitarias, doctorado cum laude, de vasta cultura y conocedor del mundo por sus muchos viajes…, no era el más legitimado para hacer tal comentario, porque la respuesta a tanto desaguisado la tenía en sus manos. “Preséntate tú.” Le solté a bocajarro. “Da el paso. No digas hay que hacer. Hazlo.” Se quedó como petrificado, pensativo. A continuación me respondió: No es fácil que los partidos políticos consolidados te dejen entrar. Los que ya están arriba no quieren hombres y mujeres de altura, sino personas dóciles que no les puedan hacer sombra. Además, en mi caso, reconozco que no valgo como político. Para ello tienes que tener también mucho aguante y cara dura, y hacer que los problemas no te derrumben ni te afecten.

Le interrumpí. “Luego ser concejal o alcalde no es fácil, ¿verdad?” No, no es fácil. Me respondió un poco más calmado. Pues vaya entonces nuestro respeto y consideración para quienes desde la verdadera honestidad de conciencia dan el paso de someterse al peso de las urnas. Después…, después lo que hace falta es que otras muchas personas, preparadas, formadas, cultas, inteligentes y honestas, con valores, que las hay, dejen sus escondites y sus trincheras críticas y salgan al ruedo de la entrega y el compromiso. Personas capaces de tener proyectos serios, sin demagogias, que muestren personalidad, sean íntegros, justos y honrados, lejos de cualquier corruptela. Capaces de preocuparse de corazón por sus vecinos, sean de la ideología que sean. Así como lo suficientemente sabios como para comprender que llegar al poder no es un premio ni un endiosamiento ni un brillo para más resplandecer y todos me veneren, sino un hermoso servicio al pueblo y a sus gentes. De esto modo, los otros, los listos, los pillos y los vivales, los que no saben ni expresarse y dan vergüenza ajena, y sólo buscan medrar y vivir a costa de los demás, que también los hay, y son conocidos por todos, no tendrán más remedio que desaparecer… Y así Úbeda dejará de ser, políticamente, lo que es, eso que todos dicen: “Una ciudad con mala suerte.” 



jueves, 16 de abril de 2015

CARTAS

Lo que se pierden los jóvenes.

Ya no se escriben cartas. Ahora, en todo caso, se envían wasap y correos electrónicos.

Lo que nos perdemos todos sumergiéndonos en la frialdad de las máquinas y las computadoras.

Hoy todo el mundo envía y recibe correos, algunos adjuntando fotos, montajes o vídeos sacados de You Tube. Otros, por aburrimiento, por el simple hecho de decir algo, por solicitar alguna cosa… Correos fríos, apáticos, sin espíritu. Correos que empiezan con un “buenos días”, o “buenas tardes” o “buenas noches”, para evitar poner “estimado” o “querido” o “muy querido”, no sea que se malinterprete, y despidiéndose con un simple “hasta otra”, o todo lo más “un saludo”, no sea que si ponemos “un beso” o “un abrazo”, entiendan lo que no es.

Y escribo esto porque yo, dejándome llevar por esta práctica moderna, cansado además de encabezar mis correos con un “querido…” y terminar con un “fuerte abrazo”, para recibir por respuesta un frío “buenos días, Ramón” y terminando con un “cordial saludo”, tratándose además de alguien a quien tengo en gran consideración y aprecio, cuando no entre los que más amo, he recibido hoy un correo de una mujer, funcionaria, a la que no conozco personalmente, que hace unos días me llamó por teléfono, no para pedirme nada, como suele ser lo normal, sino para ofrecerme sueños de artes, de poesía y de teatro sin contraprestación alguna a cambio. Sólo me pedía le hiciese un escrito descriptivo de mi situación. Y se lo adjunté con una breve introducción: “Estimada señora…”, para terminar con un lacónico: “gracias, quedo a su disposición.”

Pues bien, esta mañana he recibido su respuesta: “Querido amigo…” Terminando con “ha sido un placer tratar contigo, recibe un fuerte abrazo”. Impresionante. Hasta he sentido emoción. Con su correo he vuelvo a revivir el calor de las cartas de la juventud, de cuando te escribía un amigo, un ser amado, la mujer a la que tanto amabas… Y abrías el sobre en un ritual de temblor de manos y desplegabas el papel como quien descubría un mundo luminoso, y te embriagabas de las palabras escritas a mano, artesanales, personales, irrepetibles… Y luego volvías a plegar la hoja y la guardabas de nuevo dentro del sobre, para más tarde volverte a esconder en la soledad y una vez más leerla saboreándola palabra por palabra… Y así una y otra vez, hasta cien veces. Cartas que conservabas por mucho tiempo, por años, de por vida, como si no quisieras perderlas porque las considerabas como un pequeño tesoro de valor incalculable.

Añoro este tipo de cartas. Cartas que ya sólo escriben, en todo caso, algunos románticos, como ese viejo amigo que conocí el día que llegue a Villanueva para ejercer mi profesión de maestro y que hoy también, cosas del destino, después de más de treinta y cinco años sin tener contacto, me ha escrito por carta postal para decirme que pese al tiempo y la distancia –ahora vive en Chiclana de la Frontera–  tan sólo me escribe porque me ha recordado y simplemente le apetecía saludarme por escrito y expresarme su aprecio.  

Cosas de viejos ebrios de añoranzas, dirán algunos. Cosas hermosas que se las están llevando los ladrones de almas, digo yo.